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Nacido en Guatemala en 1916 y fallecido en la Ciudad de México en 1974, el poeta y ensayista Raúl Leiva es referente obligado de la poesía revolucionaria de su país; cofundador y secretario de la Revista de Guatemala y de la revista Acento; colaborador de la Casa de las Américas y de numerosas publicaciones culturales de México –donde se exilió en 1954–. Recibió, en 1941, el Premio de Poesía Centroamericana; y en 1963 ganó el Concurso Internacional de Crítica Literaria del FCE. Su extensa obra poética se compone de Angustia (1942); En el pecado (1943); Batres Mantúfar y la poesía (1944); Sonetos de amor y de muerte (1944); Norah o el ángel (1946); El deseo (1947); Mundo indígena (1949); Sueño de la muerte (1950); Los sentidos y el mundo (1952); Oda a Guatemala y otros poemas (1953); Danza para Cuauhtémoc (1955); La tierra de Caín (en colaboración con Enrique González Rojo y Eduardo Lizalde, 1956); Nunca el olvido (1957); Águila oscura (1959); Eternidad tu nombre (1962); La serpiente emplumada (1965); Transfiguraciones (Poemas y Ensayos, 1969); y Palabra en el tiempo: obra poética (Guatemala, Universidad de San Carlos, 1975).
Con Poesía es Amor, Raúl Leiva cierra el Libro Primero de su poemario Mundo Indígena (Ediciones Saker-Ti, 1949), y con él sella su compromiso de crear una poesía militante. La contradicción dialéctica entre amor y odio no se desperdicia en un poema de amor individual, sino contribuye a expresar su amor por la humanidad sufriente. El poeta rompe con toda la monserga azucarada de paz y concordia entre los hombres más allá de las diferencias abismales entre quienes lo poseen todo y aquellos a quienes falta lo esencial; y declara su odio a la opresión, la esclavitud, la miseria pasada y presente… su odio de clase.
Este fecundo odio contra la burguesía no es sino la otra cara de la moneda: su identificación como un poeta proletario lleva aparejado el deseo de exterminar para siempre las injusticias y la explotación. Telúrica, su voz se eleva llamando a destruir todo lo que atormenta al hombre; y a construir, sobre las ruinas de la odiada desigualdad, un mundo en el que el hombre no sea más “el lobo del hombre” y el amor pueda reinar sobre la Tierra.
Poesía es Amor.
Pero también es Odio, ramalazo violento
contra una realidad en la que el hombre
ha perdido su sitio, su horizonte genuino.
Viajero por la Tierra, he descubierto el Odio
y a él le entrego ahora el conmovido canto.
Indio: no llores más tu desventura:
el llanto a nadie sirve.
Nutre tu entraña, témplala en el fuego
que el Odio nos entrega lentamente.
Creo en el Odio y en su fuerza fecunda,
en su aire perfecto y en su luz que
[derrota
a un mundo de agonía y podredumbre.
El Odio es embriagante como un vino:
penetra en nuestra sangre, victorioso,
y crece y crece luego, como la Primavera,
con renovado impulso de pájaro y de fruto.
Alguna vez, Amor, reinarás en la Tierra.
Mas antes el Odio fecundará el camino
con sus negros racimos,
con su inmensa marea,
con su viento de muerte.
De su alto oleaje el hombre resurgirá
[desnudo,
limpio de mancha, entero en su destino:
amasado en eternidad palpitante.
Un resplandor extraño anidará en la Tierra,
la morada de Adán vuelta a su prole.
(Soy poeta del Odio porque a la Poesía
nada de lo que al hombre conmueve le
[es ajeno).
Sobre el humo y los huesos,
sobre vertida sangre, sobre muerte,
tu luz inmensa ha de rielar un día.
Tu violencia nutricia, tu ira contenida,
vengará la memoria de todos los esclavos.
Luminosa y fecunda, esta palabra: ODIO,
cantará por el cielo, como un nuevo arcoíris.
La justicia y la paz brotarán de tu vientre,
de la tierra abonada con los huesos
[del “lobo”.
Descubridor tardío de su fuerza,
el hombre ha de surgir joven y bello:
dios de la Tierra, amo de su destino.
Un viento de amapolas reinará por el aire.
Y el rostro del Amor, nuevo sol floreciente.
alumbrará los pasos del hombre por la
[Tierra.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.