Estiman un aumento de entre 10 y 15 por ciento en los precios del consumidor.
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La Unión Europea (UE), en un acto de supuesta actitud valiente, desafiante y poderosa, impuso al barril de petróleo crudo un precio internacional máximo de 60 dólares para golpear las finanzas de Rusia en el contexto de la guerra que sostiene contra Ucrania. Es decir, los 27 países que conforman la UE creen que, con esta medida, reducirán la capacidad de los rusos para abastecerse de armamentos y mantener un ejército que defiende su patria y al mundo entero. Pero los europeos están muy equivocados porque no consideran que, con este tipo de acciones, están disparándose un tiro en el pie.
La respuesta del Kremlin fue inmediata y contundente: “si el precio de nuestro petróleo les parece caro, entonces ya no lo suministraremos”. Es decir, los gobiernos de la UE creyeron que con bravatas intimidarían a los rusos y desatendieron varios hechos: se avecina uno de los inviernos más crudos y fuertes; para soportarlo, les hará falta petróleo y gas natural; estos energéticos escasean en su continente; su precio se elevará en uno de los periodos inflacionarios más duros de los últimos tiempos y la escasez afectará a las clases sociales más bajas de sus poblaciones.
Con relativa facilidad puede describirse la estrategia que la UE está siguiendo contra Rusia: anuncia “sanciones” contra el Kremlin, entre las que destaca la ya citada de que solo le comprará a 60 y no a 65 dólares el petróleo, el precio de mercado que ofrece Rusia. Con esta actitud, además de suponer que ahorrarían cinco dólares por barril, previeron que, como en toda economía de mercado, Rusia la rechazaría y que entonces podrían culparla por no venderle petróleo, argumento con el que además pueden imponerle más sanciones.
¿Qué es lo que oculta esta estrategia de los “poderosos” estados nacionales de la UE, además de errores y fallas tácticas?: que su condición de lacayos del gobierno imperial de Estados Unidos (EE. UU.) les ocultó que este tipo de “guerritas” los debilita en todos los ámbitos, y solo fortalece a Washington. Por aceptar, sin cortapisas, todo lo que les ordenan los estadounidenses, están perdiendo su alianza con Rusia, lo que les garantizaría energéticos y ya no dependerían de EE. UU. para bien de la economía y la cultura de sus ciudadanos.
Vale la pena recordar que el conflicto en Ucrania se derivó de pretender arrinconar militarmente a Rusia mediante la incorporación de Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que es dominado por EE. UU. Si Rusia hubiera permitido esta alianza, habría renunciado a su soberanía, expuesto a su población a la inseguridad absoluta porque el actual gobierno nazi de Ucrania habría aceptado la instalación cohetes nucleares “gringos” que apuntaran hacia las principales ciudades rusas. Esto habría significado la derrota definitiva y el sometimiento de los rusos a los designios de los estadounidenses.
Pero, como siempre, el valiente e inteligente pueblo ruso, que en 1812 destruyó el poderío imperial de Napoleón I y en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) hizo lo mismo con los nazis de Adolfo Hitler en la batalla de Stalingrado y la Gran Guerra Patria –acciones en las que 27 millones de rusos perdieron la vida– descubrió la pretensión del imperialismo yanqui de retornar al “mundo unipolar” mediante la manipulación de un títere, como el comediante que hoy gobierno Ucrania; y para evitar una nueva debacle global, lanzó la ofensiva militar que ahora se desarrolla en esa área central de Europa.
Ha aquí el carácter magnánimo de Rusia, hacia su propio pueblo y hacia todos los pueblos del mundo. Rusia ha manifestado claramente que esta guerra no es una lucha contra Ucrania, sino contra la intención de imponer un mundo unipolar donde todo sea decidido por Washington y donde los países fundamentalistas del libre mercado o neoliberales impongan, por las buenas o por las malas, mercancías, hábitos de consumo, precios y modalidades culturales a los demás países del mundo.
Sí, de lo que se trata es que los precios de los productos –contra lo que revela la teoría del valor de Carlos Marx en torno a que no pueden ser definidos de manera arbitraria– sean establecidos con maniobras de industriales y comerciantes que impunemente condenan a sus pueblos a sufrir consecuencias simples y hasta catastróficas. Cuando los intereses económicos se sobreponen a los intereses de las sociedades, particularmente a los de las clases trabajadoras, entonces se toman decisiones absurdas como las que describimos en este artículo.
Es por ello que los pueblos del mundo deben descubrir la navaja que los poderosos imperialistas han puesto en el centro del pastel. Deben percatarse de que los medios de comunicación masiva de las naciones, bajo dominio del gran capital, pretenden convencer a los ciudadanos comunes de que, en el actual conflicto ucraniano, los rusos son los “malvados de la película”, cuando en realidad son los estadounidenses, los europeos de la UE y los dirigentes del gobierno nazi de Ucrania, que en todo siguen la corriente de los poderosos oligarcas estadounidenses.
Por cierto, hay que destacar que el hijo del actual presidente de EE. UU., Joseph Biden, tiene inversiones de gas natural en Ucrania, como lo ha documentado el periodista francés Thierry Meyssan. De este tamaño son los intereses “democráticos” de Washington en esa nación. Por ello, apoyar a Rusia significa estar del lado del proyecto de un mundo multipolar, donde las naciones cooperen y acuerden cómo construir un mundo mejor. Estar en contra de este proyecto significa defender los intereses de los poderosos de siempre, de los ricos más ricos del mundo que nos harán esclavos con la falsa ilusión de que somos libres. ¡Cuidado!
Estiman un aumento de entre 10 y 15 por ciento en los precios del consumidor.
La inflación anual alcanzó 3.57 por ciento, con alzas notables en alimentos y energéticos.
Bienestar, Educación y Energía reciben los mayores incrementos, mientras que otras dependencias enfrentan significativos recortes presupuestales.
El incremento tiene como fin inhibir el consumo de estos productos y reducir las enfermedades asociadas a ellos.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.