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Poesía
José Hernández
Poeta y federalista argentino cuyo gran poema El gaucho Martín Fierro, considerado como un clásico nacional


JOSÉ HERNÁNDEZ (Argentina, 1834-1886). Poeta y federalista argentino cuyo gran poema El gaucho Martín Fierro, considerado como un clásico nacional, canta la independencia, el estoicismo y el coraje del gaucho. No se conoce mucho sobre la infancia de Hernández, aunque parece ser que una enfermedad de la adolescencia le obligó a vivir en las pampas. Allí fue donde entró en contacto con el estilo de vida, la lengua y los códigos de honor de los gauchos. Fue un autodidacta y, a través de sus numerosas lecturas, adquirió unas claras ideas políticas. Entre 1852 y 1872, durante una época de gran agitación política, defendió la postura de que las provincias no debían permanecer ligadas a las autoridades centrales, establecidas en Buenos Aires. Participó en la última rebelión gaucha, la de López Jordán, un desdichado movimiento que finalizó en 1871 con la derrota de los gauchos y el exilio de Hernández. A su regreso a Argentina en 1874, continuó su lucha por otros medios, como la fundación del periódico Revista del Río de la Plata, en el que defendió posturas federalistas, y el desempeño de varios cargos oficiales. 

Pero fue, sin embargo, a través de su poesía como consiguió un gran eco para sus propuestas, y la más valiosa contribución a la causa de los gauchos. El gaucho Martín Fierro (1872) es un poema épico popular y está considerado una de las grandes obras de la literatura argentina. Martín Fierro es el narrador de su vida, y lleva a cabo un retrato de la sencillez rural, la independencia y la paz de su espíritu. El poema recorre la inicial felicidad de su vida familiar en las planicies, hasta que Martín es obligado a alistarse en el ejército, su odio de la vida militar, su rebelión y su consiguiente deserción. A su regreso, descubre que su casa ha sido destruida y su familia se ha marchado, y la desesperación le empuja a unirse a los indios y convertirse en un hombre fuera de la ley. En la secuela del poema, La vuelta de Martín Fierro (1879), se reúne por fin con sus hijos y vuelve al seno de la sociedad, para lo que ha de sacrificar gran parte de su preciosa independencia. El gran mérito del autor fue llevar a la literatura la vida de un gaucho, contándola en primera persona, con sus propias palabras e imbuido de su espíritu. En el gaucho, Hernández descubrió la encarnación del coraje y la integridad inherentes a una vida independiente. Esta figura era, según él, el verdadero representante del carácter argentino, noción que le situó en directa oposición con el curso de los acontecimientos y con poderosos intereses políticos. 

CRUZ 

Amigazo, pa sufrir 

han nacido los varones; 

éstas son las ocasiones 

de mostrarse un hombre juerte, 

hasta que venga la muerte 

y lo agarre a coscorrones. 

El andar tan despilchado 

ningún mérito me quita; 

sin ser un alma bendita 

me duelo del mal ajeno: 

soy un pastel con relleno 

que parece torta frita. 

Tampoco me faltan males 

y desgracias, le prevengo; 

también mis desdichas tengo, 

aunque esto poco me aflige: 

yo se hacerme el chango rengo 

cuando la cosa lo esige. 

Y con algunos ardiles 

voy viviendo, aunque rotoso; 

a veces me hago el sarnoso 

y no tengo ni un granito, 

pero al chifle voy ganoso 

como panzón al maíz frito.  

A mí no me matan penas 

mientras tenga el cuero sano; 

venga el sol en el verano 

y la escarcha en el invierno 

¿por qué afligirse el cristiano?  

Hagámosle cara fiera 

a los males, compañero, 

porque el zorro más matrero 

suele cair como un chorlito; 

viene por un corderito 

y en la estaca deja el cuero. 

Hoy tenemos que sufrir 

males que no tienen nombre, 

pero esto a nadies lo asombre 

porque ansina es el pastel, 

y tiene que dar el hombre 

mas güeltas que un carretel.  

Yo nunca me he de entregar 

a los brazos de la muerte; 

arrastro mi triste suerte 

paso a paso y como pueda, 

que donde el débil se queda 

se suele escapar el juerte. 

Y ricuerde cada cual 

lo que cada cual sufrió, 

que lo que es, amigo, yo, 

hago ansí la cuenta mía: 

ya lo pasado pasó; 

mañana será otro día.  

