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En su Historia General de las Cosas de la Nueva España, Fray Bernardino de Sahagún enumera los dioses del panteón azteca y establece al principio de cada capítulo paralelismos entre las deidades precolombinas, las grecolatinas y esboza lo que al paso de los siglos desembocó en el sincretismo actual de México. Equipara a Vitcilupuchtli (Huitzilopochtli) con Hércules; Texcatlipoca es Júpiter; Civacóatl (Coatlicoe), a quien también llamaban Tonantzin, vendría a ser “nuestra madre Eva”; y entre otras similitudes identifica a Chicomecóatl con Ceres.
Sahagún asigna un capítulo de su obra a cada uno de estos dioses; enumera los gremios y oficios que les rinden culto, los ritos con que las honran, los atavíos que las representan… y se detiene, a menudo, a condenar los sacrificios humanos que la ferocidad y superstición de aquellos “paganos” haría derramar al hombre más insensible “copiosas lágrimas” y “despedazársele el corazón al ver las innumerables víctimas de todos sexos, edades y condiciones que anualmente se inmolaban en la vasta extensión del imperio de Mocthecuzoma para satisfacer la insaciable sed de sangre humana que devoraba a sus falsos númenes; al mismo tiempo que no puede dejar de bendecir el momento dichoso en que se presentó la luz evangélica y disipó las horrorosas tinieblas de la idolatría”.
A pesar de su condena a la violencia de una religión para encomiar la de otra –ésta vencedora en una guerra de conquista y exterminio– una parte de su texto, aquélla en que reconoce el cúmulo de sabiduría de los ancestrales pueblos precortesianos, es fuente obligada para conocer las costumbres y creencias que éstos poseían. En el Capítulo VIII, dice de una de las diosas fundamentales de los aztecas, a la que se encomendaban parteras y parturientas en la delicada empresa de recibir a un nuevo guerrero:
Trata de una diosa que se llamaba la madre de los dioses, corazon de la tierra y nuestra abuela. “Esta diosa, era la diosa de las medicinas y de las yerbas medicinales: adorábanla los médicos, y los cirujanos, y los sangradores, y también las parteras, y las que dan yerbas para abortar, y también los adivinos que dicen la buena o mala ventura que han de tener los niños, según su nacimiento. Adorábanla también los que echan suertes con granos de maíz, y los que agorean mirando el agua en una escudilla, y los que echan suertes con unas cordezuelas que atan unas con otras que llaman mecatlapouhque, y los que sacan gusanillos de la boca y de los ojos, y pedrezuelas de las otras partes del cuerpo, que se llaman tetlaqüilique; también la adoraban los que tienen en sus casas baños o temazcalis, y todos ponían la imagen de esta diosa en los baños y llamábanla Temazcalteci, que quiere decir la ‘abuela de los baños’”.
El rol preponderante que las parteras tenían en la sociedad azteca está bien documentado; también el hecho de que las mujeres que morían durante el alumbramiento recibían honores equiparables a los de un guerrero muerto en combate, pues se consideraba el momento del parto como una batalla.
De Poesía Precolombina transcribimos ahora el siguiente poema breve; versos rítmicos, repetitivos, que los compiladores sostienen, “se cantaban para atraer al niño, para facilitar el alumbramiento en forma verbal de hechicería”, y agregan que la diosa sentada en la tortuga que se menciona no es la Diosa del Maguey, que en el Códice laud está representada con cuatrocientos pechos y que fue transformada en maguey gracias a su fecundidad, y que, en realidad, el poema se refiere a la diosa de los partos.
Canto de la diosa sentada en la tortuga
En la casa de la diosa sentada en la tortuga dio a luz.
Donde está la casa del asiento de tortuga
dio la mujer a luz un niño.
Allí viene uno a la vida, allí nace.
¡Ven acá, ven!
¡Ven acá, niño recién nacido, ven acá!
¡Ven acá, ven!
Ven acá, ven acá, tú, niño, tú, perla, tú, pluma de gala.
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.