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Cada día queda más claro que la guerra en Ucrania la libran solo algunos ucranianos y algunos extranjeros para defender los intereses de Estados Unidos (EE. UU.). Es una guerra por encargo. Ucrania ha vivido en paz con Rusia. No hay ninguna duda de que Ucrania fue liberada de la espantosa ocupación de los nazis alemanes por el Ejército Rojo; que algunos de los dirigentes de la poderosa Unión Soviética, formados e impulsados por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), fueron ucranianos, tales son los casos de Nikita Kruschev y Leonid Brezhnev; que Nikita Kruschev, incluso, le cedió la región de Crimea, poblada con rusos, a Ucrania; que durante muchos años, Ucrania y Rusia fueron buenos socios económicos y políticos; y, para no alargarnos, que sin conflicto bélico de por medio, Ucrania se independizó de la Unión Soviética cuando así convino a los intereses de su élite dirigente.
¿Qué fue entonces lo que desató el conflicto actual? El cerco mortal que ha venido armando el imperialismo norteamericano en contra de Rusia (y de China también) incorporando a la Organización del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar bajo la dirección estrecha de EE. UU., incorporando, repito, a países que tienen frontera con Rusia y, en consecuencia, arrogándose el derecho de aprovisionarlos con todo tipo de armas, incluidas las bombas atómicas. La reacción defensiva de Rusia, que ahora se conoce como la guerra de Ucrania, es como la reacción de una familia a la que se le rodea la calle donde vive con gente armada que toma posiciones y cuyos miembros deciden salir a la calle a correr a los que la amenazan. Y todavía Rusia es atacada ferozmente en la prensa occidental y los medios de comunicación rusos y los de sus aliados, prohibidos para que el mundo no conozca su versión.
Nadie debe sorprenderse, en consecuencia, de que EE. UU. esté enviando armas y se proponga meterle miles de millones de dólares a la mentada guerra de Ucrania: 39.8 mil millones de dólares. En las altas esferas de EE. UU., la oposición no existe o está reducida a su mínima expresión. La democracia norteamericana, orgullo de los oligarcas norteamericanos, por su parte, implica que para llegar a un alto puesto de gobierno se necesita mucho dinero, mucho apoyo de los medios de comunicación y muchas influencias, condiciones que nunca reunirá un modesto trabajador. Eso explica que casi no haya voces críticas a la política oficial, lo que transmite la idea de que hay completa unanimidad.
La democracia mexicana funciona de manera similar. La campaña del partido Morena a la Presidencia de la República comenzó hace ya muchos meses y está a cargo nada menos que del Presidente de la República. Con el dinero que aportan los mexicanos por medio de sus impuestos, Andrés Manuel López Obrador, desde la mañanera y otros foros, lleva a cabo una propaganda sistemática para introducir en el ánimo de los votantes de 2024 a sus candidatos. Encabeza auténticos comerciales, muestra a sus incondicionales, dice que son trabajadores, honrados, eficaces y otras lindezas. Frente a esta catarata de publicidad elogiosa disparada desde las más altas tribunas que paga el pueblo mexicano, ¿qué posibilidad de competencia democrática tiene un ama de casa, un hombre que sale a vender pan en una bicicleta o un peón de una moderna parcela que produce zarzamora? ¿O un médico de los que ahora sataniza López Obrador? Ninguna, absolutamente ninguna. Las elecciones son para las clases ya encumbradas, reproducen y renuevan la dictadura de una clase social.
Pero siguiendo con el tema de las alertas que se escuchan en EE. UU., quiero referirme a las muy poco comunes declaraciones de un Senador de EE. UU., el señor Rand Paul, representante del estado de Kentucky. Debo decir que el señor alcanzó notoriedad porque se está tratando en el Senado norteamericano el apoyo a Ucrania por 39.8 mil millones de dólares y, para que el asunto fuera aprobado de inmediato sin mayores debates, era necesario que lo aprobaran los 100 Senadores por unanimidad y, a pesar de que su líder republicano estaba de acuerdo, el citado señor Rand Paul se opuso y el tema no pudo ser aprobado rápidamente y tendrá que seguir discutiéndose.
“Acogiéndome a mi derecho a oponerme –dijo el Senador– mi juramento del cargo es a la Constitución de EE. UU., no a una nación extranjera, y no importa cómo de compasiva sea la causa, mi juramento del cargo es a la seguridad nacional de EE. UU... No podemos salvar a Ucrania condenando a muerte a la economía estadounidense”. Con sus palabras, el señor Rand Paul acusa a sus pares de renunciar a servir a EE. UU. y ponerse al servicio de otra nación “condenando a muerte a la economía estadounidense” que, en efecto, no goza de la mejor salud.
Pero dijo más. “No siempre tenemos que ser el Tío Sam, el policía que salva al mundo, sobre todo cuando pasa con dinero prestado… con una deuda de 30 billones, EE. UU. no puede permitirse ser el policía del mundo”. El gobierno de EE. UU. tiene la deuda más grande del mundo, le debe dinero a Japón y le debe dinero a China, que son sus grandes acreedores. Invito al amable lector a asomarse a las página web que se haya bajo la denominación https://www.usdebtclock.org/ en la que se registra en tiempo real el insólito aumento que cada segundo que pasa sufre la deuda norteamericana.
Y ya encarrerado, el Senador Rand Paul se atrevió a comparar al EE. UU. de hoy con la Unión Soviética de la década de 1980. “Instó a la cámara a no olvidar que la Unión Soviética se disolvió en gran parte no solo porque hubiera sido derrotada militarmente, sino porque se quedó sin dinero –y añadió– en un intento de salvar a Ucrania, ¿condenaremos a EE. UU. a este tipo de futuro?” (Las declaraciones del Senador Rand Paul están tomadas de la nota de RT publicada el pasado 12 de mayo). Pero a pesar del férreo control de los medios de comunicación que ejerce EE. UU., también se colaron al conocimiento del público las declaraciones en Twitter del congresista Paul Gosar, quien consideró que Washington debería destinar esos recursos para superar los contratiempos que agobian a la economía estadounidense y no en una guerra contra Moscú. “Ucrania no es nuestro aliado –escribió–, Rusia no es nuestro enemigo. Necesitamos resolver nuestros problemas agobiantes de la deuda, inflación e inmigración. Nada de esto es culpa de Putin”.
Y todavía se quedó corto. Las masacres constantes de gente inocente y pacífica en la calle, en una escuela o de compras en centros comerciales de EE. UU., no ceden. Los titulares del periódico La Jornada del pasado 15 de mayo son muy elocuentes: Jornada violenta en EU durante fin de semana, registran 14 asesinatos en 4 balaceras… Hasta el momento, los ataques han dejado una cifra total de 14 personas muertas y más de una decena de heridos. Eso fue en Los Ángeles, California, Buffalo, Nueva York, Houston, Texas y Orange, California. Sí, tiene completa razón el congresista Paul Gosar, los problemas de EE. UU. son agobiantes.
Nadie debería sorprenderse, la economía y el Estado norteamericanos existen y trabajan para beneficiar a una minoría privilegiada que cada vez es más pequeña y, dentro de esta minoría, para enriquecer hasta la locura a los dueños de empresas que producen artículos y prestan servicios para la guerra. Al final de toda la cadena de sus preocupaciones, si bien le va, se encuentra el trabajador norteamericano que está sufriendo cada vez más. Si quieren sobrevivir, si todavía son sensibles a la realidad, los gobernantes de EE. UU. deberían atender esas voces de alerta. Son de algunos de los suyos. ¿Tendrán remedio?
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".