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Corre el año de 1915 y en el panorama cultural colombiano aparece el primer número de la revista literaria Los Panidas, que agrupa, bajo este nombre, a 13 jóvenes poetas; dirige los primeros tres números de la fugaz publicación un veinteañero León de Greiff, que daría a la prensa en ella sus primeros poemas, que desde entonces ya mostraban la originalidad y la tendencia a la transgresión de toda su obra.
Junto a la musicalidad, el ingenio y el humor, una de las características más presentes en la obra de este poeta es el uso de neologismos, arcaísmos, voces cultas o de procedencia extranjera; por ello es de encomiar El Lexicón de León de Greiff, extenso trabajo de investigación del vocabulario empleado por el poeta y fruto del esfuerzo de su coterráneo, el médico y docente Álvaro Villar Gaviria, quien realizó la proeza de recopilar 1535 términos empleados por De Greiff y su correspondiente definición.
Aunque en sus versos no expresara directamente sus convicciones políticas, como otros poetas de la vanguardia con quienes convivió, han sido documentados en numerosas anécdotas su ateísmo, sus simpatías por la Unión Soviética, la China Comunista (a donde fue invitado mientras desempeñaba una fugaz misión diplomática en Suecia), su apoyo a la Revolución Cubana o su relación con los fundadores del M-19, entre ellas el haber escondido la espada de Simón Bolívar, sustraída por los guerrilleros y que conservó oculta hasta su muerte. Sus rígidos principios e intransigente dignidad lo hicieron vivir a menudo en la estrechez económica y dependiendo de trabajos no relacionados con la literatura; su vida bohemia, modesta, alejada de lujos; su comportamiento dual, familiar y cariñoso en la intimidad, pero hosco y evasivo en público, han abonado a la construcción de un mito en torno al poeta nacido en Medellín, Antioquía.
Presentamos a nuestros lectores tres poemas que abordan el tema amoroso desde la visión de este originalísimo bardo colombiano. Siendo un tema infaltable, en Cancioncilla, a fuerza de individualidad, de referirse a un hombre y a una mujer concretos; de hablar de un amor, una primavera y un ensueño, de no revelar nombres, años ni detalles mundanos, el tópico universal se abre paso, atemporal, grandioso, depurado de cotidianeidad.
Quise una vez y para siempre
–yo la quería desde antaño–
a esa mujer, en cuyos ojos
bebí mi júbilo y mi daño…
Quise una vez –nunca así quise
ni así querré, como así quiero–
a esa mujer, en cuyo espíritu
fundí mi espíritu altanero.
Quise una vez y desde nunca
–ya la querré y hasta que muera–
a esa mujer, en cuya boca
gusté –otoñal– la Primavera.
Quise una vez –nadie así quiso
ni así querrá, que es arduo empeño–
a esa mujer, en cuyo cálido
regazo en flor ancló mi ensueño.
Quise una vez –jamás la olvide
vivo ni muerto– a esa mujer,
en cuyo ser de maravilla
remorí para renacer…
Y esa mujer se llama… Nadie,
nadie lo sepa –Ella sí y yo–.
Cuando yo muera, digas –solo–
¿quién amará como él amó?
En Más breve interpela al tiempo, a la brevedad de la vida, al instante fugitivo que se pierde apenas ha llegado, prometiendo volver una y otra vez, con la misma ansia insaciada que atormentara a su paisano Porfirio Barba Jacob.
No te me vas que apenas te me llegas,
leve ilusión de ensueño, densa, intensa flor viva.
Mi ardido corazón, para las siegas
duro es y audaz…; para el dominio, blando…
Mi ardido corazón a la deriva…
No te me vas, apenas en llegando.
Si te me vas, si te me fuiste…: cuando
regreses, volverás aún más lasciva
y me hallarás, lascivo, te esperando…
Y en Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue juega con el lector aparentando, tras la ruptura amorosa, una convencional renuncia que está muy lejos de sentir; fingiendo mesura y sensatez, recomienda conductas elegantes y socialmente aceptables, para desmentir el poema entero apenas en el último verso:
Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue…
dejemos al amor y vamos con la pena,
y abracemos la vida con ansiedad serena,
y lloremos un poco por lo que tanto fue…
Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue…
Dejemos al amor y vamos con la pena…
Vayamos a Nirvana o al reino de Thulé,
entre brumas de opio y aromas de café,
¡y abracemos la vida con ansiedad serena!
Y lloremos un poco por lo que tanto fue…
por el amor sencillo, por la amada tan buena,
por la amada tan buena, de manos de azucena…
¡Corazón mentiroso, si siempre la amaré!
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.