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Expreso de medianoche
La cinta ganó el premio Oscar al mejor guion; sin embargo, su realizador Oliver Stone, conocido por criticar al gobierno de EE. UU., se arrepintió del guion porque presenta una visión exagerada y hasta ofensiva para el pueblo turco.
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Por la cinta Expreso de medianoche (1978), Oliver Stone ganó el premio Oscar al mejor guion; sin embargo, el realizador norteamericano, cuyo contenido es conocido por criticar al gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) y de forma constante, posteriormente se arrepintió porque este guion y la cinta misma –dirigida por Alan Parker– presenta una visión exagerada y hasta ofensiva para el pueblo turco.

Alan Parker fue un realizador británico cuya obra fílmica se inscribe en la corriente del cine crítico de la sociedad norteamericana (destacadamente, realizó cintas como Mississippi en llamas en 1988), en la que evidencia el racismo que impera en EE. UU., racismo que llega a provocar el asesinato de activistas proderechos civiles, cuando es muy acendrado, como en el sur de la nación norteamericana a manos de la siniestra organización ultra supremacista Ku Klux Klan (KKK). Mississippi en llamas narra hechos reales ocurridos en 1964, cuando tres activistas fueron linchados por el KKK. Parker –hijo de obreros– también filmó una historia que retrata con realismo las penurias de las familias proletarias en la cinta Las cenizas de Ángela (1999), y en 2003 filmó La vida de David Gale, donde critica la pena de muerte como forma de castigo a los que cometen delitos graves.

 

 

En 1978, realizó Expreso de medianoche, un filme que, aunque tiene ese aspecto negativo ya señalado por la autocrítica de Oliver Stone, muestra de forma muy cruda el infierno de la vida en una cárcel. La historia narrada en Expreso de medianoche está basada en en suceso real ocurrida a Billy Hayes, quien escribió un libro autobiográfico. El protagonista es interpretado por Brad Davis, quien se convertiría en un ícono del movimiento LGBT. En 1970 fue detenido en el aeropuerto de Estambul al tratar de sacar barras de hachís envueltas en papel aluminio y adheridas a su cuerpo con cinta.

Al ser juzgado por las autoridades turcas, Hayes recibe una condena de cuatro años de cárcel; el padre de Hayes viaja a Turquía e intenta lograr la liberación de su hijo con la ayuda de la embajada norteamericana. La situación se complica, pues en el juicio el gobierno gringo, encabezado por Richard Nixon, tiene fuertes diferencias con el gobierno turco. Dentro de la prisión, Billy Hayes se relaciona con otros presos extranjeros: dos norteamericanos y uno sueco. La aspiración de todos ellos es salir lo más pronto posible –incluida la posibilidad de escaparse de la cárcel–. Este objetivo se ve truncado por las circunstancias que viven cotidianamente los reos extranjeros; y en el caso de Hayes, cuando le faltan solo 53 días para completar su sentencia, le llega la infausta noticia de que el poder judicial turco ha decidido reclasificar su delito, que pasa de “posesión de drogas ilícitas” a “narcotráfico”, lo que implica que su condena sea cadena perpetua. Cuando recibe esta noticia casi enloquece y al comparecer ante el juzgado,que lo cita para notificarle la nueva sentencia, les dice a los juzgadores que “son unos cerdos, todos los turcos son unos cerdos”.

 

 

Hayes intenta fugarse de la prisión junto con sus compañeros extranjeros, pero es descubierto. Su novia lo visita en prisión y le entrega un álbum de fotografías de su familia que trae dentro dinero. Ella le dice a Hayes que debe salir de esa cárcel porque si no morirá dentro. El preso intenta sobornar al jefe de los celadores que es un sádico, éste lo lleva a un lugar apartado de la prisión para golpearlo brutalmente e intenta violarlo. Hayes se abalanza contra este guardia y en su defensa, el agresor se golpea contra un gancho empotrado en la pared y muere; él aprovecha el momento, se disfraza de celador y logra fugarse de la prisión.

En la mayor parte del mundo, los sistemas carcelarios no “rehabilitan” o “regeneran” a los delincuentes; por el contrario, escuelas del crimen y verdaderos infiernos que degradan y envilecen a los presos.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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