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El 1° de julio de 2018 acudieron a las urnas 30.11 millones de votantes que confiaron en el proyecto de la llamada “Cuarta Transformación”. El barco de “la esperanza de México” fue abordado por gente de todos los sectores y estratos, entre los que destacó el artístico. Gael García Bernal, Diego Luna, Susana Zavaleta, Demian Bichir, Héctor Bonilla, Elena Poniatowska, Sabina Berman y Damián Alcázar fueron algunos de los nombres que más sonaron en la campaña lopezobradorista, pero la lista es más larga. A casi un año de ese triunfo, algunos han cambiado de opinión.
No es un secreto que la administración de la Secretaría de Cultura se ha mostrado incompetente en su labor. Todo comenzó en diciembre, cuando se dio a conocer el proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación de 2019, que planteaba una reducción de mil millones de pesos en comparación con el presupuesto del año anterior. El gremio artístico se desconcertó y se manifestó. Después, a principios de año, fueron despedidos algunos empleados del Fonca, la Biblioteca Vasconcelos, el INAH y el INBAL. En el Fonca se suspendió el primer encuentro de Jóvenes Creadores y se retrasaron los pagos. Hace unas semanas, además, la senadora Jesusa Rodríguez criticó el financiamiento del Estado a artistas y propuso la desaparición de las becas por considerarlas un “privilegio”. Otro afectado fue Isaac Hernández, el primer bailarín mexicano en recibir el Benois de la Danse, quien llevaba ocho años organizando la gala Despertares y este año no consiguió recursos federales para financiar su proyecto. La lista podría seguir, así como continúan los meses sin un Plan Nacional de Cultura.
La comunidad artística está inconforme y no es para menos. Muchos de los arriba mencionados ahora se manifiestan en contra de las políticas culturales del gobierno que ellos eligieron y tal hecho debería preocupar no solo a AMLO sino a la sociedad entera. Es claro que estos artistas pertenecen a la izquierda tradicional, la que se dice preocupada por los males sociales, pero que poco ha hecho por resolverlos de raíz; algunos de ellos deben sus logros a los apoyos que les ha otorgado el Estado y hasta que ven afectados sus intereses piensan en manifestarse.
La realidad es que el arte que ellos producen no busca ayudar a la gente pobre a entender los problemas de nuestro país, sino que es una mercancía que les reditúa fama y nada más. Claro que hay sus excepciones, pero desgraciadamente son los menos. Sí, varios se bajaron del barco, pero Poniatowska y Berman no lo han hecho y siguen siendo asiduas defensoras del actual Gobierno. Basta ver a cuánto ascienden sus salarios en tiempos de “austeridad” para comprender por qué.
México no necesita más de lo mismo. Ni artistas vendidos al Estado, ni los que solo luchan cuando se sienten agredidos. Ya está demostrado que sirven para muy poco. La labor artística es fundamental para cualquier país porque educa, sensibiliza y hace felices y libres de pensamiento y espíritu a los hombres. Sí, hay que defender las prácticas culturales y artísticas en nuestro país, pero no solo porque sean expresión de labores profesionales, sino porque son vitales para nuestro pueblo, al que nos debemos porque, como dijo Roque Dalton: “Estamos con el hombre, porque antes, muchísimo antes que poetas, somos hombres”.
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Escrito por Vania Mejía
COLUMNISTA