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Quizás uno de los elementos que nos permiten distinguir con claridad a la música popular de la que no es popular se encuentra en la creación. Aunque parezca obvio, es importante subrayar que la música popular, en cualquiera de sus expresiones, fue creada por el pueblo o para el pueblo. No estoy de acuerdo con los que afirman que la diferencia está en la calidad: “si es popular, entonces su calidad es deficiente”. Lo más común es generalizar; “todo lo que no es popular es inteligente, sano y loable”. Esto es una verdad a medias. Es cierto que la música que han fomentado las clases altas, incluida en algunos momentos la de la burguesía, tiene la cualidad de la especialización, su profesionalización; es decir, generó condiciones para formar artistas de tiempo completo. Pero también es cierto que no toda la música auspiciada en estas circunstancias puede ser considerada siempre como superior en términos morales o de alta cultura. Mozart también se divertía y creó Leck mich im Arsch, que algunos muy propios traducen como “bésame el trasero”; se trata de un canon de una serie de al menos seis, escritos en Viena en 1782. Compuesto para ser cantado por seis voces como una ronda en tres partes, se cree que es una pieza escrita para sus amigos. El título lo dice todo. Agreguemos que existe música académica que tampoco alcanza las “grandezas espirituales” a las que normalmente llega una buena parte de ella.
Y esto mismo ocurre con la música popular. Generalizar es un error muy común. Aunque el género popular es un universo por sí mismo, histórica y geográficamente hablando, su génesis es común: informal, espontáneo, divertido, burlesco, pícaro, procaz, frenético… popular, pues, en el sentido amplio de la palabra, pero también artístico. Acaso sin proponérselo, varias expresiones de música popular alcanzan la misma grandeza poética –en el caso de la música con letra– y técnica que la música de concierto. Algunos icónicos compositores han aceptado abiertamente influencias de la música popular. Aún más, no existe casi ningún género que no haya asimilado otros, lo más común es que la influencia de unos géneros dé luz a otros más. En eso consiste, a fe mía, la cultura: en la amplitud, en la variedad de degustación. Esto tiene que ver, irremediablemente, con los alcances educativos y, desde luego, con los medios económicos de que dispongan los individuos.
Ahora bien, dejemos sentado que la música académica busca por sí misma la calidad, en varios sentidos. La popular, no, aunque, como dijimos, puede conseguirla. La razón es que la música popular es expresión inmediata de la alegría, tristeza, temor… de un sinfín de sensaciones y sentimientos. En la mayoría de las ocasiones, la monotonía del trabajo de las clases populares las lleva a crear música bailable, que estalle en jolgorio, en lo dionisiaco, para romper con lo rutinario de las jornadas laborales.
Por otra parte, es casi una obviedad decir que los artistas populares obtendrán la inspiración de su propio medio social. Los temas de la música popular, por ejemplo, del cine de oro mexicano (1936-1956) serán muy diferentes a las de música de nuestros días. Las causas son evidentes: en aquella época no existía una sociedad inundada de narcóticos. Como se sabe, la cultura es, en última instancia, reflejo de la sociedad.
En este sentido, la polémica se ha abierto por el sorprendente ascenso en las listas de popularidad del corrido tumbado; género auténticamente popular censurado por su excesiva preferencia por temas relacionados con las actividades del narcotráfico y su normalización. Pero, justamente, esta normalización ocurre porque en la vida social así pasa. En varias regiones del país coexistimos con esta problemática cotidianamente. Su popularidad nacional e internacional obedece a eso y también a que las aspiraciones que se proyectan en aquellas letras son idénticas a las que anhelan todas las clases sociales bajas de este y otros países donde impera una asfixiante desigualdad: “para salir de la miseria y gozar el despilfarro, ser temido y amado, solo en el narcotráfico”, fuera de eso, las opciones parecen muy estrechas y adversas.
He sostenido en otros espacios que “la censura” generalizada que promueven algunos sectores considerados a sí mismos como “ilustrados” no es consecuente; se escandalizan por la trivialidad de los temas, sin decir una sola palabra sobre el contexto que los genera. En el fondo, esa condena esconde el más descarado de los clasismos, y es posible que no tengan ningún interés ni por la cultura ni por la sociedad. Reproducen fielmente el individualismo influido por la lógica del capitalismo: la burguesía y sus políticos peleles monetizan la cultura popular para jugosas ganancias individuales.
Una genuina preocupación por romper este posible estancamiento cultural pasa por el cultivo generalizado de las bellas artes entre las clases trabajadoras marginadas, con la implicación, desde luego, de combatir sus rezagos económicos y sociales. Hasta entonces, solo quejarse por lo bélico de la música popular es sobradamente inútil.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista