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Fue en mayo de 1997 cuando oí por primera vez el nombre de Tecomatlán y de su Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario No. 110. Era un día sumamente caluroso cuando dos maestros llegaron a la Escuela Secundaria Técnica No. 98, de la localidad de San Pedro Siniyuvi, Putla, Oaxaca, para aplicarnos un examen de conocimiento general a los alumnos que estábamos en tercero de secundaria.
Fue difícil dejarme ir, particularmente para mi madre, pues cualquier madre trataría de impedir que su hijo o hija se marche con personas que apenas conoce. Pero los maestros antorchistas generaron confianza y seguridad en mis padres. Fue una decisión difícil porque yo era el hijo más pequeño, el único que vivía con ellos, además de que representaba una ayuda para la cosecha del café y la siembra de productos de autoconsumo. Mi madre no tiene estudios ni habla español, mi padre terminó solamente la primaria y tal vez por eso comprendieron que era necesario que su hijo continuara sus estudios.
Fue así como un grupo de 14 jóvenes llegamos a Tecomatlán para cursar los estudios de nivel medio superior. Desde que llegué a la cuna de Antorcha Campesina me sorprendí al ver una escuela totalmente diferente de las que había visto, pues anteriormente había participado en concursos académicos regionales y estatales. La diferencia estaba en la limpieza de los pasillos, en los jardines bien cuidados, en paredes sin grafitis y hasta en la seguridad que prevalece en las escuelas y en todo el municipio.
En las mañanas, los jóvenes salían a correr y en las tardes asistían a clubes de danza, natación, atletismo, ajedrez, basquetbol, volibol, futbol, oratoria, poesía, pintura y música. Había un comedor estudiantil para los jóvenes que cursaban la secundaria, el bachillerato, la normal y el Instituto Tecnológico Agropecuario (ahora Instituto Tecnológico de Tecomatlán). Cada escuela tenía su propio dormitorio estudiantil, un modelo de infraestructura, a pequeña escala, del que hubo en la Unión Soviética y que aún permanece en la Rusia actual. Las instalaciones con que contaba Tecomatlán, en aquel entonces, no eran todavía de primer nivel pero sus condiciones eran las adecuadas para que cualquier joven se desarrollara ampliamente en el aspecto académico, cultural y deportivo.
Todos los días se inculcaba el hábito y el gusto por la lectura. También participé en un círculo de estudios donde los profesores antorchistas me ayudaron a hablar en público, a mejorar mi lectura y escritura porque no hablaba bien el español. En esos círculos comprendí que el culpable de la desigualdad y la pobreza es el sistema económico actual.
Al culminar mi preparatoria, cuatro jóvenes de mi generación ingresamos a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y me trasladé a otra casa de estudiantes en la Ciudad de México. Y una vez más encontré el apoyo de los responsables antorchistas tanto en lo espiritual como en lo material. Cursé la carrera de matemáticas en la Facultad de Ciencias y una maestría en el Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y Sistemas (IIMAS), ambas instituciones pertenecientes a la UNAM.
El Movimiento Antorchista me entusiasmó para salir al extranjero. Mis padres siempre han tenido lo básico para vivir y definitivamente no estaba entre sus posibilidades apoyarme. Gracias al fuerte apoyo económico de Antorcha, que incluía calzado, comida, renta, boletos de avión, medicinas, colegiaturas y otros gastos, logré concluir el curso de ruso en un año, una segunda maestría en la especialidad de análisis matemático y un doctorado en física y matemática en la Facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal Lomonósov de Moscú, Rusia, una de las mejores universidades del mundo, con una larga trayectoria en el desarrollo de las matemáticas y ganadora de seis premios Fields y 11 premios Nobel.
Conozco desde hace 21 años a Antorcha y en todo este tiempo nunca he visto los “grupos paramilitares” o “grupos de choque” de los que hablan los medios de comunicación. Solo he visto una organización preocupada por combatir la pobreza que lacera a millones de mexicanos; que le apuesta a la juventud; que sostiene innumerables casas de estudiantes a lo largo y ancho del país y que organiza las Espartaqueadas Deportivas y Culturales en las que miles de jóvenes participan año con año.
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Escrito por Romeo Pérez
Doctor en Física y Matemáticas por la Facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal de Lomonosov, de Moscú, Rusia.