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De acuerdo con los grandes pensadores, el objeto real de la vida humana no está limitado a los bienes materiales, pues éstos solo conforman el aspecto “bestial” de la existencia y hay algo más allá de las necesidades de pan y vestido. Sor Juana Inés de la Cruz lo dice magistralmente: “Yo no estimo tesoros ni riquezas; / y así, siempre me causa más contento / poner riquezas en mi pensamiento / que no mi pensamiento en las riquezas”. Esto no significa que la humanidad deba dejar en segundo término las necesidades básicas, sino que éstas deben ser cubiertas para superar las más inmediatas. La riqueza, entonces, no es solo material.
En las riquezas no materiales se hallan todas las formas de conocimiento. El arte y los valores conforman esta área y, como todo conocimiento, representan expresiones de la sensibilidad, que puede definirse como experiencia estética; es decir, como una relación en la que el sujeto es conmovido por el arte mediante la percepción de formas, colores, texturas, movimientos y sonidos.
Esta relación podría parecer superflua, sobre todo si se le analiza desde el actual utilitarismo dominante, en el que vale lo útil e inmediato; y los objetos solo valen si conservan cierta utilidad práctica. Así, el valor de los bienes espirituales, como las obras de arte, es irrelevante en un sistema capitalista.
Sin embargo, los bienes que sirven para la elevación espiritual sobrepasan la mera contemplación del sujeto al objeto, en tanto que se inscriben en el conocimiento y pueden servir como guías de las prácticas sociales; sin ellos se imposibilita la reproducción de los seres humanos.
La ausencia de conocimientos espirituales es causada principalmente por la desigualdad económica. El casi nulo acceso a los bienes materiales de la mayoría de la población conlleva generalmente una absoluta falta de acceso a la realización espiritual, artística o reflexiva. Una vez que una pequeña cúpula se apropia de los bienes materiales, deglute también los bienes inmateriales, pese a que dentro de este sistema económico comúnmente se les menosprecia.
A falta de los bienes no materiales, van perdiéndose la sensibilidad y la reflexión; se actúa como autómata; las personas se mueven mecánicamente o por impulso; así la violencia se incrementa y la palabra se ausenta. La sociedad busca llenar un vacío espiritual con imágenes violentas que incluso pueden transformarse en rebelión.
La violencia se presenta como una respuesta natural contra la opresión, la miseria y busca mejores modelos de vida. “La violencia es la partera de la historia”, escribió Carlos Marx. La historia humana se ha movido tras algo que está más allá de los goces superficiales y por algo que libere a las personas del ciclo capitalista, en el que lo único que se persigue es la acumulación y el excedente por los dueños del mercado. Los seres humanos se rebelan porque buscan una vida más digna. A lo que no podemos renunciar es a la dignidad, que está conformada material y espiritualmente, y por ella exigimos justicia.
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Escrito por Betzy Bravo García
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.