Cargando, por favor espere...
La increíble epopeya de su sepultura, la profanación y decapitación de sus restos, la sustitución de su cuerpo y su segunda inhumación en una tumba de la familia de una de sus viudas. Su falso traslado al Monumento a la Revolución. El secreto mejor guardado por los parralenses.
Cuántos jilgueros y cenzontles veo pasar,
pero qué tristes cantan esas avecillas.
Van a Chihuahua a llorar sobre Parral,
donde descansa el general Francisco Villa.
Lloran al ver aquella tumba
donde descansa para siempre el general,
sin un clavel, sin flor ninguna,
sólo hojas secas que le ofrenda el vendaval.
(La tumba abandonada, Pepe Albarrán)
Este 2023 se conmemora el centenario del asesinato de Francisco Villa. “Año de Villa”, reza el decreto oficial de la efeméride a nivel federal.
Pero el tiempo que ha transcurrido desde su sacrificio no ha impedido que la presencia de Villa en Chihuahua siga vigente, tanto como si siguiera vivo. El personaje concita odios y agresiones en su contra y contra su memoria, pero también las más grandes muestras de simpatía por parte de las personas sencillas.
Todavía en los días que corren, los descendientes de aquellos grandes terratenientes a los que combatió Villa, y que se encuentran vigentes como detentadores de los poderes económico y político en el estado, financian campañas y publicaciones en las que, por poner sólo un ejemplo, un empleado de la Diócesis de Chihuahua produce a pasto libros en los que “documenta” crimen tras crimen de los cientos “cometidos” por el también conocido como Centauro del Norte. Otro dato revelador: en cuanto tomó posesión como gobernador, en 2016, el ahora exgobernador Javier Corral Jurado mandó quitar de su despacho un retrato gigante de Francisco Villa que adornaba la cabecera de su escritorio y que había sido colocado por su antecesor, César Duarte, un parralense adoptado. Un guiño de Corral hacia quienes lo llevaron a la silla.
En Hidalgo del Parral se guarda el secreto, una leyenda popular que, sotto voce, cuentan aquí: el general de División Francisco Villa, jefe de la Revolución Mexicana en el norte del país, está enterrado acá; sus restos descansan en una tumba hasta ahora secreta en el panteón de Dolores, y no en el Monumento a la Revolución en la Ciudad de México, como oficialmente se cree.
Dicha versión cuenta que el magnate minero don Pedro Alvarado Torres, amigo personal de Pancho, y una de las viudas de Villa, Austreberta Rentería, temerosos de que se repitiera un acto de profanación como cuando le cortaron la cabeza, decidieron sacar el cadáver del revolucionario. Tras su entierro, el cuerpo de Villa no encontró reposo en el cementerio, y en 1926, tres años después de su fallecimiento, fue profanado y decapitado. Ellos lo mandaron colocar en una fosa propiedad de la familia de ella y ordenaron sustituirlo a la brevedad con un cuerpo destinado a la fosa común, en la tumba de todos conocida como la del general.
La peregrinación del cuerpo de Villa, su profanación y su actual localización, tiene todos los ingredientes de una novela de intriga internacional y de misterio.
Pero, ¿qué pruebas hay de que esto sea cierto? ¿Hay testigos? ¿Hay registros de la suplantación? Sí, sí hay registros, nombres, fechas, testigos, referencias al por mayor…
“El cuerpo decapitado que exhumó el periodista Óscar W. Ching Vega por órdenes del presidente Luis Echeverría y que se llevó el Ejército Mexicano el 18 de noviembre de 1978 al Distrito Federal para ser colocado en el Monumento a la Revolución, es el de una dama”, reveló Juan García Chávez, historiador, estudioso del villismo y guía de turistas en Parral.
¿Dónde quedó el cuerpo?
La afirmación de García Chávez es compartida por un sector de la sociedad de Parral, entre quienes existe la convicción de que los restos mortales de Villa nunca salieron del panteón de Dolores. En la versión de García, el mismo Ching Vega reveló a un pariente suyo, poco antes de morir, “yo tuve que obedecer, no podía negarme, yo no podía llegar al Distrito Federal y decir que los restos no eran del general. Ahora puedo decir que yo estoy seguro que aquéllos no eran los restos del general Francisco Villa”. Por supuesto, en una época de feroces persecuciones políticas y de represión, el periodista no quiso exponerse a decir la verdad, que quedó evidenciada con el examen del cuerpo que realizaron médicos parralenses. Aquel 18 de noviembre de 1978, cuando procedieron a la exhumación ordenada por Echeverría, estuvieron presentes médicos de la ciudad de Parral, el notario número Uno, Vicente Jaramillo, el empresario de pompas fúnebres, don Octavio Cárdenas, varios funcionarios del Ayuntamiento, oficiales y tropa del Ejército Mexicano, el propio Ching Vega y personal del panteón de Dolores, que totalizaron casi 30 individuos. Los doctores señalaron a Óscar W. Ching Vega que “estos restos son de una mujer de entre 40 y 45 años de edad, quien al parecer falleció de cáncer”.
El periodista procedió, en contra de todas las evidencias, a llevarse el cuerpo a México para enterrarlo junto con el de Francisco I. Madero. “A mí me ordenaron llevarme esto, esto encontré, y esto me llevo”, dijo tajante.
La profanación
En el panteón de Parral está la tumba oficial de Francisco Villa, que es a donde acude la gente a rendir honores y a manifestar sus respetos al revolucionario. Pero está también la otra tumba, la original, a 120 metros exactos en línea recta hacia el oriente, por el mismo pasillo central. Ahí reposa, debajo de su cuñada Elpidia Rentería, de su cuñado Antonio, y de su suegro, don Hilario Rentería.
En 1926, tres años después de la muerte del general Villa, el famoso volante con el que los gringos anunciaban una recompensa de 50 mil dólares llegó a manos del coronel Francisco Durazo Ruiz, padre por cierto del tristemente célebre Negro Durazo, y quien estaba acantonado en el presidio militar de Parral. El panfleto estaba en inglés, pero al parecer se lo tradujeron mal, y pensó que la recompensa estaba vigente.
Al coronel le entró la ambición y envió al teniente coronel José Elpidio Garcilaso, al sargento Roberto Cárdenas Aviña, al capitán Sánchez Anaya, al cabo Miguel Figueroa y a los soldados Daniel Cruz y Felipe Flores, así como a su chofer Ernesto Weissel, al panteón a profanar la tumba y a cortar la cabeza de Villa. Ellos lo hicieron a hachazos.
Detalles más o menos, el coronel Durazo se dirigió a Jiménez con la intención de embarcarse en tren a Ciudad Juárez para de ahí pasar a Estados Unidos a cobrar su recompensa, pero con tan mala suerte que, antes de que llegara su tren hacia el norte, arribó a la estación el general Arnulfo R. Gómez, quien venía entregando las plazas militares del estado a Santiago Piña Soria. Sorprendió R. Gómez a Durazo a punto de abordar, y le preguntó que por qué andaba fuera de su plaza y sin permiso. A Durazo no le quedó otra que mostrarle a su superior el panfleto y confesar que pretendía cobrar la recompensa que ofrecían los estadounidenses. Durazo destapó la caja metálica de municiones donde traía el cráneo, y su superior lo amenazó: “deshágase usted inmediatamente de estos despojos, o lo mando fusilar, porque está usted involucrando al Ejército Mexicano en un asunto altamente deplorable”.
Francisco Durazo ordenó al cabo Miguel Figueroa deshacerse de la cabeza, y enterrarla en la Hacienda del Cairo (hoy Salaices) propiedad del primero, lo que éste hizo puntualmente.