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La demagogia, es decir, la práctica política consistente en halagar u ofrecer concesiones poco significativas a la masa electoral con tal de ganar o conservar el poder, es casi tan vieja como la humanidad dividida en clases. Los griegos y los romanos clásicos fueron los primeros en ver a los grandes especialistas en esta práctica política al frente de Estados cuyas raíces descansaron en el engaño y en el halago al pueblo o al ejército, pero cuyas palabras no pasaban a los hechos.
La demagogia sobrevivió al fin de las civilizaciones antiguas. Con el paso del tiempo se ha reproducido constantemente. Por ejemplo, para ganarse la buena fe de sus compatriotas, Napoleón impulsó periódicos y artistas que pintaron a los ojos de los franceses la grandeza de su imperio, incluso hubo ocasiones en que Francia estuvo al borde del fracaso. En esa misma época, el virrey Francisco Venegas, quien enfrentó en 1810 la revolución de Independencia de la Nueva España, abolió el tributo indígena para restar fuerza a los rebeldes mexicanos, mayoritariamente indios.
Un elemento clave para que un demagogo recoja buena cosecha es la existencia de condiciones que permitan el desarrollo de sus capacidades. Es decir, que haya una situación en la que halagos, promesas y pequeñas concesiones sean acogidos plenamente por la masa que elegirá o sostendrá al demagogo. En los casos antes dichos, Francia se hallaba relativamente exhausta por la guerra, pero con un estado ávido por engrandecer sus fronteras. Para este objetivo se necesitaban hombres de armas y una forma relativamente ágil de ganarlos para poner ante sus ojos una nación victoriosa y encarnada en un emperador.
En el segundo caso existía una población pobre con mayoría trabajadora indígena, que a la par de recibir sueldos de muerte, sufría hambrunas esporádicas, sequías, epidemias incontrolables y el cobro de un tributo virreinal que restaba aún más sus ingresos familiares. En su desesperación, estos hombres se convirtieron en pilares de la insurrección. Para evitarlo el virrey quiso abolir el tributo, así como otorgar indultos y garantías a los insurrectos en el caso de que se unieran a su causa.
Sin embargo, la sociedad cambia y los pueblos no permanecen engañados si su vida sigue siendo igual o más miserable que antes. Llega, pues, el momento en que el político pintor de futuros edulcorados cae irremediablemente. Los hombres lo dejan de lado y la historia sigue su curso, tal como pasó en la Francia postnapoleónica o el México independiente.
Los mexicanos del siglo XXI están molestos en su situación desigual, en la que no hay justicia, ni garantías y la seguridad solo reina para los más ricos. Este ambiente lo ha propulsado el Estado nacional, la clase política que, dirigiéndolo, no ha dedicado sus esfuerzos al bien del pueblo desde hace ya varias décadas. Así que en cuanto se presentó a los mexicanos una propuesta que hablaba de acabar con los males de la sociedad desde el primer día de la Presidencia, ya terminando con la corrupción y recortando los salarios de los empleados estatales, votaron por esa promesa.
Pasaron las elecciones. Morena comenzó a dirigir el país, pero no es cierto que desde el inicio empezara la transformación de México. Todo empezó a agravarse progresivamente cuando algunas medidas implementadas –entre ellas la reducción de salarios y personal de dependencias estatales; la interrupción del abasto de gasolina para acabar con el huachicol; los recortes presupuestales a las entidades federativas desde el Gobierno Federal; el acoso a las organizaciones populares, etc.– evidenciaron que la alternativa prometida era falsa.
En resumen: la situación es realmente preocupante. Pero en este nuevo panorama, el gobierno no solo ha aumentado el dinero para difundir una imagen lavada de su partido, sino que va a la carga con sus anuncios sobre pretendidas reparticiones de becas y dineros a las familias. La situación nacional no está cambiando; entonces, podría pasar que en algún tiempo caiga el velo de la demagogia morenista.
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.