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En su última visita a Moscú, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, logró una serie de acuerdos con su homólogo de Rusia, Vladimir Putin, entre los que destaca un ambicioso plan de inversiones rusas en el país sudamericano por un monto de seis mil millones de dólares. Además de la alianza económica, trascendió en la prensa que el gobierno envió a Venezuela dos bombarderos TU-160. En un momento en el que la patria de Chávez sufre una grave crisis socio-económica y enfrenta una abierta amenaza de intervención militar, los acuerdos logrados con Rusia aparecen como un salvavidas temporal que permite al gobierno venezolano mantenerse a flote. Sin embargo, es necesario cuestionarse con seriedad qué ayuda puede esperar de Rusia la Revolución Bolivariana.
Después de la Revolución de 1917, y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, el país de los soviets se convirtió en un referente mundial para los movimientos políticos que buscaban transitar del sistema capitalista a uno socialista. Partiendo de la idea de que el antagonismo entre el capitalismo y el socialismo solo podía resolverse con el triunfo mundial de un sistema sobre el otro, los movimientos socialistas veían a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como la entidad revolucionaria más adelantada que ayudaría a sus países a escapar del capitalismo rapaz. El internacionalismo proletario, proclamado por Marx, Engels y Lenin, estaba en la base de estos supuestos.
La realidad fue muy diferente. Lo que ocurrió fue que, en medio de la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética llegaron a un punto de “coexistencia pacífica” en el que ambas potencias reconocieron el derecho de su rival a existir y respetaron mutuamente la influencia que tenían sobre ciertas zonas del mundo. Bajo la coexistencia pacífica, el internacionalismo proletario y la revolución mundial desaparecieron de las prioridades de la URSS.
Así, los procesos revolucionarios del globo perdieron al “tutor de los revolucionarios”. Algunos episodios de la Guerra Fría en América Latina muestran que los movimientos revolucionarios que triunfaron, lo hicieron prácticamente sin la ayuda decidida de los soviéticos. Cuba, Nicaragua y Chile son algunos ejemplos. En ninguno de los tres casos los revolucionarios recibieron un apoyo determinante de parte de la URSS. Ya como gobiernos, la relación fue diferente. Es el caso de las relaciones económicas que la Unión Soviética estableció con Cuba, a pesar del bloqueo impuesto por Estados Unidos a la isla.
¿Por qué la URSS, si era el máximo promotor del socialismo mundial, no desempeñó un papel más protagónico en los tres casos latinoamericanos mencionados? Existen dos posibles respuestas. La primera: Stalin y los demás líderes soviéticos abrazaron la tesis de que la URSS no debía instaurar regímenes socialistas por la vía de las armas, como casi una imposición, como ocurrió en Europa oriental, sino que el socialismo en cada país tenía que ser obra de un genuino tránsito necesariamente labrado por sus propios pueblos; por eso la Unión Soviética se retrajo de la arena internacional.
La segunda respuesta: los intereses de Estado –la necesidad de salvaguardar su área de influencia y no llegar a un conflicto atómico– llevaron a la URSS a establecer relaciones tenues pero estables con Estados Unidos; esta corriente, que afirma que en la política exterior de un país no influyen principios filosóficos, teóricos o morales, sino llanamente los intereses de Estado, se conoce como realpolitik.
Sea cual sea la respuesta que se elija, el resultado fue el mismo: los movimientos revolucionarios latinoamericanos no debieron esperar grandes ayudas de los soviéticos, pues éstas eran determinadas por la posición de la URSS y más les valía saber que se hallaban solos en su lucha y que lo que lograran sería un resultado suyo. No podían esperar que Rusia impulsara la revolución mundial.
En la actualidad ocurre lo mismo. Por un lado, Vladimir Putin pretende regresarle a Rusia la grandeza de antaño y colocarla a la altura de Estados Unidos y China; por el otro, busca proteger y expandir los intereses económicos de la burguesía rusa. Siria, Crimea y ahora Venezuela, lo entienden de esa manera. La Revolución Bolivariana, pues, solo puede contar muy limitadamente con Rusia; en realidad está sola. Para su supervivencia, el proyecto venezolano deberá apoyarse fundamentalmente en la fraternidad de sus pares: Cuba, Bolivia y Nicaragua. Con sus limitaciones, los procesos latinoamericanos cuentan más con sus vecinos que con China y Rusia.
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Escrito por Carlos Ehécatl
Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.