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Dicen quienes conocieron de cerca al actor, guionista y realizador español Luis Alcoriza -quien hizo la mayor parte de su carrera cinematográfica en México– que hasta sus últimos sufrió amargura por el hecho de que su paisano y famoso director de cine, el aragonés Luis Buñuel, nunca reconoció públicamente la importancia de sus colaboraciones como guionista en las relevantes cintas de su etapa mexicana como director. Alcoriza fue autor literario de su propia obra como realizador cinematográfico en México y en sus filmes más destacados logró captar mejor la “mexicanidad” (la idiosincrasia y las características distintivas de los mexicanos) que la mayoría de los cineastas nacidos en México. La principal distinción de este director con respecto a los demás se encuentra, sobre todo, en el enfoque que dio a sus películas, pues Alcoriza no se dejó llevar por el cine de entretenimiento y muy mala calidad que se hizo en los años 60 y 70 del siglo anterior, del cual algún crítico llegó a caracterizar como “el más falso que ha existido en México”. Fue un cine carente de contenido social y político progresista que distorsionó la realidad y que estuvo monopolizado por siete familias: la de Gregorio Wallerstein, Alejandro Galindo, Ismael Rodríguez, Arturo Ripstein, Alfonso Rosas Priego, Fernando de Fuentes y los hermanos Calderón. Fue un cine que produjo “melodramas arrabaleros” –precursores de las telenovelas, que hasta la fecha siguen siendo el mejor negocio de las televisoras- “comedias rancheras”, etc; cine insulso que solo tuvo la finalidad de “entretener” con base en historias edulcoradas que no permitían al pueblo adquirir conciencia de sus problemas.
Alcoriza, sin tener una ideología revolucionaria, se esforzó en contar historias con un sello realista, influido por el neorrealismo italiano. Creadas con este sentido de contracorriente, sus cintas más ilustrativas fueron las de la “triple T”: Tlayucan (1961), Tiburoneros (1962) y Tarahumara (1965). En Tlayucan, nominada en 1962 para competir como mejor película extranjera por el Oscar, narra la historia de Eufemio Zárate (Julio Aldama), un campesino que ha defendido a sus compañeros frente a los abusos de los dueños de un ingenio azucarero; al no tener trabajo, Eufemio se ve obligado a vender las crías de una puerca que es lo poco tiene; su hijo Nicolás (Juan Carlos Ortiz), de escasos ocho años, enferma de bronconeumonía, pero al revisarlo el doctor dice que el niño debe de tener una atención médica especial, pues corre el peligro de morir, pero esa atención y las medicinas salen muy caras; Eufemio y su esposa Chabela (Norma Angélica) saben cómo obtener el dinero. Eufemio va pedirle a la imagen de la virgen que se encuentra en la iglesia del pueblo para que lo ayude a obtener los recursos para atender a su hijo; en ese momento unos turistas gringos lo ven implorando y le toman fotografías; los flashazos iluminan la imagen de la virgen y Eufemio cree que es la señal que ésta le da para que pueda tomar una perla incrustada en el marco de la imagen religiosa. Es descubierto cuando los turistas enseñan al cura del pueblo la fotografía de Eufemio desprendiendo la perla. Reconoce su delito, y cuando está a punto de ser linchado, la perla, que había soltado en un comedero de puercos, aparece en el momento que es limpiado. Eufemio es perdonado por el cura y sus compañeros (…) Pero la cinta tiene otros personajes y otras historias, como la de la solterona beata Prisca (Anita Blanch), quien sufre de tortura “moral” cuando vio haciendo el amor a Eufemio con su esposa; Prisca un día se emborracha con un mendigo ciego (Noé Murayama) que la pretende y con quien termina casándose. Destaca por su actuación Andrés Soler, encarna al rico del pueblo Tomás Cruz, quien acosa a Chabela pero ella no acepta sus proposiciones. Sin embargo, el viejo, ante el peligro de muerte de Nicolás, regala a la pareja el dinero que se requiere para atenderlo. En este filme Alcoriza muestra cómo las personas, incluso las de la tercera edad, mantienen sentimientos y deseos iguales a los de los jóvenes y adultos. Sin duda, la mirada de Alcoriza es, más que indulgente, humanista. Tlayucan es una muestra de cine mexicano de calidad.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA