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Al otro lado del mundo
La cinta narra la vida de un matrimonio inglés residente en China, durante la Guerra Civil, a mediados de la década de 1920. Los protagonistas se desenvuelven en medio de la hostilidad de los campesinos que los odian por su origen británico.
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Insertar un relato de amor en un entorno histórico puede servir no solo para desarrollar una narración sobre esa relación, sino puede permitir conocer las condiciones socioeconómicas y políticas de la sociedad en la que se desenvuelve la trama. Es necesario que el realizador sepa ubicar con objetividad y rigor ese contexto. Sin embargo, muchos filmes utilizan detalles de la vida personal de los protagonistas para presentar ese contexto de forma distorsionada y con un espíritu que está lejos del rigor histórico-científico e incluso para apuntalar una versión reaccionaria de la realidad. Esta forma de presentarnos el contexto histórico ocurre en la cinta Al otro lado del mundo (2006) del realizador estadounidense John Curran que nos narra la vida de un matrimonio inglés que reside en China en la época de la Guerra Civil a mediados de la década de 1920. Los protagonistas se desenvuelven en medio de la hostilidad de las masas campesinas que los odian por su origen británico.

Walter Fane (Eduward Norton) es un bacteriólogo que se enamora de Kitty Garstin (Naomi Watts) una joven de la clase alta de Londres. Al poco tiempo de haberse casado, Kitty engaña a su esposo con el diplomático Charlie Towsand (Liev Schreiber). Walter descubre la infidelidad de su esposa y le dice que le otorgaría el divorcio sin ningún escándalo siempre y cuando su amante se divorcie también y se case con ella. Cuando Kitty le informa a Charlie, éste se niega a divorciarse y solo quiere evitar tener problemas con su mujer y evitar que su carrera diplomática se vea afectada. Decepcionada de Charlie, Kitty se ve obligada a ir, acompañando a su esposo, a un lugar remoto de China (al que se llega de Shanghái en diez días de viaje). Walter es asignado por el gobierno británico a ir a estudiar un brote de cólera.

Kitty pasa los primeros meses de su estancia llena de hastío por no tener ninguna actividad. Y lo peor para ella es el desprecio que Walter le procura todos los días, pues no olvida la traición de su esposa. Sin embargo, Kitty conoce un orfanatorio atendido por monjas francesas –las cuales no solo atienden a los huérfanos, sino que les adoctrinan en la religión católica–. Kitty ayuda en el orfanatorio enseñando música a los niños y dedicándole horas a la atención de niños y bebés. Walter se da cuenta de esa actividad de su esposa y recapacita sobre su actitud hacia ella. Para el bacteriólogo es muy importante descubrir por qué la epidemia se sigue propagando entre la población y descubre que la costumbre de los habitantes de aquella región de enterrar a los muertos junto al río que abastece de agua es la causa inmediata de la propagación de la enfermedad. Con bastante ingenio logra dirigir la construcción de una rueda hidráulica que permite trasladar el agua hacia el poblado (la rueda está hecha de bambú).

Por esas circunstancias tan adversas, Los esposos Fane logran identificarse profundamente y, en medio de su lucha humanitaria, se reconcilian. Las monjas descubren que Kitty está embarazada cuando ella se desvanece. Walter se contagia de cólera y muere. Kitty regresa a Londres. Pasados algunos años, acompañada de su hijo, se topa en la calle con el diplomático Charlie Towsand; él la quiere invitar a volverse a ver; ella le da una cortante despedida.

 Al otro lado del mundo es una cinta bien dirigida con buenas actuaciones. Incluso tiene una reflexión certera sobre la base de las relaciones profundas que se establecen entre dos personas cuando se llegan a amar (o a tener una profunda amistad). Este mensaje edificante se ve, sin embargo, empañado por ese afán de los escritores, guionistas y directores de cine norteamericano y europeo en presentarnos a los europeos y en especial a los anglosajones, como los “civilizadores” de la humanidad. Siempre con su punto de vista eurocentrista.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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