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Oriundo de Costa Rica, nació el 31 de enero de 1938 en una familia de campesinos, esto lo obligó a trabajar desde niño como jornalero de medio tiempo y le impidió ir formalmente a la escuela; tales condiciones lo volvieron autodidacta y aprendió a leer y a escribir por su cuenta. A los 14 años, su padre lo llevó con la maestra de la escuela rural, quien lo impulsó a concluir la primaria y le consiguió una beca para continuar sus estudios. No pudo terminar debido a su necesidad económica, pero continúo escribiendo en el diario El Turrialbeño y fundó dos círculos poéticos. Falleció el cuatro de agosto de 1967 en San José, Costa Rica.
Su origen humilde se refleja en su poesía; narra las pericias de la pobreza, la marginación y la discriminación; no publicó ningún libro, sin embargo, la Editorial Costa Rica ha trabajado en la recopilación de varios de sus poemas en poemarios como Milagro abierto, Nosotros los hombres, Canciones cotidianas, Los despiertos, Antología mayor, Vórtices, Guerrilleros y El grito más humano. Aun así, la mayor parte de su obra permanece inédita.
Credo
No acostumbro a decir amo, te amo,
sino cuando el amor me inunda todo
desde los ojos hasta los zapatos.
Mi cuerpo es una sola verdad y cada músculo
resume una experiencia de entusiasmo.
Una vez dije: ¡sufro! Y era que el sufrimiento
agitaba a mi lado sus cascos de caballo.
Y siempre digo: espero. Porque a mí me podrían
arrancar el recuerdo como un brazo,
pero no la esperanza que es de hueso
y cuando me la arranquen dejaré de ser esto
que te estrecha las manos.
Creo en todos los frutos que tienen jugo dulce,
y creo que no hay frutos que tengan jugo amargo.
No es culpa de los frutos si tenemos
el paladar angosto y limitado.
Creo en el corazón del hombre, creo
que es de pura caricia a pesar de las manos
que a veces asesinan, sin saberlo,
y manejan fusiles sanguinarios.
Creo en la libertad a pesar de los cepos,
a pesar de los campos alambrados.
Creo en la paz, amada, a pesar de las bombas
y a pesar de los cascos.
Creo que los países serán un solo sitio
de amor para los hombres, a pesar de los pactos,
a pesar de los límites, los cónsules,
a pesar de los libres que se dan por esclavos.
Y creo en el amor, en este amor de acero
que va fortaleciendo las piernas y los brazos,
que trabaja en secreto,
a escondidas del odio y del escarnio,
que debajo del traje se hace músculo,
órgano, experiencia, nervio, ganglio,
a pesar del rencor que nos inunda
el corazón de funerales pájaros.
Yo creo en el amor más que en mis ojos
y más que en el poder y el entusiasmo.
Este sitio de angustia
Uno quisiera siempre tener su mano amiga,
su buen pan compañero, su dulce café, su
amigo inseparable para cada momento.
Quisiera no encontrar un solo fruto amargo,
una casa sangrando, un niño abandonado,
un anciano caído debajo del fracaso.
Pero a veces los días se ponen grises,
nos miran con miradas enemigas,
y se ríen de nosotros,
se burlan de nosotros,
nos enseñan cadáveres de jornaleros tristes,
de muchachas vencidas, de niños sin tintero.
Se mira uno las uñas, como haciéndose viejo,
encoge las rodillas para no perecer,
y nada, nada bueno agita las campanas,
nada bueno florece en los hombros del mundo.
Entonces es que uno llama al apio y le dice,
llama al rábano amargo y le dice también
que esta corteza de hombre debe ser un castigo,
un paisaje maldito donde el hombre no quiere,
no soporta vivir porque le sorben sangre,
porque le chupan sangre hasta dejarlo ciego.
Digo
El hombre no ha nacido
para tener las manos
amarradas al poste de los rezos.
Dios no quiere rodillas humilladas
en los templos,
sino piernas de fuego galopando,
manos acariciando las entrañas del hierro,
mentes pariendo brasas,
labios haciendo besos.
Digo que yo trabajo,
vivo, pienso,
y que esto que yo hago es un buen rezo,
que a Dios le gusta mucho
y respondo por ello.
Y digo que el amor
es el mejor sacramento,
que os amo, que amo
y que no tengo sitio en el infierno.
Nocturno de vida y muerte
A veces –en la noche– extiende uno la mano
y se la moja toda
como si las estrellas cayeran hechas agua.
Busca uno la luna con ojos asustados
y solo encuentra el hueco
donde una vez estuvo desnudamente blanca.
Entonces –si uno acerca el oído a la sombra–
oye largos quejidos como de niños muertos,
como de dulces novias sangrando sin motivo,
como de ángeles tímidos que estuvieran gimiendo.
Si estira uno los ojos en medio de la noche,
ve rostros desolados, manos encallecidas,
brazos de arcilla seca, enfermos retorciéndose,
gentes pobres aullando de abandono,
injusticias rugiendo como grandes panteras...
Y ve también lujosas residencias,
y hombres millonarios durmiendo francamente,
mujeres millonarias barajando los naipes,
sacerdotes contando monedas egoístas,
políticos sudando discursos de alegría,
comerciantes soñando con chequeras, etcétera,
como si todo fuera de miel sobre la tierra.
Es entonces que a uno le sangran las pupilas,
le protesta el amor como anciano colérico,
y sueña con granadas y cristos vengadores,
y ve ríos de guerra desbordarse de cólera,
arrasar los palacios, despedazar monedas
y arrancar de la tierra el hambre y la miseria
con navajas, fusiles, cuchillos y esperanzas.
Levanta uno los ojos viento arriba
y no encuentra una estrella ni una luna ni nada...
Estación
Nos han cambiado el sudor
por el corazón de un barco.
Por el napalm y la bala
nos han cambiado el abrazo.
Nos han cambiado el amor
por un puñado de uranio.
Nos han cambiado los ojos
por un radar amaestrado.
Y nos han cambiado el padre
y el hijo por el soldado.
Éste es mi amor
Éste es mi amor, hermanos, este esfuerzo
denso, maduro, alto,
estos dedos agónicos y este
manojo de entusiasmo.
Yo no os amo dormidos:
yo os amo combatiendo y trabajando,
haciendo hachas deicidas,
libertando.
Amo lo que de dioses se os revela
ante el miedo y el látigo,
lo que suda, viviente y guerrillero,
en el fondo del hueso americano,
lo que es amor no siendo más que carne,
lo que es lucha no siendo más que paso,
lo que es fuego no siendo más que grito,
lo que es hombre no siendo más que árbol.
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Escrito por Redacción