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Una verdad a medias es una mentira. Una mentira a medias no hace una verdad. Hay quien miente por ignorancia; no puede ser disculpado pero sí comprendido. Hay quien miente conscientemente, su tarea es desinformar; ha vendido su voz y su pluma, recibe un salario a cambio de su dignidad. No es comprendido, tampoco disculpado. Pero tiene todavía algo a su favor: se sabe vendido y su público, muchas de las veces, lo sabe también. No esconde su infamia tras un velo de honestidad. Es un enemigo abierto de la verdad. Existe, sin embargo, un tipo muy particular de propagador de mentiras. El más dañino. No miente por ignorancia, tampoco cree hacerlo conscientemente. Él escribe y habla seguro de sí mismo. Incluso su discurso está siempre dedicado a los “desheredados”, los “humildes”, los “ofendidos y excluidos”. Habla de “libertad” y “justicia”. Su voz es ley en algunos círculos políticos y académicos. Se presenta como adalid de la verdad y, en efecto, se cree tal. Los efectos de estas mentiras con apariencia de verdad son más corrosivos por el halo de santidad con que se envuelven sus propagandistas.
Conviene, para combatir la mentira e ignorancia de estos buenos hombres que “tropiezan sin querer”, rescatar de Bertolt Brecht algunas de las dificultades existentes al escribir la verdad: «Debe tener el valor de escribir la verdad, aunque en todas partes la sofoquen; la sagacidad de reconocerla, aunque en todas partes la desfiguren: el arte de hacerla manejable como arma; el juicio de escoger aquellos en cuyas manos resultará más eficaz; la maña de propagarla entre éstos.»
El valor para escribir la verdad no se alimenta de la temeridad. Su fuente es dual. Por un lado quien escribe la verdad sabe que a quienes gobiernan un mundo construido sobre mentiras les será odioso. No se le publicará ni difundirá. Al contrario. A cambio de su honesto esfuerzo recibirá persecuciones, calumnias y vituperios. No puede, en pocas palabras, esperar vivir de la verdad. «Para defender la libertad de una esfera –escribía Marx– e incluso para comprenderla, es necesario captarla en su carácter esencial y no en relaciones exteriores. ¿Pero es acaso fiel a su carácter, actúa de acuerdo con la nobleza de su naturaleza, es libre la prensa que se rebaja a ser una profesión? El escritor tiene por supuesto que ganar dinero para poder vivir y escribir, pero no debe, de ninguna manera, vivir y escribir con el fin de ganar dinero». Ser conscientes de esto y actuar congruentemente, en eso radica el sacrificio. Pero el valor no es solo sacrifico, es también dedicación. Esto significa que buscar la verdad requiere trabajo, investigación, un continuo esfuerzo de indagación que evitará que, más allá de buenas y loables intenciones, se terminen propagando dulces mentiras en lugar de amargas y necesarias verdades.
La sagacidad de reconocer la verdad requiere un método. Un sistema de análisis e interpretación del mundo que permita, a quien la busca, trascender las apariencias y dar con las verdaderas relaciones que la determinan. No hay otra vía aquí que el estudio del materialismo dialéctico, la historia y la economía. La lucha de clases no pretende oscurecer la verdad. Mucho menos enterrar aquellas verdades que puedan no ser, en principio, útiles al proletariado. «La verdad es siempre revolucionaria», incluso cuando no lo parezca. Marx fue, de todos los pensadores de su tiempo, quien con más audacia y sinceridad reconoció las virtudes del naciente capitalismo. Quienes las negaban, los utópicos y populistas, no hicieron, en la práctica, más que dar pasos atrás al momento de buscar transformaciones reales. Por eso fracasaron.
Pero el método, aunque necesario, no es suficiente. Cuántos “marxistas” tropiezan todos los días cuando, armados únicamente del método e ignorando el movimiento de lo real, pretenden dar soluciones a problemas que sólo conocen en abstracto. «El principio fundamental de la dialéctica –ha dicho Lenin– es: no hay verdad abstracta, la verdad es siempre concreta». Hay de verdades a verdades. Decir generalidades, aunque no sean falsas, es caer en la perogrullada. La abstracción, mal entendida, es una forma de ocultar la verdad, muchas veces simplemente porque se la desconoce. Decir: «el sol calienta y el agua moja» no puede ser falso. Mejor aún, dado que está tan de moda en algunos círculos de la «izquierda»: «la guerra es mala, ni con Rusia ni con Ucrania, yo estoy por la paz», es una forma de escurrir el bulto, de escapar del mundo por puertas falsas. La guerra es mala, sí, pero no por ello deja de ser necesaria en determinadas circunstancias. Igualar al fascismo ucraniano y su tendencia imperialista, con la resistencia heroica del pueblo ruso es, simplemente, mentir.
