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Con la conquista, la ancestral sabiduría mesoamericana comenzó un largo periodo de clandestinidad y resistencia. “Cristianizados” los territorios mayas, fue sistemática la destrucción de monumentos de la gran cultura vencida; pero siempre se salva algún vestigio de la pasada grandeza, y ésta no fue la excepción.
Los sacerdotes de los antiguos cultos, “educados” en los monasterios, aprendieron la lengua y la escritura europea, volcaron en secreto los antiguos mitos, las consejas transmitidas de una generación a otra, la cosmovisión de sus mayores, transmitiéndolos en secreto a sus descendientes. Con el tiempo, estos yanaltés, o libros sagrados, fueron apareciendo; ocultos como semillas esperando el tiempo bueno para florecer, algunos corrieron la suerte de caer en manos de eruditos enamorados de la grandeza maya; ellos los copiaron, reprodujeron y divulgaron; es el caso de El Libro del Chilam Balam, que en distintas versiones ha sido descubierto en numerosas localidades del área de influencia maya como Maní, Tizimín, Kaua, Ixil, Tekax, Nah, Tusik y aun se tienen referencias de otros Chilames de Teabo, Peto, Nabulá, Tihosuco, Tixcocob, Telchac, Oxkutzcab y Hocabá (*).
El Libro del Chilam Balam de Chumayel debe su nombre a su probable compilador, un sacerdote llamado Chilam Balam. Chilam significa “El de la boca” es decir, El Profeta, que vendría a ser el Profeta Jaguar, noble o sacerdote autorizado para hablar en nombre de todos. Por eso no resulta sorprendente que este libro sagrado inicie con el capítulo llamado Libro de los linajes, que hace la relación de los antiguos territorios y asentamientos, así como las circunstancias de su ocupación y de los hombres que en ellos habitaron. Asombrosa es también la forma en que cierra esta parte el autor (individual o colectivo) de este monumento literario: “Ya todo pasó”, dice el Profeta Jaguar, y tal vez no todo haya sido malo, ya vendrán otros que reinterpreten los hechos, en otro tiempo; y para los descendientes de los sacerdotes mayas escribe él, aquellos que miren hacia el pasado y comprendan por fin lo ocurrido, preservando la memoria de este gran pueblo.
“Ésta es la memoria de las cosas que sucedieron y que hicieron. Ya todo pasó. Ellos hablan con sus propias palabras y así acaso no todo se entienda en su significado; pero, derechamente, tal como pasó todo, así está escrito. Ya será otra vez muy bien explicado todo. Y tal vez no será malo. No es malo todo cuanto está escrito. No mucho hay escrito a cuenta de sus traiciones y de sus alianzas. Así el pueblo de los divinos Itzaes, así los de la gran Itzmal, los de la gran Aké, los de la gran Uxmal, así los de la gran Ichcaansihó. Así los nombrados Couoh también. Verdaderamente muchos eran sus ‘Verdaderos Hombres’ (**). No para vender traiciones gustaban de unirse unos con otros; pero no está a la vista todo lo que hay dentro de esto, ni cuánto ha de ser explicado. Los que lo saben vienen del gran linaje de nosotros, los hombres mayas. Ésos sabrán el significado de lo que hay aquí cuando lo lean. Y entonces lo verán y entonces lo explicarán y entonces serán claros los oscuros signos del Katún. Porque ellos son los sacerdotes. Los sacerdotes se acabaron, pero no se acabó su nombre, antiguo como ellos”.
La férrea voluntad de explicar los acontecimientos a que asistía, el sometimiento económico y espiritual y el dolor de un pueblo conquistado, todo esto se refleja en el siguiente pasaje; y también la esperanza de restitución del mundo que conoció:
“Solamente por el tiempo loco, por los locos sacerdotes, fue que entró a nosotros la tristeza, que entró a nosotros el cristianismo. Porque los muy cristianos llegaron aquí con el verdadero Dios; pero ése fue el principio de la miseria nuestra, el principio del tributo, el principio de la limosna, la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio de la esclavitud por las deudas, el principio de las deudas pegadas a las espaldas, el principio de la continua reyerta, el principio del padecimiento. Fue el principio de la obra de los españoles y de los padres, el principio de usarse los caciques, los maestros de escuela y los fiscales. ¡Que porque eran niños pequeños los muchachos de los pueblos, y mientras, se les martirizaba! ¡Infelices los pobrecitos! Los pobrecitos no protestaban contra el que a su sabor los esclavizaba, el Anticristo sobre la tierra, tigre de los pueblos, gato montés de los pueblos, chupador del pobre indio. Pero llegará el día en que lleguen hasta Dios las lágrimas de sus ojos y baje la justicia de Dios de un golpe sobre el mundo. ¡Verdaderamente es la voluntad de Dios que regresen Ah-Kantenal e Ix-Pucyolá, para roerlos de la superficie de la tierra!”.
*Prólogo de la Doctora Mercedes de la Garza Camino a la traducción del Libro de los libros del Chilam Balam.
** Halach-uinic. Rey o Gran Jefe.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.