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El triunfo de la Revolución Rusa en 1917 fue uno de los sucesos más importantes del siglo XX sobre todo para quienes, al igual que los bolcheviques, creían fervientemente que una sociedad más justa y equitativa no solo era posible sino necesaria. El cambio de la clase en el poder trajo consigo un sinfín de cambios más en esa nación. En la producción literaria se dio uno de ellos.
Las nuevas ideas y propuestas del gobierno socialista fueron difundidas en el interior de la Unión Soviética, pero con el paso del tiempo se hizo urgente la necesidad de que aquéllas traspasaran las fronteras. La hazaña de los comunistas rusos y, sobre todo el ideario marxista-leninista que había sido la base de tal acontecimiento histórico, debía ser conocida por el mundo entero. La traducción a diversos idiomas de los textos ya existentes, la reproducción de libros que estaban censurados en los países capitalistas, o la propagación de la vida comunista, tenían que ser conocidas por los proletarios del mundo.
Es decir, la tarea no solo era escribir a favor del marxismo y el comunismo, sino lograr que los nuevos textos fueran leídos por millones de personas, pues durante la Guerra Fría la lucha ideológica era imprescindible y había que darla. En 1931 se fundó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) la Editorial de los Trabajadores Extranjeros, que en 1939 cambió su nombre a Ediciones en Lenguas Extranjeras y en 1963 fue rebautizada como Editorial Progreso.
La calidad de los contenidos fue, en muchos casos, superior a todo lo que se difundió anteriormente; el material del que estuvieron hechos los libros era resistente y el precio muy accesible. Además, resultaba curioso, y quizá hasta atractivo, que en cada ejemplar el editor pidiera al lector que remitiese a las oficinas de Moscú su opinión o sugerencia sobre la traducción de la obra que leía. Las traducciones de los libros soviéticos se hicieron en 51 idiomas. Entre los libros de mayor divulgación estuvieron las obras escogidas de Marx, Engels, Lenin y también, por supuesto, las novelas de mayor relieve del realismo socialista, que lograron transmitir, entre muchas otras cosas, el valor de los revolucionarios rusos: Campos roturados (1932), Un hombre de verdad (1950), Así se templó el acero (1934), La joven guardia (1946), etc.
Hubo un tiempo en que se dijo que la lectura de un libro de esta editorial bastaba para que su lector fuera considerado revolucionario. Pero, como dijo Marx, la ideología dominante será la de la clase dominante y, desgraciadamente, la desaparición de la URSS significó también la desaparición de Editorial Progreso, o por lo menos su carácter revolucionario. En 1991, el Estado ruso retiró todo apoyo a la empresa y estuvo a punto de desaparecer; fue privatizada, poco más de la mitad de sus trabajadores fueron despedidos; se acabaron las traducciones a otras lenguas, su distribución se restringió y la edición de las obras políticas desapareció.
Todavía pueden hallarse algunos libros de la Editorial Progreso con su invitación para el envío a Moscú de las opiniones sobre el contenido y la traducción de los textos, pero esa dirección ya no existe, como no existe la Unión Soviética. No importa. Si sus manos poseen algún ejemplar, sepa que es una prueba palpable de lo que puede hacer el pueblo cuando gobierna y que, a pesar de que algunos tachen a muchos de estos textos de panfletarios, no debemos ignorar en ningún momento que están orientados a mostrar a los explotados que un mundo mejor es posible.
Editorial Progreso
Vania Mejía
El triunfo de la Revolución Rusa en 1917 fue uno de los sucesos más importantes del siglo XX sobre todo para quienes, al igual que los bolcheviques, creían fervientemente que una sociedad más justa y equitativa no solo era posible sino necesaria. El cambio de la clase en el poder trajo consigo un sinfín de cambios más en esa nación. En la producción literaria se dio uno de ellos.
Las nuevas ideas y propuestas del gobierno socialista fueron difundidas en el interior de la Unión Soviética, pero con el paso del tiempo se hizo urgente la necesidad de que aquéllas traspasaran las fronteras. La hazaña de los comunistas rusos y, sobre todo el ideario marxista-leninista que había sido la base de tal acontecimiento histórico, debía ser conocida por el mundo entero. La traducción a diversos idiomas de los textos ya existentes, la reproducción de libros que estaban censurados en los países capitalistas, o la propagación de la vida comunista, tenían que ser conocidas por los proletarios del mundo.
Es decir, la tarea no solo era escribir a favor del marxismo y el comunismo, sino lograr que los nuevos textos fueran leídos por millones de personas, pues durante la Guerra Fría la lucha ideológica era imprescindible y había que darla. En 1931 se fundó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) la Editorial de los Trabajadores Extranjeros, que en 1939 cambió su nombre a Ediciones en Lenguas Extranjeras y en 1963 fue rebautizada como Editorial Progreso.
La calidad de los contenidos fue, en muchos casos, superior a todo lo que se difundió anteriormente; el material del que estuvieron hechos los libros era resistente y el precio muy accesible. Además, resultaba curioso, y quizá hasta atractivo, que en cada ejemplar el editor pidiera al lector que remitiese a las oficinas de Moscú su opinión o sugerencia sobre la traducción de la obra que leía. Las traducciones de los libros soviéticos se hicieron en 51 idiomas. Entre los libros de mayor divulgación estuvieron las obras escogidas de Marx, Engels, Lenin y también, por supuesto, las novelas de mayor relieve del realismo socialista, que lograron transmitir, entre muchas otras cosas, el valor de los revolucionarios rusos: Campos roturados (1932), Un hombre de verdad (1950), Así se templó el acero (1934), La joven guardia (1946), etc.
Hubo un tiempo en que se dijo que la lectura de un libro de esta editorial bastaba para que su lector fuera considerado revolucionario. Pero, como dijo Marx, la ideología dominante será la de la clase dominante y, desgraciadamente, la desaparición de la URSS significó también la desaparición de Editorial Progreso, o por lo menos su carácter revolucionario. En 1991, el Estado ruso retiró todo apoyo a la empresa y estuvo a punto de desaparecer; fue privatizada, poco más de la mitad de sus trabajadores fueron despedidos; se acabaron las traducciones a otras lenguas, su distribución se restringió y la edición de las obras políticas desapareció.
Todavía pueden hallarse algunos libros de la Editorial Progreso con su invitación para el envío a Moscú de las opiniones sobre el contenido y la traducción de los textos, pero esa dirección ya no existe, como no existe la Unión Soviética. No importa. Si sus manos poseen algún ejemplar, sepa que es una prueba palpable de lo que puede hacer el pueblo cuando gobierna y que, a pesar de que algunos tachen a muchos de estos textos de panfletarios, no debemos ignorar en ningún momento que están orientados a mostrar a los explotados que un mundo mejor es posible.
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Escrito por Vania Mejía
COLUMNISTA