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Romance de la muerte
“¡Ay la traición que te ronda
con finos pasos de seda!
¡Ay la muerte que va a herirte
por la espalda, Lina Odena!”…
¿Por qué no lo dijo el Sol?
¿Por qué mudas las estrellas
quedaron cuando saliste
con los ojos en dos vendas?
A los moros te llevaron
como una niña indefensa.
Donde tu sangre cayó
dicen que aún llora la tierra.
Muerta fue que te cogieron
y te violaron ya muerta,
cuando una bala habías puesto
a dormir en tu cabeza.
Allí quedó tu fusil,
callado, en la carretera…
Granada vio tu cadáver
arrastrado por sus piedras,
tu cuerpo sin vida en manos
de la Legión Extranjera
¡y se ha quedado Granada
temblorosa de vergüenza!...
Lina Odena, Comandante;
Camarada, Lina Odena,
jefe de la juventud
de España y toda la tierra:
El camino que tú hiciste
ya lo hará la gente nuestra.
Ya lo harán los nuestros, vivos,
como tú lo hiciste muerta:
Ciudad que guarda tus huesos
no puede Franco tenerla,
¡por el honor de Granada
y el honor de España entera!
Donde la lluvia sabe a acero
Donde la lluvia sabe a acero y lágrimas
y las palabras maduran empapadas
y un color verdi-sangre se levanta
y crece sobre la tierra y viaja
entre sirenas y metralla y alas.
Donde se olvidan nombres y se confunden razas
y los claveles no están sino en la espalda,
en el hombro, en el sitio que enamora una bala
y hombres de todas partes y lenguas, apretadas
las manos de idéntica esperanza
mueren y viven juntos, mirándose las caras.
Donde pasa el milagro y el dolor se desgaja
en rayos de tormenta, de cólera y manzanas,
allí, no tengo que decirlo: España.
Ruedan ojos azules y negros por las casas
y por las calles piernas y bocas. Apagadas
sonrisas sin dueños, dientes, vagan
por talleres vacíos, por juegos que descansan.
Fuego y locura destruyendo calma.
Niñez rota, pueblo sin garganta
de madre alegre, pueblo herido. ¡España!
Tibias, radios pequeños que en sangre sobrenadan.
Quince mil cráneos dulces destrozados. ¡España!
España, niños muertos, mujeres calcinadas
y de labios al aire, la confianza.
Donde asienta la vida su palabra
más derecha y los músculos más alegres se alzan
en el rítmico acento de mañana,
donde todos los hombres su dignidad rescatan
y la amistad regresa como una flor intacta
mientras la angustia corre, como el agua,
conocida de todos. Donde no queda nada,
nadie, sin regazo dolorido, y se canta,
allí, no tengo que decirlo: España.
No pasarán
No pasarán nunca, porque si pasaran
sería como un muerto galope de troncos
sobre la esperanza;
sería como un flojo sonido de barro
que ahogara la risa;
un ciego camino de cuerpos deshechos.
Y se harían espadas los pinos y acero
la cara del aire
y en nuestra cintura se enredaría el odio.
¡No pasarán nunca!
Si pasaran, muda
sobre su sorpresa se fugaría el agua.
Se moriría el trigo
y sería de bronce la cara en los niños
y se abrirían pozos de miedo en los árboles.
Sombra de uniformes,
diamantes de espuelas incendiarían todo
matando la vida.
Ya no habría en la tierra sino polvo y sangre,
un enorme y negro cadáver de libros,
una mujer rota y un hombre quemado.
¡No pasarán nunca!
Tendría que en España no quedar un gesto
vertical ni un puño de venas intactas,
ni un grito salvado
ni una raíz libre viajando en la noche
ni un músculo recto sobre la confianza.
Tendría que un mar lento
de huesos quebrados ser tierra. ¡Tendría
que no haber ya España!
CANCIÓN DE LA VIDA PLENA
Que la vida tenga
siete dimensiones.
Que sea jinete rojo de la alegría
y llanto de niño.
Que sea larga como la pena de un negro,
tan larga como una prisión de fantasmas.
Que fatigue los rostros de todas las estrellas
y bailen sus pies libres
sobre todos los vientos.
Que comenzando en bronce acabe en luna
en luna vigorosa como un fruto
–¡la que reluce sobre las voces sin cansancio!–
y no en la desangrada por los viejos poemas.
¡Que sea marinera en barco sin anclas!
Que sus plantas cubran
todo el firmamento
y más que humana sea siendo humana.
Que haga Sol de su sombra
y de su nieve lumbre.
Las perlas son apenas
carbonato de calcio
y el barro, el barro es ¡pero hay quien puede
hacer que suene a plata!
Tú tienes niños, Madrid
Tú tienes niños, Madrid,
–¡quién, como tú, no los tenga!
Niños, para los aviones
de Franco, débiles presas.
Niños ciegos, mutilados,
lentos ríos de carne nueva
que el porvenir te naufragan
en su olor de fruta muerta.
“¡Tú tienes niños, Madrid!”
–Y todas las madres tiemblan
y la angustia eleva a ti
miles de manos abiertas–
“¡Tú tienes niños, Madrid!”
–Y el viento, herido, se quiebra
en un gran golpe de espanto
que hiela el ansia en las venas–
“Tú tienes niños, Madrid
niños que la muerte acecha!”…
Y hay un gran grito, un gran grito
que va a ti desde estas tierras,
que atraviesa las montañas
y los mares atraviesa:
Madrid, queremos que a ellos
nuestros pueblos los protejan.
Los niños son tu esperanza,
¡son tu esperanza y la nuestra!
Madrid tus niños… ¡Aquí!...
¡América los espera!
Mirta Aguirre
Nació en La Habana, Cuba, el 18 de octubre de 1912. Desde joven trabajó como activista política contra el gobierno de Gerardo Machado, militó en diversas agrupaciones feministas y comunistas que acabaron exiliándola a México. En 1939 regresó a su país y comenzó a escribir en varios medios como Cuba socialista, Casa de las Américas, Lyceum de La Habana, etc. Militó en el Partido Comunista de Cuba, en el Frente Nacional Antifacista y en la Sociedad Amigos de la URSS. Asistió a distintos congresos en el extranjero, como la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial en Nueva York y en el Congreso Mundial de Partidarios por la Paz, en París.
En sus últimos años ejerció como profesora en la Universidad de La Habana y como directora del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. Publicó varios artículos que aún no han sido compilados y cuatro poemarios: Presencia interior (1939), Juegos y otros poemas (1974), Arte de hoy (1980) y Doña Iguana (1982). Falleció el ocho de agosto de 1980.
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Escrito por Redacción