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La poesía universal de Leopoldo Lugones
Gaya ciencia plantea el espíritu de todos los poetas que han sido vive en el alma de un moderno trovador. Aquí Lugones declara que su oficio le fue entregado como un don por esa figura fantástica, tan antigua y a la vez tan cercana a nuestro inconsciente
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El Diccionario de autores literarios de González Porto-Bompiani consigna al poeta argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) como “una de las figuras líricas más vigorosas de Hispanoamérica (…) Su poesía es en conjunto esencialmente modernista, con frecuentes sonoridades épicas y diversas modulaciones parnasianas, y con influencias de Baudelaire y de Poe, de Hugo y de Whitman, según la época, el momento y el tema. Su verbalismo corre a la par de su musicalidad y de su pasión por la metáfora”.

Es innegable la influencia que sobre el poeta ejercieran el romanticismo alemán; admiración consciente que se manifiesta, por ejemplo, en la serie de 13 Lieders (canciones), que aparecen en Romancero (1924), obra de su madurez literaria y que cierra con El cántico de la dicha, donde la terminología musical (allegro, adagio, andante, etc.), expresan el anhelo modernista de innovar metro, rima y ritmo partiendo de los modelos consagrados en el viejo mundo. Es el primer poeta en Hispanoamérica en emplear el verso libre; este afán renovador de la estructura poética llevaría a Lugones a explorar nuevos caminos en la lírica en lengua española, alcanzando gran perfección y universalidad, pues de sus composiciones están completamente ausentes los vocablos locales.

Sin embargo, su mirada al pasado, a la mitología y a los tópicos europeos no hacen de la poesía de Lugones una producción elitista, incomprensible para sus coterráneos. Es cierto, muchos de sus motivos vienen del viejo continente, pero su elaboración sencilla, depurada, es universal. Las reminiscencias medievales incorporadas en Gaya Ciencia pasan por el reconocimiento de la carga irracional del hecho que se plantea: el espíritu de todos los poetas que han sido vive en el alma de un moderno trovador.

Pero la voz del ruiseñor no viene del pasado persa, aunque sea la misma que alabaran los poetas del dīwān; y el lirio (flor predilecta de los modernistas) no es sino que el símbolo universal de la belleza fugaz.

Dijo la dama al poeta:

–Habéis cantado tan bien

al ruiseñor amoroso,

que con dulce placidez,

en vuestros versos oía

sus propias perlas caer.

–Señora, dijo el poeta,

ruiseñor fui yo una vez.

–Habéis celebrado al lirio

con tan noble sencillez

y comprendido su gracia

con un acierto tan fiel,

que en vuestros versos parece

duplicarse su esbeltez.

–Señora, dijo el poeta,

yo he sido el lirio también.

Soy el poeta –afirma–, vengo desde el pasado más remoto y he vivido muchas vidas. He sido ruiseñor, lirio, adorno de un palacio… y también he sido el rey; no un monarca en especial, sino todos ellos juntos; soy la síntesis de todo lo bello que ha existido.

–La pompa de los palacios,

la gallardía y la prez

de monarcas y princesas

dar con tal brillo sabéis,

que en vuestros versos el oro

parece resplandecer.

El poeta le repuso:

–Señora, yo he sido rey.

Los poetas soportan sobre sus espaldas –porque en el fondo no habla solo de sí mismo, sino de la misión a la que sirve– la suma de todas las dichas y sufrimientos humanos; y están llamados a revelar sus secretos al resto de los mortales. Leopoldo Lugones declara que su oficio, perfeccionado con esfuerzo y dedicación, le fue entregado como un don por esa figura fantástica, tan antigua y a la vez tan cercana a nuestro inconsciente colectivo: el hada madrina.

Dolores que habéis cantado,

sin padecerlos tal vez,

tan hondo el alma me hirieron,

que sin comprender por qué,

bajo el peso de la angustia

me sentí palidecer.

–Señora, dijo el poeta,

yo fui aquella palidez.

Que el secreto de las cosas

y de las almas lo sé,

y las canto por sabidas,

sin saberlas a la vez.

Pues para que bien cantase,

mi hada madrina, al nacer,

del gozo y pena de todos

me hizo la dura merced.

El desenlace de Gaya ciencia es una interrogación lógica: ¿A qué preguntáis, señora/ lo que a la vista tenéis? dice el poeta al tiempo que muere de amor por la frívola dama.

–Entonces, dijo la dama,

decirme, acaso, podréis,

si es verdad que de amor mueren

los que bien saben querer.

Así el triste ha respondido,

quebrados acento y tez:

–¿A qué preguntáis, señora,

lo qué a la vista tenéis?…


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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