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El arte se converte en un poderoso instrumento de concientización y sensibilización del pueblo cuando refleja los problemas más grandes y agudos de las masas trabajadoras. Pero para que el arte penetre en la conciencia y sensibilidad de éstas debe reflejar lo que es característico de los seres humanos, las clases sociales o las distintas formas de organizacián social en el ámbito de lo universal. Ese carácter esencial es lo que hace del arte algo perenne, algo permanente. Si los poemas homéricos –La Iliada y La Odisea– han permanecido como grandes monumentos artísticos, es precisamente por su carácter paradigmático, eso universal que sigue cautivando a las mentes de miles de generaciones. Si Balzac con sus novelas se ha mantenido indeleble en la literatura universal se debe a que tal vez, como ningún otro escritor, reflejó el alma de la clase que se encumbró en el poder económico, social y político a partir de las grandes revoluciones burguesas. Si Charles Chaplin sigue siendo el genio y maestro de la cinematografía mundial, se debe a que en su personaje Charlot se reflejan las expresiones más genuinas del sufrimiento, la marginación y la explotación del proletariado mundial.
Tarahumara (1965), de Luis Alcoriza, es la cinta más universal y paradigmática del realizador nacido en España y naturalizado mexicano. Este filme fue, asimismo, el más censurado, pues se sabe que más de 30 minutos de sus secuencias originales fueron eliminadas por órdenes del gobierno de ese entonces porque incluían críticas a las instituciones encargadas de resolver los problemas agrarios y sociales de los pueblos indígenas. Antes de filmar Tarahumara, Alcoriza se dedicó varios meses a estudiar la etnia rarámuri –conocida también como tarahumara– pues aspiraba a dar un reflejo claro y preciso de sus costumbres y su situación social. Y es que en el México de los años 60, un cuarto de siglo después del reparto agrario que el general Lázaro Cárdenas realizó durante su gobierno (1934-1940), el campo sufría una reversión debida a que las inexorables leyes del mercado habían logrado concentrar millones de hectáreas de tierra en manos de grandes terratenientes; los ejidos, las comunidades y los pequeños propietarios no podían competir con el nuevo capital agrario. El despojo a los núcleos indígenas empezó desde la Colonia Española y en el periodo de Porfirio Díaz alcanzó su mayor expresión y auge en muchas regiones del país. Los rarámuris no fueron la excepción y desde entonces se han mantenido arrinconados en las agrestes barrancas de la Sierra de Chihuahua y lejos de las tierras más productivas que tiempo atrás habían sido suyas. Por ello continúan hoy sufriendo miseria y hambre.
La historia de Tarahumara se centra en la actividad del antropólogo Raúl (Ignacio López Tarso), quien llega a la Sierra de Chihuahua a estudiar y buscar solución a los problemas de los rarámuri. A través de Tomás (Erick Del Castillo), Raúl conoce a Corachi (Fernando Fernández), indígena que tiene mucha influencia entre los miembros de su pueblo; Raúl traba amistad con Corachi y poco a poco se da cuenta que su vida empieza a tener un sentido diferente al que había tenido en la ciudad, y que éste los orienta hacia el sentido de la justicia. Raúl defiende a los rarámuris de las ambiciones de los chabochis (blancos y mestizos) que han estado despojándolos de sus tierras; defensa que paga con su vida cuando lo asesinan mientras trepa unos riscos. Tarahumara tiene el sello del mejor cine mexicano. Hoy es muy difícil ver este cine de denuncia social. El arte rara vez sirve de vehículo para evidenciar al neoliberalismo, sistema opresor de las grandes masas empobrecidas, castigadas por los distintos flagelos derivados de este orden social: desempleo, hambre, delincuencia, etc. Tarahumara es, sin duda alguna, el mejor filme de Alcoriza.
El teatro, un arte que debe despertar al pueblo
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA