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Idea imperial de Carlos V, de Ramón Menéndez Pidal
El ensayo afirma que el hijo de Juana La Loca y Felipe El Hermoso gobernó el entonces imperio territorial más grande del mundo con base en la creencia de que su poder y normas de gobernabilidad habían sido puestas en sus manos por “orden de Dios”.
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En este ensayo, el escritor español (La Coruña, 1869-Madrid, 1968) afirma que el hijo de Juana La Loca y Felipe El Hermoso –es decir, Carlos V de Alemania y Carlos I de España– nacido y criado en Holanda, quien jamás habló alemán y solo algo de castellano, gobernó el entonces imperio territorial más grande del mundo con base en la creencia de que su poder y las normas de gobernabilidad habían sido puestas en sus manos por “orden de Dios” y que por esa razón debían ser acatadas de manera inapelable. Esta concepción, dice Menéndez Pidal, lo llevó a reprimir sin miramientos una rebelión agraria y municipal en la región de Castilla, a tomar por asalto el Estado Vaticano y apresar al papa Clemente VII en 1527, acción militar también conocida como el sacco (saqueo) de Roma.

O sea que en la “idea imperial” de Carlos V, así como en la de otros monarcas medievales –y los modernos que superviven en Europa y varias regiones del mundo– estaba vigente el principio teológico del poder que surgió del pensamiento mágico, componente psicológico generado a su vez por la necesidad humana de conocer el origen de la vida y el mundo, la que acaso es tan importante como comer. Esta actitud explica por qué en muchas personas subsiste hoy la idea de que los gobernantes son obra de la “voluntad divina” y que con ésta heredan bienes económicos, además de políticos.

El ejemplo más a la mano de la vigencia de este tipo de pensamiento primitivo se dio hace unas semanas en Inglaterra –uno de los países más avanzados desde el punto de vista civilizatorio, científico y tecnológico–, cuando buena parte de su población y su clase política celebraron los “70 años de reinado” de Isabel II, una señora a todas luces de irrelevante nivel intelectual y político, que en su juventud fue admiradora fanática del dictador nazi Adolfo Hitler. Estas lamentables expresiones individuales y masivas son prueba fehaciente de que en muchas naciones sigue operando con pasmosa eficiencia el mismo truco de los magos o brujos “traviesos” que hace 20 mil, 30 mil o 40 mil años gobernaron el mundo.

Otro análisis esclarecedor del libro de Menéndez Pidal –autor también de un estudio filológico sobre el Poema del Cid , una Historia de España (1935) y El idioma español en los primeros tiempos (1942)– es el de la oposición que existió entre la idea de poder “divinal” –heredada a España por el Imperio Romano en los primeros siglos de la era cristiana (del I al VI)– y la sustentada por el poder godo (gótico) que le fue impuesta durante el Sacro Imperio Romano Germánico (Siglos VIII-XIX), el cual se caracterizó por su “terrenidad”, patrimonialismo o pragmatismo.

Esta doble herencia explica por qué Martín Lutero surgió en Alemania; y también por qué en América Latina los gobiernos coloniales de España practicaron sistémicamente el “patrimonialismo godo” y solo algunos de sus personajes eventualmente recurrieron al “imperialismo divinal o humanista” al modo de fray Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga, quienes se opusieron a la explotación laboral esclavista sobre las naciones indígenas de Mesoamérica. 


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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