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El cine occidental no pierde ocasión para inocular en la mente de los cinéfilos o simples espectadores ocasionales del cine, la idea de que la Alemania nazi fue derrotada por Estados Unidos. La verdad es ocultada premeditada y tenazmente por los productores, guionistas, directores, actores, fotógrafos, montajistas, etc. Esto se presenta de forma sistemática e invariablemente por todos los que participan en las grandes, medianas y pequeñas producciones, como si fuera una ley, como si presentar a la Unión Soviética como la nación que venció a la más terrible amenaza que ha tenido el género humano en toda su historia fuera el peor de los pecados, la peor de las apostasías, el más deleznable de los perjurios. Solamente los directores y artistas dedicados al cine con verdadera objetividad y honestidad intelectual basadas en una auténtica independencia ideológica y política respecto a los grandes intereses de la plutocracia que domina a las grandes potencias imperialistas de Occidente llegan a producir, realizar y distribuir un cine que evita ser instrumento manipulador de los miles de millones de habitantes que se hallan bajo la férula de esas élites.
La cinta Jojo Rabbit (2022), del realizador neozelandés Taika Waititi, es un drama con tonos de comedia que narra las vicisitudes del niño alemán de 10 años Johannes Betzler (Roman Griffin Davis), quien pertenece a las juventudes hitlerianas y es adoctrinado junto a sus compañeros de grupo en los ideales del nazismo (odio hacia las razas “inferiores”, superioridad de la raza germánica, odio particular a los judíos, etc.). Johannes tiene un “amigo” secreto que es el mismísimo Adolf Hitler (Taika Waititi). Este Hitler imaginario todo el tiempo conmina a Betzler a llevar consecuentemente el orgullo alemán, a ser un ejemplo de niño con ideología nazi. Johannes, sin embargo, no se puede asimilar fácilmente esa ideología y conducta supremacistas. En alguna ocasión, el jefe del grupo de las juventudes hitlerianas le propone a Johannes, frente a todos sus compañeros, que le retuerza el pescuezo a un conejo que atraparon en el bosque, pero Betzler se niega; ante esa negativa, el jefe del grupo filonazista le retuerce el pescuezo al conejo, lo que provoca burlas de todos los presentes. A partir de ese momento, Johannes recibe el mote de Jojo Rabbit. Ya en la soledad de su habitación, Jojo Rabbit recibe el regaño de su “amigo” Hitler, quien lo conmina a reivindicarse ante las juventudes hitlerianas. De nuevo en el bosque, y frente a sus compañeros, decide lanzar una granada para demostrar su valor, pero la granada explota cerca de Johannes, provocándole heridas en el rostro y en otras partes del cuerpo.
La madre de Johannes, Rosie (Scarlett Johansson) ayuda a Betzler a ir superando las heridas físicas y morales. Rosie es una activista antinazi que reparte propaganda en contra de la guerra. En la casa de Rosie y Jojo vive, escondida en un zotano, una chica judía llamada Elsa Korr (Thomasin Mc Kenzie), quien fuera amiga de Inge, la hermana mayor de Johannes, ya fallecida). Se entabla una relación tirante entre Johannes y Elsa, pues la adolescente le va mostrando la falsedad de la ideología fascista. Un día, Johannes encuentra a su madre colgada en una plaza pública; ha sido ejecutada por los nazis.
Jojo Rabbit es un alegato antifascista y antisupremacista. Sin embargo, al igual que muchas películas realizadas en Occidente, faltan a la verdad cuando presentan a Estados Unidos como la nación que liberó a los países europeos y aplastó a la maquinaria hitleriana. La burguesía europea nunca ha sido verdaderamente antifascista. Hay que recordar a Winston Churchil (primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial), quien al ser informado en alguna ocasión de que estaban muriendo millones de soviéticos y cientos de miles de alemanes, dijo: “mientras se maten entre ellos, vamos ganando la guerra”.
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA