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Kosovo: el otro caballo de Troya de EE. UU.
Kosovo es el Caballo de Troya con el que el imperialismo pretende reiniciar la crisis con Serbia y dar a la OTAN la excusa para intervenir contra ese aliado de Moscú.
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El gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) distrae al mundo de sus maniobras contra Rusia y China con antiguas crisis, como puede verse en la incendiaria visita de la legisladora Nancy Pelosi a Taiwán para enardecer a Beijing y en la reactivación de conflictos en la península de los Balcanes, cuyo objetivo es abrir otro frente contra el Kremlin.

Kosovo es el Caballo de Troya con el que el imperialismo pretende reiniciar la crisis con Serbia y dar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la excusa para intervenir contra ese aliado de Moscú. Sin embargo, el plan de la Casa Blanca y la Unión Europea (UE) fracasará porque la desconfianza hacia ellos aumenta en esta región.

Kosovo, la exprovincia de Serbia que se autoproclamó independiente en 2008, reeditó su política hostil contra los serbios que, desde hace mucho tiempo, habitan ese territorio. Tal como intentaron hacer en septiembre de 2021 las autoridades de Pristina, la capital kosovar, impusieron medidas de fuerza contra esos ciudadanos en este agosto.

 

 

Durante el verano, la dirección kosovar exigió a los serbios del norte sustituir sus documentos de identidad por otros que solo los reconocen como residentes de Kosovo por 90 días. También vetaron el ingreso de sus vehículos con matrículas (placas) serbias y les impusieron el cambio de documentación por un permiso temporal.

Ambas medidas elevaron la tensión en los Balcanes, cuyo equilibrio político ha sido históricamente frágil. Para Belgrado, sede del poder político de Serbia, estos trámites son innecesarios y solo disimulan el intento de Pristina por expulsar a los serbios que, por décadas, han vivido donde fue la antigua provincia serbia.

Aunque los actores mantienen negociaciones para “normalizar” sus relaciones, con los auspicios de la UE y EE. UU., la crisis está latente. Y como a todos consta que Washington fue el que auspició la independencia de Kosovo, hoy resulta evidente la intervención de Bruselas y el Departamento de Estado en la decisión de Pristina.

Y aunque la arbitraria exigencia kosovar de cambiar documentos de personas y vehículos se pospuso por un mes, en septiembre, el polvorín volverá a estar a punto de estallar.

El sacudimiento de los Balcanes en este momento es un mal cálculo de EE. UU. y sus aliados. No hay consenso respecto a la relación –actual y a futuro– de los miembros de la UE con Rusia, ni sobre su ingreso –o no– a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y menos ante el conflicto de Kosovo contra Serbia.

No es casual que la actitud de Pristina surja en un momento geopolítico clave: en plena crisis entre Ucrania y Rusia, y cuando la legisladora estadounidense realizó una visita a Taiwán para provocar a China.

Rusia, influyente actor en los Balcanes y directamente afectado por cualquier conflicto en esta coyuntura, manifestó en voz del vocero Dmitri Peskov: “Apoyamos absolutamente a Serbia. Estamos cerca de los serbios de Kosovo. Creemos que son demandas totalmente irracionales”.

Peskov pidió a los países que reconocen a la exprovincia usar su influencia para evitar que tome “decisiones imprudentes” contra los derechos de los serbios, y que escale la tensión. México, al igual que más de 100 países, no reconoce a esa entidad kosovar y cuida su añeja –y discreta– relación con Serbia, establecida desde 1946.

A su vez, el jefe de gobierno de España, Pedro Sánchez, manifestó su pleno apoyo a Serbia ante Kosovo, al que no reconoce. “Una declaración unilateral de independencia, como se dio en Kosovo, viola el derecho Internacional”, afirmó. Y ofreció que, en su próxima presidencia rotativa de la UE, España buscará contribuir a solucionar ese diferendo.

 

Dividir y lucrar

El trasfondo geopolítico de la crisis actual tiene raíz histórica. En 1991, cuando se disolvieron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el bloque socialista, Occidente consideró inviable coexistir con la multiétnica Federación de Repúblicas Socialistas de Yugoslavia (FRSY) y urdió tácticas de seducción y engaño para desintegrar la “tierra de los eslavos del sur” que, desde 1945, había proclamado y unido el mariscal Josip Broz Tito.

Seducidas por el sueño del libre mercado, en junio de 1991, sus dos repúblicas más industrializadas, Croacia y Eslovenia, se independizaron de la FRSY. Y al adherirse al sueño occidental, allanaron el camino a la más devastadora explosión de la próspera y no alineada Yugoslavia.

La década de los 90 convirtió a los Balcanes en zona europea que, desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), sufrió el conflicto más atroz. Tras el colapso de la FRSY, y hasta 2006, siguieron guerras político-económicas, masacres por diferencias interétnicas y pugnas intrafronterizas, cuyas tensiones están vivas a 30 años de distancia. Occidente, con su trivialidad, las redujo a “conflictos étnico-religiosos”.

 

Caballo de Troya made in USA

 

 

En los últimos 30 años, aumentó la percepción entre los aliados europeos de que el poder e influencia de EE. UU. era más una amenaza que un consuelo. Por el contrario, en Kosovo nadie parecía afectado, reveló entonces un sondeo del Centro de Investigación Pew.

Ese pequeño Estado, étnicamente albanés y predominantemente musulmán es tal vez el más proestadounidense del mundo. Los bulevares de Pristina tienen nombres como George W. Bush y William Clinton, cuya estatua de 3.3 metros de altura tiene, en una mano, grabado “24 de marzo de 1999”, fecha del inicio de los bombardeos contra Yugoslavia.

Ésa fue la segunda ocasión que EE. UU. ayudó a los albaneses a crear un Estado. Tras la Primera Guerra Mundial, el diplomático albanés Fan Noli convenció de ello a Woodrow Wilson, quien lo propuso para integrarse a la Liga de las Naciones. Por eso, muchos niños albaneses fueron bautizados con el nombre Wilson, refiere la periodista Stacy Sullivan.

Ese entusiasmo de las autoridades kosovares por EE. UU. no se apagó siquiera cuando Trump lanzó su persecución contra los musulmanes. En 2018, la empresa encuestadora Gallup preguntó al mundo cómo veían el liderazgo de EE. UU. y Kosovo lo aprobó en primer lugar con el 75 por ciento.

 

De ahí resultaron Croacia, Bosnia Herzegovina, Eslovenia, Macedonia del Norte y Montenegro. Tutelada por EE. UU. y la Unión Europea, la provincia serbia de mayoría albanesa, Kosovo, se declaró independiente. Todos estos países surgidos en ese contexto tienen débil democracia, economía dependiente y alto desempleo, por lo que la UE caracteriza como “explosiva” a la región que bautizó como Balcanes Occidentales.

En ese espacio de paz incompleta, Occidente aplica su estrategia de “Caballo de Troya”, incendia ánimos y oculta su real intención: volver a intervenir en esa región para reposicionarse ante Rusia. Y a pesar de que los pueblos balcánicos tienen claro que sus dos viejos enemigos son EE. UU. y la OTAN, estos actores persisten en usar a Kosovo para reincendiar su región.

Así engañan con argucias y disimulan la realidad ante el mundo, mientras atacan a Serbia y fustigan la confrontación en los Balcanes. La clave es vapulear a Moscú, atacando a Serbia para que la potencia intervenga y así invadirla.

Distraen con el aguijoneo de EE. UU. contra China a través de Taiwán, mientras Kosovo se presta a abrir un nuevo frente de preocupación entre la población europea para llevar a la OTAN hasta el otro lado de la frontera rusa.

Es paradójico que si, en 2014, la UE detuvo la admisión de estados balcánicos, en su actual puja con Rusia, este bloque no ofrezca a cambio paz ni seguridad, sino que los obligue a jurarle lealtad a su proyecto europeo imperialista, escribe el analista Miguel Roán.

Tanto EE. UU., como la OTAN y las cúpulas políticas europeas actúan así porque se reconocen impunes de los delitos cometidos en 1999, cuando alentaron bombardeos sobre Serbia durante 78 días. Ambos fueron indiferentes a la seguridad y bienestar de esa población; pero como ahora optan por la desmemoria, hoy esgrimen su respaldo a las libertades y los derechos políticos de sus aliados balcánicos.

 

Capitalismo y explotación

El saldo de atizar los conflictos interbalcánicos fue el recelo a Occidente entre las nacionalidades de los Balcanes. La población local y la europea en general fueron víctimas del salto al vacío que implicó la disolución del bloque socialista y la recomposición de los Balcanes a modo del capitalismo corporativo.

 Es notorio que ni la prensa corporativa occidental ni la de México informaran lo que sucedía en esa región durante 2013. Justo cuando esa prensa proimperialista celebraba el Maidán, el golpe del fascismo de Ucrania contra el presidente Víktor Yanukovich, en Bosnia se rebelaban miles de trabajadores contra las condiciones laborales impuestas por firmas privadas, favorecidas por el neoliberalismo.

Ni The Washington Post, la BBC y menos los medios mexicanos cubrieron el inicio de una experiencia de democracia directa que los Balcanes no vivían desde la época socialista. En esos días, los trabajadores de la región organizaron asambleas ciudadanas contra las pésimas condiciones en las empresas toleradas por sus gobiernos y la UE.

Su lema era: “El hambre se dice y escribe igual en bosnio, croata y serbio”. Ese ejemplo se extendió a Bulgaria, Rumania y hasta la “tranquila” Eslovenia, escribe Jean-Arnault Dérens. Sin embargo, la miope “información” que procedía de esa región solo enfatizaba la discordia entre Estados.

 

La tercera vía eslava

El mariscal Tito fue artífice de la más extraordinaria ingeniería diplomática. En 1948 lanzó su célebre “No” a Stalin y se acercó a las naciones que se descolonizaban. Lejos de Moscú, y mal visto por el gobierno de Harry S. Truman, el líder yugoslavo envió a sus embajadores a tejer redes de amistad con América Latina y el resto del mundo.

