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Nació en Barcelona, España, el 28 de enero de 1915. Su infancia estuvo marcada por las tragedias familiares y sus problemas de salud: tres de sus hermanos murieron muy pequeños y ella enfermó de nefritis a los nueve años. Como consecuencia, recibió clases en su domicilio y apenas fue a la escuela. Su formación fue variada. Estudió idiomas, pintura, comercio, música, dibujo y literatura, en esta última descubriría su auténtica vocación. Imprimió sus primeros poemas con catorce años en las publicaciones catalanas La noticia y La dona catalana.
En 1938 publicó su primer poemario titulado Rutas, que seguía la corriente modernista. Su segundo poemario, conformado por poemas de vivencias pasadas, se tituló Poemas de la Plaza Real que se publicó en 1987 y le dio el Premio de Poesía Anjaro. En la década de 1940, bajo el seudónimo de “Amanda Roma”, publicó novelas rosas para la revista colombiana Cromos. Su producción lírica continuó con La pasión desvelada (1946), breve libro compuesto por doce poemas amorosos; Ardiente voz (1948) que la catapultó al reconocimiento. Más tarde, con el extenso poema narrativo Polvo en la tierra ganó el Premio de Poesía Boscán en 1949. Cultivó el género narrativo en volúmenes como Narraciones para la juventud (1945), Canto rodado (1942), Una alondra en la casa (1943), Nido de vencejos (1944), Nina (1949), y Algo muere cada día (1955).
Retomó la creación lírica con El viento (1951) y La tristeza (1953), distinguido con el Premio Adonáis. Ambos poemarios tienen en común la indagación en torno a la fugacidad de la vida y el inexorable paso del tiempo a partir de los recuerdos y las vivencias personales. Falleció el 21 de diciembre de 1990.
Sed
¿Por qué esta voz antigua desvelada y ardiente
que me sube a los labios cuando quiero cantarte?
¿Por qué he de buscar el viejo acento griego
para decirte que te amo?
Daré mi voz al río que mece tu existencia,
al viento delicado que orea tu ignorancia.
Quizás ella consiga huracanar tu sangre
en férvida borrasca de deseos
y te arrebate al sobrio mundo tuyo
para clavarte vivo en mi locura.
Tú jamás me miraste con tus ojos humanos.
Ignoras todavía que soy morena y pálida
que tengo un ritmo arcaico de danzarina ibera.
Desconoces mi sueño fabuloso y magnífico,
la sed que como un nudo me ciñe la garganta.
Estás ciego a mi gracia, sordo al supremo canto
que para ti concibo.
¡Ah, déjame quererte con toda la potencia
de mi sangre mezclada y generosa!
¡Por mis antepasados helénicos y hebreos,
por aquellos latinos celtíberos que me dieron su sangre,
bien merezco que gustes de besarme la boca!
Sola estoy en la selva de mi mortal fatiga,
exhausta de esperarte.
¡Dime qué mal sin nombre me acongoja la vida!,
¡dime qué fuego es éste
que tú enciendes en mí, como un reguero
de sol desde mi nuca a mis rodillas!
¿Es para siempre ya mi amor? ¿Acaso
te irás de mí como se van los sueños,
los pájaros, los días?
Me quisiera morir prieta a tu cuerpo,
ceñida por tu brazo duro y joven,
abrasada de sed y respirando
tu olor a varón limpio y admirable.
Compañeros
Mal vestido y triste,
voy caminando por la calle vieja
A. Machado
Y yo te acompaño. Voy contigo. Hablamos.
No nos separa nada: ni distancia, ni sexos.
Vamos del brazo juntos, caminando
como dos compañeros.
A veces te detienes. Levantas la cabeza.
Miras, sin ver, el cielo.
Y es como una cascada
de luz sobre mis hombros tu silencio.
Sonríes contemplando
la inmensa soledad del campo abierto,
y dices algo hermoso
sobre el río, los álamos, el pueblo…
Desdén
Después de todo, tú no me haces falta.
Al fin, ¿quién eres tú? Nervios y sangre,
carne que ha de podrirse en el sepulcro;
un puñado de polvo solamente.
Si he de morir después de haberte amado
¿la muerte me será más llevadera?
¿Qué haré en la tumba con tus dulces besos
temblándome en la boca descarnada?
¿Podré seguir soñando? ¿Habrás de darme
nueva vida quizá? ¡Eres tan poco!
Nada importa que alientes si algún día
has de dejar de ser. Hoy eres fuerte.
Mañana jugará un niño en el campo
con tus huesos antiguos, destruidos.
¿Para qué un alma que no tienes,
que no tendrás jamás? ¡No me haces falta!
Voy recogiendo pálidas estrellas,
hierba estelar con qué formar mi tumba.
Allá, en las sombras, tú estarás inmóvil.
¡Mas yo me agitaré en las margaritas!
Diciembre
Si un día rompo a cantar,
todo cantará conmigo.
Esta mudez de los campos
se rasgará con mi grito.
Las nubes vagan sin prisa
desnudándome el camino.
¡Qué desolado horizonte
en este mes de los fríos!
Hay un revuelo de escarcha
sobre los jóvenes pinos.
Diciembre levanta un cáliz
de pájaros en exilio.
Yo dormida, voy soñando
dulces lares encendidos...
Cada vez que levante los ojos...
Cada vez que levante los ojos
beberé toda el agua del cielo.
Su agua azul, temblorosa de pájaros,
se me irá derramando por dentro.
Y allá donde las sombras mezquinas
me despierten un mal pensamiento,
allá donde se agiten las alas
nocturnas y vagas de tristes deseos,
formará el claro río una charca
de profundo y tersísimo espejo,
zodiacales los signos en torno,
y la estrella de Sur en el centro.
Y si un día me siento agobiada
de tener tanto cielo en el pecho
me hundiré en una charca clarísima
con un rayo de sol en el cuello.
Suicida de azules riberas,
yaceré sobre un lodo arcangélico.
Un reposo de miles de años
me estará acariciando los huesos...
Apenas ayer mismo
¿Me reconocéis?
Hace poco, apenas ayer mismo,
yo era una muchacha
con una grave voz de adolescente,
un cándido amor por la vida,
una crédula fe.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo llevaba un traje de colegiala,
un lazo azul celeste sobre el pecho,
una cartera de cuero bajo el brazo,
me sabía de memoria todos los cuentos de hadas,
tenía amigas
con calcetines blancos…
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo acunaba a un niño pequeño entre mis brazos,
besaba a un hombre por primera vez,
obedecía las órdenes de mi madre,
dibujaba anagramas en las sábanas de boda.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo, yo era una mujer joven…
Escrito por Redacción