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El reportaje de Ángel Esteban y Stéphani Panichelli rescata algunos de los hechos y anécdotas más interesantes vividas por Gabo y Fidel en lo individual y en comunidad. En el caso de García Márquez, una de las más reveladoras ocurrió en 1965, cuando viajaba en automóvil hacia Acapulco con su esposa Mercedes y de pronto, exaltado, expresó: “¡Encontré el tono!” y sin más dio vuelta entera al volante y regresó a México. A partir de ese mismo día se encerró en su casa durante 14 meses seguidos para escribir una de las novelas más deslumbrantes de la lengua española: Cien años de soledad (1967). Ese tono, acaso cifrado también en una imagen plástica, estaba liado a las bulliciosas y exuberantes historias que un niño elaboró con el descubrimiento del hielo en una cálida aldea selvática de la Colombia caribeña.
Otros secretos íntimos del gran autor colombiano fueron sus incurables problemas con la ortografía, cuyas reglas propuso simplificar durante un congreso internacional de la Real Academia Española celebrado en Zacatecas en 1997; su tendencia obsesiva a corregir sus textos que, en algunos casos, lo obligaron a gastar 500 hojas para redactar un cuento de 11 páginas y 11 borradores para una de sus novelas más cortas, Crónica de una muerte anunciada (1981); y a reiterar su gran admiración por Jorge Luis Borges, de quien exaltaba su agudo sentido del humor que, según él, alcanzó su mayor expresión cuando “elogió” al dictador chileno Augusto Pinochet en 1976, suceso que supuestamente le costó la pérdida del Premio Nobel de Literatura.
Su presunta “fascinación por el poder” –manifiesta, según sus críticos, en El otoño del patriarca (1975) y El general en su laberinto (1989) y en su amistad con Fidel– jamás fue motivo de incomodidad en García Márquez, porque tal “acusación” no se formuló a ninguno de sus predecesores –Ramón del Valle Inclán, Miguel Ángel Asturias y Augusto Roa Bastos, entre otros– y porque su admiración por Castro Ruz se sustentaba, como ya se mencionó, en afinidades intelectuales e ideológicas. Por ello, cuando en distintas ocasiones se le preguntó por qué era amigo y “asesor honorario” de un “dictador”, sus respuestas fueron: porque “es una de las personas que más quiero en el mundo… porque es mi amigo” y porque “las elecciones no son la única forma de ser demócrata”.
En Gabo y Fidel se rescata un hecho por demás significativo, previamente reseñado por Teodoro Perkof: en una reunión amistosa celebrada en la casa habanera de Gabo durante la Navidad de 1997, donde se hallaban otros funcionarios del gobierno cubano, hizo algunas críticas al funcionamiento del sistema político-económico local y, cuando éstos le preguntaron qué había querido decir, Fidel intervino: “Lo que Gabo quiere decir es que ni a él ni a mí nos gusta la revolución que hemos hecho… Hubo un gran silencio”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural