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El sacerdote Francisco Xavier Alegre nació en 1729 en Veracruz y murió en 1788 cerca de Bolonia, Italia. Fue expulsado de México en 1767 por órdenes de la corona española e, igual que muchos de sus compañeros en el exilio, se dedicó a escribir sobre su país y otro tipo de textos. Tradujo al latín la Iliada, de Homero; fue autor del poema épico Alexandriada y dos libros en prosa: Instituciones teológicas e Historia de la Compañía de Jesús en la Nueva España. De los nueve ensayos que Gabriel Méndez Plancarte reprodujo en su antología Humanistas del Siglo XVIII, cinco indagan distintas expresiones de “autoridad” humana: intelectual, física, social, civil y religiosa. En el caso de los cuatro primeros, escribe que la autoridad emana de las comunidades sociales organizadas y, en el de las “unciones” que el jefe de la Iglesia Católica Romana daba a los “príncipes cristianos”, afirma que eran una “simple expresión de honor o piedad” otorgada al Papa y que no procedían del “derecho”.
Esta moderna visión de Alegre, propiciada por la lectura de filósofos ingleses y enciclopedistas franceses, es particularmente notoria en el primer ensayo subtitulado Origen de la autoridad. No es la superioridad intelectual, mediante el cual reivindica la igualdad entre los seres humanos independientemente de sus aptitudes mentales, ya que la “desigualdad de ingenios” –pues unos son “torpes y tardos, otros agudos y perspicaces”– no otorga a unos el derecho a mandar sobre otros, ni debe dar ocasión a la “desigualdad política”. Ésta, entre los hombres, tampoco puede ser propiciada por la “superioridad física o fisiológica” como lo propuso Dionisio de Halicarnaso en el Siglo I antes de nuestra era y Thomas Hobbes en el XVIII –postulante del derecho natural– porque la ley del más fuerte es “de naturaleza animal, que es común entre los brutos, pero no es naturaleza racional”.
El tercer ensayo del filósofo mexicano lleva como subtítulo La autoridad se funda en la naturaleza social del hombre, pero su origen próximo es el consentimiento de la comunidad. En este texto, Alegre sostiene que las tribus u hordas, a diferencia de los brutos, sintieron la necesidad de organizarse en sociedades civiles para superar los intereses individuales que, por naturaleza, son contrarios y para, asimismo, buscar el “común sufragio de la multitud”, defenderse de enemigos comunes y establecer un “imperio o régimen democrático”. Por ello, en la parte final de sus reflexiones sobre el origen de la autoridad, indica: “Todo imperio (gobierno) por tanto, de cualquier especie sea, tuvo su origen en una convención o pacto entre los hombres. Porque ningún reino –bien lo dijo Samnuel Pufendorf–nació de la guerra o la mera violencia, aunque muchos con guerras se hayan acrecentado”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural