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Morir y sufrir son para mí preferibles a la inacción:
anchísima es la tierra y el mundo es de quien vence.
—Abu-l-Tayyib Ahmad ibn al-Husayn (Al-Mutanabbi)
La cultura occidental cristiana debe a los pueblos árabes un profundo agradecimiento por haber salvado el invaluable tesoro intelectual de la antigüedad clásica grecolatina, cuyos manuscritos fueron celosamente preservados en Bagdad. Con frecuencia, los pueblos árabes han sido erróneamente calificados como bárbaros, pero es impresionante la lista de filósofos, científicos e innovadores de todas las ramas del conocimiento que el mundo moderno debe al árabe. La poesía en lengua española también está en deuda con este pueblo, cuna de grandes poetas.
En Cinco poetas musulmanes (1944) el filólogo y arabista español Emilio García Gómez sostiene que Al-Mutannabi es el más grande de los poetas neoclásicos árabes y que es indudable su influencia en la formación y desarrollo de la lírica arábigo-andaluza en la que ha ejercido siempre una gran seducción: “Por ello, además, –frente a tanto versificador arqueológico, cuya obra, muerta en mayor o menor grado, se la puede disecar, estudiar, encerrar en vitrinas, comprender intelectual y estáticamente en su medio histórico–, es un «clásico vivo», es decir, una obra todavía palpitante y ágil, capaz, como todo verdadero texto clásico, de admitir que cada nueva generación la interprete a su manera, y que se resiste tenazmente a la aprehensión del arqueólogo literario”.
Al-Mutanabbi nació en el seno de una modesta familia yemení en Kufa, Irak, hacia el año 915; y creció en un convulso ambiente en que las rebeliones político-religiosas eran frecuentes. Muy joven abrazó el ideario qarmata, movimiento del islam ismailí de los siglos IX y X, que expresaba la oposición de distintas tribus beduinas al Califato Abasí; en Laodicea, Al-Mutanabbi participa en una revuelta de orientación qarmata en la que finge, bajo inspiración profética, la realización de milagros y actos taumatúrgicos e incluso intenta escribir un nuevo Alcorán en prosa rimada. Por estos hechos recibe el apodo que lo acompañará desde entonces, Al-Mutanabbi, que significa “El que se las da de profeta”. Capturado en 933, sufre encarcelamiento y desde su prisión escribe una inspirada prosa poética de contenido religioso; después de un proceso benévolo es liberado en 936.
Somos hijos de los Muertos.
¿Por qué, entonces, rechazamos la copa
[en que hay que beber?
Muere el pastor en su ignorancia
lo mismo que Galeno con su medicina,
y hasta quizá vivirá más que Galeno
y por caminos más seguros…
No alcanza la inmunidad de la muerte
[el que la espera
con el corazón trémulo de espanto.
…
Goza ahora que vives, de la vigilia y
[del sueño,
y no esperes dormir bajo la losa.
Este «tercer estado» tiene un sentido
[diferente
del que tienen nuestras palabras «dormir»
[y «estar despierto».
Su profundo conocimiento del alma humana y la inestable fortuna han hecho que sus versos sean frecuentemente citados. Aún en vida recibió la admiración fervorosa de sus contemporáneos; y después de muerto, su fama rompió las barreras geográficas y temporales. Él lo sabía, de ahí tal vez su proverbial soberbia, expresada con frecuencia en orgullosos versos, leídos en más de una ocasión frente a sus propios detractores.
Mis versos irán al Oriente, hasta donde ya no hay más
[Oriente;
e irán al Occidente, hasta donde ya no hay más Occidente.
…
Todos los reunidos en esta asamblea
saben que soy el hombre mejor que pisa esta tierra.
Yo soy el que hace que los ciegos vean sus escritos,
y mis palabras hacen oír a los sordos.
Duermo a pierna suelta, sin cuidarme de mis versos
[maravillosos,
mientras todo el mundo vela disputando por ellos.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.