Tito mismo se embarcó en su barco Galeb, el 30 de noviembre de 1954, en un viaje de dos meses por Asia. Así, mientras asentaba la soberanía y autonomía yugoslava frente a las grandes potencias, creaba las bases del Movimiento de los No Alineados y la Conferencia de Bandung.

A 67 años de ese legado, la integración y autonomía de los Balcanes están lejos. Por tres décadas, las únicas perspectivas para la región han sido la inestabilidad y el déficit de credibilidad de la UE. Ahora, el hecho de que los jerarcas comunitarios acudan hoy a EE. UU. y a la OTAN para “pacificar” la región, solo anticipa el retorno de la pesadilla de 1999.

 

En 2015, la persistencia del interés capitalista sobre Kosovo condujo a lo que los expertos llaman “el agotamiento de la esperanza”, que se tradujo en el éxodo de entre seis y siete por ciento de profesionistas y técnicos de alta competencia hacia Alemania.

Los trabajadores de Serbia y Macedonia resistieron con pancartas cuyo lema era: “Salgo a la calle porque no me quiero ir”. Con el tiempo, esa sangría demográfica derivó en el agotamiento de la protesta y la perspectiva de cambio.

Otro factor que tiene a los Balcanes Occidentales en la mira del capitalismo corporativo es la energía. La Europa industrializada, con sed de hidrocarburos, asocia ese suministro con la seguridad energética.

Como es muy dependiente de las importaciones de combustibles rusos, resulta vital garantizar esa dotación de los gasoductos y oleoductos que transitan por los Balcanes Occidentales hacia Europa Central.

 

Efecto Ucrania-OTAN

Para disuadir de cualquier intento por perturbar esa “paz comunitaria” está la EUFOR, el Ejército de Tierra comunitario. Su misión es ser la policía; y por ello desplegó a una parte de sus siete mil efectivos en Bosnia y Herzegovina, donde están latentes los miedos y tensiones interétnicas.

 

 

Bruselas está también dispuesta a usar esa fuerza disuasoria para desalentar a los trabajadores balcánicos de protestar contra las trasnacionales y sus gobiernos. En la urgencia de Occidente por que los gobiernos locales se posicionaran ante la crisis entre Ucrania y Rusia, la EUFOR era el paso anterior para llamar a la OTAN.

Esa presión no es nueva, pero Bruselas pasa por alto la interdependencia que existe entre los Balcanes y Rusia, que es muy influyente en materia de finanzas, energía, softpower, comercio y asuntos técnico-científicos.

De modo que si Moscú intensifica su presencia en Ucrania, los estados balcánicos –renuentes a abandonar al Kremlin– no apoyan la expansión de la alianza atlántica. La adhesión de Finlandia y Suecia hizo caer la agenda por la negociación de los gobiernos en esa región.

Por su parte, Serbia ha estado bajo fuerte presión. En septiembre de 2021, el presidente Aleksandar Vucic lanzó un ultimátum de 24 horas al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, para que actuara ante el maltrato que Kosovo inflige sobre los serbios.

 En el contexto de la actual crisis en Ucrania, Vucic jugó a ser neutral ante las sanciones de Occidente contra Rusia. Afirmó que sufría presiones fuertes y que respetaba la integridad territorial ucraniana.

Al final no sancionó a los rusos, aunque respaldó la resolución contra Moscú en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Tan bizarra actitud se explica por tres razones: mantener la frágil estabilidad regional, su interés por ingresar a la UE y, a la vez, mantener el precio del gas que consume y define Rusia.

En contraste, el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti; la presidenta, Vjosa Osmani y el presidente del Parlamento, Glauk Konjifca, condenaron la operación de Rusia en Ucrania. Esa posición no parece tener peso en la fragmentada UE; en los cinco de sus miembros (Chipre, Grecia, Rumania, Eslovaquia y España) no reconocen a la entidad kosovar.

A la vez, los Balcanes no tuvieron una posición común ante la crisis entre Kiev y Moscú. En marzo, Bosnia y Herzegovina insinuaron que Rusia era una amenaza. El Kremlin respondió que, si bajo esa premisa Bosnia se unía a la OTAN, reaccionaría porque “quien sí supone una amenaza contra Bosnia es Occidente”.

Esa propuesta alienta a la región luego de que la UE tomó la trascendente decisión de alentar la candidatura de Ucrania para adherirse al bloque, lo que significaría su eventual adhesión a la OTAN. Para algunos analistas hay numerosos obstáculos y atajos equivocados.

Albania –cuya población es mayoritaria en Kosovo– bloqueó activos de 654 ciudadanos rusos y cerró su espacio aéreo a Rusia. Montenegro también apoyó las sanciones, tal como hicieron Macedonia del Norte, Eslovenia y Hungría, aunque el Premier húngaro rechazó enviar ayuda a Kiev.

Es previsible que el incompleto proceso de paz entre Kosovo y Serbia desestabilice la asociación en la OTAN. Además, Washington, Berlín, París y la Comisión Europea no logran integrar una posición común de política exterior. Todo indica que la desconfianza hacia la gestión de Joseph R. Biden es muy grande.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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