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Cine mexicano
Quizás su periodo más fructífero fue en la “época del cine de oro mexicano”, donde tuvo fuerte impulso de las instituciones gubernamentales, la academia, el estatus que estaba construyendo la industria fílmica de EEUU y la sociedad mexicana.
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México es un país con un amplio catálogo de producciones cinematográficas. El primer corto nacional del que se tiene registro fue realizado en 1897; y de entonces a la fecha, el cine mexicano ha pasado por periodos de bonanza, en calidad y cantidad, y de momentos áridos en ambos aspectos.

Tal vez el periodo más fructífero fue la llamada “época del cine de oro mexicano”, cuando hubo un fuerte impulso para esta expresión artística de las instituciones gubernamentales, la academia, el estatus que estaba construyendo la industria fílmica de Estados Unidos (EE. UU.) y la sociedad mexicana. Esa fue la época de grandes camarógrafos (Ezequiel Carrasco, Gabriel Figueroa), directores (Emilio El Indio Fernández, Ismael Rodríguez), actrices (María Félix, Dolores del Río, Elsa Aguirre, Katy Jurado) y actores (Pedro Armendáriz, Pedro Infante, Jorge Negrete), entre otros profesionistas que fueron igualmente fundamentales en la creación de las películas más conocidas.

La exaltación de las raíces del pueblo mexicano, sus tradiciones, costumbres y su historia conformaron la tendencia predominante en el contenido de los guiones durante ese periodo, que contribuyó al fortalecimiento de la identidad nacional y, en alguna medida, fue la respuesta a la expansión del ideal cultural y estético del capitalismo gringo. Tales intenciones se lograron mediante la representación de la cultura mexicana en los festivales internacionales de cinematografía más reputados como el de Cannes, Venecia y el Oscar. Además, gran parte de esa producción fílmica permanece como una manifestación artística que nos ayuda a comprender el contexto social y cultural del México actual. 

Aunque este cine mexicano es considerado emblemático, no significa que sea el pináculo de la creatividad cinematográfica nacional, pues ésta continúa desarrollándose. Las condiciones para este desarrollo no han sido constantes, ya que aunque se han creado instituciones para apoyar su producción y consumo interno, como es el caso de la designación del 15 de agosto como Día Nacional del Cine Mexicano, estos tímidos esfuerzos últimamente se han visto minados por los recortes generalizados a la cultura, que el gobierno de la llamada “Cuarta Transformación” (4T) ha aplicado, invocando primero una austeridad “republicana” y luego una “franciscana”. Un ejemplo de las consecuencias de esta política sobre el arte es la eliminación de los fideicomisos Foprocine y Fidecine y la falta de pago a Ibermedia (programa internacional que estimula la producción cinematográfica iberoamericana a través del apoyo de distintos países), que ha provocado la ausencia del cine mexicano en otras latitudes.

Esta situación afecta mínimamente, si es que lo hace, a los productores y directores mexicanos que han ganado reconocimiento internacional, como Guillermo del Toro, Alejandro G. Iñárritu y Alfonso Cuarón, y a las producciones respaldadas por las casas televisivas nacionales; pero se ha convertido en un obstáculo insalvable para los productores independientes, que no cuentan con la aprobación de los grandes magnates dispuestos a invertir en historias no comerciales. 

Si el cine mexicano recibiera el apoyo que en otra época tuvo, podría surgir una nueva era cinematográfica de alta calidad, que se inspirara no en un regreso melancólico al estilo de El Indio Fernández, sino en el desarrollo de una propuesta que se plantee retratar a los mexicanos desde la realidad actual. Un cine así recolocaría el nombre de México por su calidad y profundidad en los guiones, imágenes y actuaciones.


Escrito por Jenny Acosta

filosofa


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