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En la Ilíada, Homero nos narra la furia de Aquiles después de la muerte de Patroclo. Envalentonado y dolido, se enfrenta con Héctor, hijo de Príamo, a quien da muerte. Pero aún sin saciar su furia, Aquiles mancilla su cadáver, arrastrándolo por fuera de los muros de Troya durante doce días. No es hasta que Príamo llega a su tienda y le habla como un hombre que ha perdido a un ser querido que Aquiles decide entregar el cuerpo de Héctor para que se realicen sus exequias.
En Nuestra señora de París, excelsa novela de Víctor Hugo, encontramos a Paquette, una mujer que, tras ser seducida por un noble, queda embarazada de una niña a la que bautiza como Agnes. Abnegada madre, su mundo da un vuelco terrible al ver cómo su hija ha sido robada por gitanos. Creyéndola muerta, loca de pena y dolor, decide encerrarse en una celda conocida como el hoyo de ratas hasta que la encuentre la muerte. Pero la suerte le sonríe cuando descubre que Esmeralda, la gitana a la que tanto rencor y odio le guardaba, era su hija perdida por años.
En Crimen y castigo, del máximo de las letras rusas Fiodor Dostoyevski, Rodión Raskólnikov, sumido en la más lacerante miseria (como vivía todo el pueblo ruso en la época zarista), decide pedir un préstamo a una usurera vil y egoísta. Incapaz de pagarle y moralmente convencido de que la anciana es un ser abusivo, decide asesinarla. Después de cometido el crimen, atormentado por la culpa, sin rumbo y en un estado febril, tísico, se entrega a las autoridades para cumplir su castigo.
En La madre, de Máximo Gorki, Pelagia es una madre que vivió por años oprimida por su esposo. Gracias a su hijo, despierta a la idea de que un mundo mejor para todos es posible, y se integra decididamente a la lucha por el socialismo después de que su hijo fuera apresado y sentenciado a Siberia por socialista. Pero Pelagia sufriría el abuso de la policía del zar: la estaban espiando, y cuando se encontraba transportando propaganda política, es detenida y golpeada, posiblemente provocándole la muerte.
Finalmente, en A sangre fría, Truman Capote narra un hecho no ficticio: el asesinato de una familia (los padres y sus dos hijos) a manos de dos expresidiarios, lúmpenes abandonados por el mundo y la sociedad, movidos por la falsa idea de que encontrarían dinero escondido en la casa y podrían hacerse de riqueza fácil.
Relato estos extractos de grandes novelas porque quiero ejemplificar cómo en la literatura encontramos muchos y variados ejemplos de sevicia y crueldad. La literatura, pues, no es ajena a los horrores de la vida humana; no es ajena a los abusos de poder, a los asesinatos, al dolor de los seres que han perdido a un hijo, un hermano o un amigo. Por el contrario, las más veces, los grandes escritores dan luz sobre tales atrocidades, ilustran a los lectores pasados y presentes la violencia y el abuso como producto de la descomposición de una sociedad; utilizan personajes ficticios o reales para mostrar el nivel de putrefacción en que vive el mundo, para dar aviso a la sociedad sobre el rumbo que está siguiendo.
Sin embargo, cuando la ficción es superada por la realidad, cuando lo que se vive actualmente no lo han podido imaginar ni los escritores gore, se deberían encender todas nuestras alertas. Y, tristemente, debo decir que el México de hoy no lo pudo imaginar ni Dante. En semanas pasadas, una familia humilde fue asesinada brutalmente, en un crimen difícil de describir por lo atroz y por la tortura a que se sometió a las víctimas; la familia, compuesta por Mercedes, Conrado y su pequeño hijo Vladimir, ni andaba en malos pasos ni tenía riquezas que se pudieran envidiar; eran luchadores sociales que trabajaban por construir un país diferente, ¡y les arrebataron la vida cruelmente! Esa sevicia no la habrían podido imaginar ni los más ingeniosos escritores. Cuando hemos llegado a este punto, ello solo puede tomarse como síntoma de una descomposición sistémica ya imparable por sí sola… a menos que el pueblo se levante contra tales abusos y emita, como el león de Joaquín González y González, su rugido de protesta. Mexicanos, hagamos caso a las alertas.
Envío toda mi solidaridad a los familiares de Mercedes, Conrado y su hijo y, junto con miles de mexicanos, exijo justicia.
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Escrito por Libia Carvajal
Colaboradora