Es precisamente en el estudio de lo concreto de las relaciones sociales reales donde normalmente se cometen serios y muy dañinos errores. Sobre este punto volveremos más adelante. ¿Cómo hacer de la verdad un arma práctica? Alguien dirá, y con razón, difúndase. Sin embargo, debe darse un paso previo. La verdad, como hemos dicho, no existe por sí misma. Existe como parte de un complejo conjunto de relaciones sociales. Por un lado hay que saber discriminar las verdades para exponer aquellas que puedan ser armas de transformación; por otro, hay que encontrarle el filo a la verdad. Es decir, demostrar lo que se oculta tras lo inmediato o lo general. Estar contra el genocidio en Palestina perpetrado por Israel es una reacción de elemental humanismo. Revelar las fuerzas del imperialismo norteamericano que se ocultan tras una aparente guerra de religión es hacer de la verdad un arma de transformación.
No todo el público es capaz de oír verdades. Hay quienes incluso se niegan conscientemente a escucharlas, aquellos que están cómodos en el mundo que les tocó vivir. Sólo un sector de la sociedad es capaz de reaccionar cuando se le educa. El que sufre en carne viva la propagación de mentiras. Cuando desde el micrófono se oye decir: “todo va bien”, pero yo no tengo para comer, entonces la “verdad” empieza a ser sospechosa. Quien oye predicar a las puertas de un hospital: “tenemos el mejor sistema de salud del mundo”, mientras agoniza por falta de medicinas, duda de la veracidad de tales palabras. Hablar de hambre al satisfecho, de sed al saciado, de enfermedad al rebosante de salud, muchas de las veces es perder el tiempo. No están capacitados para entender algo que no les afecta. La única clase capaz de hacer de la verdad sobre las condiciones deplorables de vida un arma de lucha, es aquella que la puede entender porque la padece y sólo es necesario, en su caso, mostrarle las causas.
Por su parte, el que escribe debe saber para quién escribe. Hablar de todo y para todos es una forma de no llegar a nadie. Hablar de hechos concretos, para una clase en concreto, es hacer la verdad revolucionaria. Existe –por ejemplo– un sector de “intelectuales de izquierda” que tienen la osadía de hablar de temas que francamente no comprenden pero que, gracias al amplio auditorio que se han formado, logran difundir profusamente sus ideas. Estos teóricos han hecho del neoliberalismo mexicano, hoy en su fase “populista”, un ejemplo de lucha para los países latinoamericanos. Se propaga por el mundo la idea de que en México florece una especie de socialismo cuando en verdad vivimos desde hace más de un lustro una dictadura sotto voce encabezada por la decadente burguesía nacional. El morenismo representa lo más ruin de esta clase y el daño infligido al país, empezando por la deuda, será muy difícil de revertir. Hablar sin pensar en el efecto de nuestras palabras; decir verdades a medias, no sabemos si a cambio de un salario; engañarse y engañar utilizando al marxismo como escudo, es, muy seguramente, una de las formas más despreciables de manipular la verdad.
No cabe aquí, como decíamos al principio, la posibilidad de comprensión o perdón. Quien escribe sin pensar en que es su público precisamente el capacitado para cambiar la realidad y se afana en convencerle de que la realidad está bien como está, atacando ferozmente a aquellos que pretenden cambiarla, entonces, no merece indulgencia. Es difícil decirlo, pero es necesario. Hoy hay que reivindicar la verdad, con todas las armas que tengamos a la mano, incluso frente a aquellos que, desde su cubículo escondido en un rinconcito del mundo, defienden al marxismo en abstracto pero lo traicionan a la hora de enfrentarse cara a cara los hechos.
Este país tiene una posición geoestratégica excepcional.
Quien escribe sin pensar en que es su público precisamente el capacitado para cambiar la realidad y se afana en convencerle de que la realidad está bien como está, atacando ferozmente a aquellos que pretenden cambiarla, entonces, no merece indulgencia.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).