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Elías Nandino
Poeta soñador que une la vida y la muerte, el amor y el odio, con un puente indestructible de palabras
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Nació en Cocula, Jalisco, el 19 de abril de 1900. Se graduó en 1930 de la Escuela Nacional de Medicina, y ejerció como cirujano en el Hospital Juárez. Comenzó a escribir en sus años de preparatoria, ya al mudarse a la Ciudad de México se integró al grupo de Los Contemporáneos. En la década de 1950 dirigió la publicación de Estaciones. Revista Literaria de México, a comienzos de 1960 se vuelve editor y director de los Cuadernos de Bellas Artes. En 1979 recibió el premio Nacional de Literatura y el Premio de Poesía de Aguascalientes. Poeta soñador que une la vida y la muerte, el amor y el odio, con un puente indestructible de palabras, sueños y realidades. Naufragio de la duda (1950), Triangulo de silencios (1953), Nocturna summa (1955), Eternidad del polvo (1970) y Nocturna palabra (1976), constituyen una muestra significativa de su obra poética. Murió en Guadalajara, Jalisco, el dos de octubre de 1993.

Nocturno cuerpo

Cuando de noche, a solas, en tinieblas,

fatigado de no sé qué fatiga

se derrumba mi cuerpo y se acomoda

en la impasible superficie oscura

que le sirve de apoyo y de mortaja,

yo me tiendo también y me limito

al inerme contorno que me entrega,

a la isla de olvido en que se olvida.

Separado de él y en él hundido

recuerdo que lo llevo todo el día

como cárcel de fiebre que me oprime,

como labios que dicen otras frases,

como instinto que burla mis deseos

o acciones desligadas de mi fuerza;

pero al mirarlo así, rendido fardo

indiferente en su actitud de piedra,

tigre de bronce, charco de silencio,

columna de cinismo derribada,

ciega figura en su lección de muerte:

yo lo percibo como carne intrusa

como dolencia de una llaga ajena,

cómplice de un destino que no entiendo,

mudez que no lesiona mi palabra,

verdugo en anestesia secuestrado.

Y por eso al sentirme dividido

y a la vez por su molde aprisionado,

analizo, sospecho, reflexiono

que sus muros endebles que me cercan

son fuego en orfandad, tierra robada,

agua sujeta en venas sumergidas

y aire sin aire arrebatado al aire;

que soy un prisionero de elementos

en honda combustión, que están buscando

fundir los eslabones que los unen

para volver a la pureza intacta

del sitio universal donde eran libres:

la tierra pide su reposo en tierra,

el aire, su acrobacia transparente;

el fuego, la delicia de su llama;

y el agua: la blancura de su hielo,

su cauce, o el prodigio de ser nube.

Al lado de él, alado y enraizado,

lo toco, lo examino desde adentro:

interior de una iglesia ensangrentada,

góticos arcos, junglas musculares,

entretejida pulsación de yedras,

laberinto de lumbre de amapolas

y entraña de una cripta en que se esconde

el numérico albor del esqueleto.

Y yo en medio de juez y de culpable,

de rebelde invasor y de invadido,

de mirar que descubre y se descubre,

de unidad que contempla sus facciones,

de pregunta privada de respuesta,

de espectador que sufre en propia carne

el corporal desgaste de que brotan

sus crecientes acopios de agonía.

Si soy su dueño ¡por qué lo palpo extraño,

despegado de mí –sombra de un árbol–,

corteza sofocante de mi angustia,

vendaje que me oculta, ademe frágil,

imán que me atesora y me difunde,

materia que yo arrastro y que me arrastra?

Y estoy en él, presente, inevitable,

unido en el monólogo y la espera,

crecido en su reverso, y denunciado

por sus manos, sus ojos, sus pasiones,

la quemante ansiedad de sus delirios,

las brumas de sus tiempos de zozobra

y los relámpagos de su alegría.

De dentro a afuera, de raíz a ramas,

presiono, me sublevo, abro mis fuerzas

para cavar, para acabar los muros

que viven de tenerme prisionero;

pero un amor me nace y me detiene,

un fanatismo de vital amparo,

el apego del ánima y las células,

la intimidad de forma y contenido

acoplando sus ciegas superficies;

y me quedo conforme, sosegado

a la ajustada cárcel que me cubre

para seguir formando el mundo en fiebre

por el que siento que en verdad existo.

Agua, tierra, fuego y aire, en continua

aspersión de sus químicos halagos,

inmersos en la furia de sus hambres,

en escondida trabazón de empujes,

mandando y succionado sus mareas,

haciendo y deshaciendo lo que inician,

comiéndose a sí mismos, recreando

el desnudo valor de su estructura

en pugnas, atracciones y repechos,

porque quieren, anhelan, buscan, labran

la persistente acción que les devuelva

el vuelo original que poseían.

Esta unión de elementos, este nido

de físicas batallas, de incesantes

reacciones, es mi solo respaldo,

el trágico venero de la fuerza

que me sostiene aún hablando a solas.

Nostalgia de la tierra

Tierra hambrienta, maternal atracción;

sepultura vacía en asedio amoroso;

sólido mar de espera

en el que presiento y siento

el reposo para mis pies cansados;

yo capto el lento ascenso

de tus leves caricias

arropando mis ansias

y escucho en mi conciencia

tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo.

Tierra y vientre, acecho infatigable

que se posa en mi piel

como sedienta brisa

de un agresivo amor que me persigue...

yo sé que tu energía circula por mis venas

y que somos, los dos

incompletas fracciones

que buscan refundirse.

Soy tuyo, madre tierra:

me invade el parentesco

inevitable y hondo

de tu ritmo en mi sangre,

porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida,

hay algo en mis adentros

que espera y desespera

por regresar a ti...

Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre

sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos

su parcela segura,

su isla inamovible

donde dormir a solas su letargo yacente.

Tierra voraz, oscuro hogar bendito

donde el dolor se apaga,

yo quiero reposar bajo tus sábanas

de secretas ternuras germinales

y así, cual la semilla

que se oculta en tus húmedas tinieblas

resurge transformada:

Ya en la longeva beatitud de un árbol

o en los brotes de flores temporales

que las lluvias despiertan en los campos:

renacer de tu entraña

y subir los peldaños

que en la escala de vidas

mi evolución alcance;

porque vengo de ti, soy lodo en trance

que a fuerza de nacer y de morir,

ha de llegar a definir su esencia

para ser en el cosmos vida eterna.

Tierra insaciable, intimidad perfecta,

cuando caiga en tu seno

incinera mi carne, y después, con amor

alienta mis cenizas, porque quiero

proseguir cultivando mi poesía,

al volver a vivir con nuevo cuerpo.

 


Escrito por Redacción


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