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Para un nuevo modelo económico, un partido popular
La situación política ha madurado y se hace posible que el pueblo mismo asuma el poder, sin prestanombres.
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El gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) ha mostrado una gran confusión y absoluta incapacidad para resolver los grandes problemas nacionales y sacar a México de la crisis económica y social en que por décadas ha permanecido, crisis que se agravó a partir de 1982, con el modelo neoliberal hasta hoy vigente y en su apogeo, no obstante haber sido oficialmente abolido, aunque sin saber con qué sustituirlo. Las expectativas que generó la 4T se desvanecen poco a poco, al tiempo que se impone el caos. La economía está estancada y sin visos de pronta reacción, aumenta el desempleo, la inseguridad está desbocada. Se ahonda nuestra dependencia de Estados Unidos, aherrojada ahora con el T–MEC, ese que se presenta como un éxito. El sistema de salud vive días de crisis y causa desgracias con la desaparición del Seguro Popular y la creación del Insabi, que pretendidamente ofrecería servicio gratuito. Sin apoyo, el campo está en decadencia, salvo el sector exportador.

Pero no es racional culpar a uno u otro gobierno. Debemos ver más al fondo, a la esencia. El problema es estructural y radica en que la economía está en manos de monopolios y oligopolios, nacionales y extranjeros, que controlan los principales sectores, dejando al pueblo una secuela de bajos salarios, vivienda precaria y sin servicios, emigración, un enorme sector informal, “autoempleo” y delincuencia como “alternativas” para subsistir. El poder absoluto del gran capital es la característica del modelo, con un gobierno subordinado, hoy más eficaz con imagen de izquierda y apoyo de masas. Leyes y políticas públicas han sido diseñadas ad hoc para catalizar la acumulación del capital, no para atender las necesidades sociales.

Consecuentemente, la solución fundamental a la crisis es terminar con el neoliberalismo, no para eliminar la inversión privada o impedir que las grandes empresas hagan negocios y obtengan ganancias, sino para reducir su desmesurado poder, los excesos del gran capital, que le permiten concentrar la riqueza, gracias a una total laxitud en la legislación impuesta al amparo de la “desregulación” total. Un cambio de modelo es probadamente posible: en otros países existen variantes del capitalismo menos inhumanas, menos rapaces y devastadoras, social y ambientalmente (como citábamos en ocasión anterior, China se propone terminar con la pobreza este año). La solución es, sin pretender calcar modelos exitosos, diseñar y aplicar uno nuevo, mexicano, adecuado a nuestra circunstancia cultural, histórica e incluso geográfica, considerando la vecindad con la potencia capitalista, pero de corte genuinamente popular, capaz de aplicar realmente una política distributiva.

Sus principales instrumentos deben ser, en trazos muy generales: 1) fomentar la creación de empleos para todos aquellos en condición y voluntad de trabajar; empleos de buena calidad, permanentes, con todas las prestaciones legales y decorosamente pagados; 2) un régimen fiscal progresivo, donde paguen proporcionalmente más impuestos quienes más ganan, y que los sectores de bajos recursos paguen menos o nada; 3) un gasto público que priorice el crecimiento y la inversión productiva y atienda las necesidades sociales, como educación salud, vivienda, servicios básicos, seguridad, infraestructura carretera, hidráulica, educativa; apoyo productivo real a campesinos pobres. En una palabra, lo principal del gasto público, responsablemente aplicado, orientado a los sectores más débiles. 4) Un modelo protector del medio ambiente y los recursos naturales, que hoy se agotan; y 5) que reivindique nuestra dignidad en el ámbito internacional.

Nada de esto pueden hacer quienes hoy gobiernan, algo patente en ya más de un año de la 4T y continuación del neoliberalismo, y tampoco quienes ya han gobernado en el marco de este esquema. Con su retorno solo harían lo mismo que ya hicieron, y empeorado: aplicar el modelo, pues mientras no se lo desmantele, será el imperante y los gobiernos actuarán a tono con él, como rehenes suyos. Solo hay dos opciones: o lo cambian o lo acatan. Pedirles que supriman lo que ellos mismos crearon sería un despropósito. Tampoco los monopolios instrumentarán motu proprio un cambio que afecte sus ganancias. Se necesita una fuerza política nueva, superior al problema y a los poderes que lo apuntalan, y que solo puede provenir del pueblo organizado.

Pobres y clases medias son mayoría, pero su número no basta. Están dispersos, sin capacidad de actuar coordinadamente; sin conciencia de su situación, de la naturaleza de sus problemas, de sus causas y soluciones, y sin claridad sobre los medios para resolverlos. Y ya no pueden seguir en espera pasiva de un cambio real, ni pidiendo a interpósitos que lo hagan. Desde la conquista española han esperado mejorar su suerte: prácticamente 500 años. Estuvieron cerca de tomar el poder en la Revolución Mexicana, cuando los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata, auténticos representantes populares, ocuparon la capital en diciembre de 1914; lamentablemente, dadas las limitaciones de su movimiento y las circunstancias de la época, carecieron de un proyecto de país, económico y político que les permitiera afianzarse en ese poder que casi tocaban. Hoy las circunstancias son otras, la situación política ha madurado y se hace posible que el pueblo mismo asuma el poder, sin prestanombres. Obviamente, un cambio profundo y sustentable no puede ser obra solo de los sectores más humildes: es indispensable la participación de intelectuales, profesionistas liberales, científicos, artistas, empresarios pequeños o medianos y otros sectores realmente comprometidos con el país, que pueden aportar visión, iniciativa y capacidad creadora.

Se necesita el pueblo en el poder para gobernar y modificar las leyes que le afectan e instrumentar una política distributiva. Pero si no somos ilusos, para lograrlo es necesario crear un partido político capaz de conquistar el voto popular. El partido es la conciencia organizada, permite unidad de pensamiento y de acción política; educa, orienta y traza estrategias. El Movimiento Antorchista Nacional está preparado para realizar esta magna tarea con el proyecto que ha propuesto en sus eventos y por escrito, y que a grandes rasgos mencioné antes. Posee la visión, el liderazgo y un firme compromiso social, probado durante 45 años de trabajo, periodo en que, sin ser gobierno, ha llevado progreso material y cultural a millones de mexicanos. Su registro constituye una necesidad real para el desarrollo de nuestra sociedad. En Puebla ha cubierto ya los requisitos para ser partido estatal, y así será en un futuro próximo en todo el país.


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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