Yo también tuve una pilcha 

que me enllenó el corazón, 

y si en aquella ocasión 

alguien me hubiera buscao, 

siguro que me había hallao 

más prendido que un botón. 

En la güeya del querer 

no hay animal que se pierda... 

las mujeres no son lerdas, 

y todo gaucho es dotor 

si pa cantarle al amor 

tiene que templar las cuerdas. 

¿Quién es de una alma tan dura 

que no quiera una mujer? 

Lo alivia en su padecer: 

si no sale calavera 

es la mejor compañera 

que el hombre puede tener.  

Si es güena, no lo abandona 

cuando lo ve desgraciao, 

lo asiste con su cuidao, 

y con afán cariñoso, 

y usté tal vez ni un rebozo 

ni una pollera le ha dao.  

XII  

Mas ¿para qué platicar 

sobre esos males, canejos? 

nace el gaucho y se hace viejo, 

sin que mejore su suerte, 

hasta que por ahí la muerte 

sale a cobrarle el pellejo  

Pero como no hay desgracia 

que no acabe alguna vez, 

me aconteció que después 

de sufrir tanto rigor, 

un amigo, por favor, 

me compuso con el Juez. 

Le alvertiré que en mi pago 

ya no va quedando un criollo: 

se los ha tragao el hoyo, 

o juido o muerto en la guerra; 

porque, amigo, en esta tierra 

nunca se acaba el embrollo.  

Colijo que jué por eso 

que me llamó el Juez un día, 

y me dijo que quería 

hacerme a su lao venir, 

y que dentrase a servir 

de soldao de polecía.  

Y me largó una proclama 

tratándome de valiente; 

que yo era un hombre decente, 

y que dende aquel momento 

me nombraba de sargento 

pa que mandara la gente. 

Ansí estuve en la partida, 

pero ¿qué había de mandar? 

anoche al irlo a tomar 

vide güena coyontura, 

y a mí no me gusta andar  

con la lata a la cintura. 

Ya conoce, pues, quién soy; 

tenga confianza conmigo: 

cruz le dio mano de amigo, 

y no lo ha de abandonar; 

juntos podemos buscar 

pa los dos un mesmo abrigo.  

Andaremos de matreros 

si es preciso pa salvar; 

nunca nos ha de faltar 

ni un güen pingo pa juir, 

ni un pajal ande dormir, 

ni un matambre que ensartar.  

Y cuando sin trapo alguno 

nos haiga el tiempo dejao, 

yo le pediré emprestao 

el cuero a cualquiera lobo, 

y hago un poncho, si lo sobo, 

mejor que poncho engomao. 

Para mí la cola es pecho 

y el espinazo es cadera 

hago mi nido ande quiera 

y de lo que encuentro como; 

me echo tierra sobre el lomo 

y me apeo en cualquier tranquera. 

Y dejo rodar la bola, 

que algún día se ha de parar... 

tiene el gaucho que aguantar 

hasta que lo trague el hoyo, 

o hasta que venga algún criollo 

en esta tierra a mandar.  

Lo miran al pobre gaucho 

como carne de cogote: 

lo tratan al estricote 

y si ansí las cosas andan, 

porque quieren los que mandan, 

aguantemos los azotes. 

¡Pucha! si usté los oyera, 

como yo en una ocasión 

tuita la conversación 

que con otro tuvo el Juez;  

le asiguro que esa vez 

se me achicó el corazón. 

Hablaban de hacerse ricos 

con campos en la fronteras, 

de sacarla más ajuera, 

donde había campos baldidos 

y llevar de los partidos 

gente que la defendiera.  

Todo se güelven proyectos 

de colonias y carriles, 

y tirar la plata a miles 

en los gringos enganchaos, 

mientras al pobre soldao 

le pelan la cucha... ¡ah, viles!  

Pero si siguen las cosas 

como van hasta el presente, 

puede ser que redepente 

veamos el campo disierto, 

y blanquiando solamente 

los güesos de los que han muerto.  

Hace mucho que sufrimos 

la suerte reculativa, 

trabaja el gaucho y no arriba 

porque a lo mejor del caso, 

lo levantan de un sogazo 

sin dejarle ni saliva.  

De los males que sufrimos 

hablan mucho los puebleros, 

pero hacen como los teros 

para esconder sus niditos: 

en un lao pegan los gritos 

y en otro tienen los güevos.  

Y se hacen los que no aciertan 

a dar con la coyontura: 

mientras al gaucho lo apura 

con rigor la autoridá, 

ellos a la enfermedá 

le están errando la cura. 


Escrito por Redacción


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