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Margarita Michelena
Poetisa, crítica literaria, periodista y traductora mexicana, fue colaboradora y fundadora de muchos medios como El Cotidiano, El libro y el pueblo, Respuesta, La cultura en México; editora de Novedades y Excélsior.
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Elegía

Imaginad un árbol con las ramas por dentro,

ahogado por su propia e imposible corona

y que cautivo lleva –aniquilándole–

el fruto no vertido de su sombra.

 

Esto soy yo. La soledad sin brazos.

Un mar que, despertando, ya es arena,

muriendo solo bajo el mismo grito

que imaginó poner entre sus ondas.

 

Yo venía

de ser raíz para subir a sueño,

de ser oscuridad a dividirme

en el sereno reino de mis hojas.

Subiendo estaba y encontré esta muerte

de no ser sino el árbol que encerrada

lleva su irrealizable primavera,

su fuerza inútil de imposibles ramas

que no verán jamás a las estrellas.

 

Esto soy nada más. Raíz desnuda.

Un viaje que pensó que se movía

hacia el diáfano fuego de la rosa

y se quedó en su origen de ceniza,

más que nunca en la planta desde donde

creyó subir por la escalera angélica.

 

Y estoy sintiendo lo que siente un sueño

cuando va a florecer y es despeñado

desde los mismos ojos que lo sueñan.

 

Soy la que nada poseyó. La oscura

desesperada soledad terrible,

quien jamás conoció sus propios brazos

ni los colmó de llanto y de dulzura.

 

No se crea en la voz que se me escucha,

que no es ésta mi voz. Y este poema

no es siquiera una rama… No es siquiera

una sospecha de mi oculta sombra.

 

Tan solo quedó aquí del mismo modo

que en la orilla del mar a veces queda

–testimonio de muerte y abandono–

el lúcido esqueleto de una perla.

 

La desterrada

I

Yo no canto

para dejar testimonio de mi estancia,

ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,

ni para sobrevivirme en las palabras.

Canto para salir de mi rostro en tinieblas

a recordar los muros de mi casa,

porque entrando en mis ojos quedé ciega

y a tientas reconozco, cuando canto,

el infinito umbral de mi morada.

 

II

Cuando me dividiste de ti, cuando me diste

el país de mi

cuerpo y me alejaste

del jardín de tus manos,

yo tuve, en prenda tuya, las palabras.

Temblorosos espejos donde a veces

sorprendo tus señales.

Solo tengo tus palabras, solo tengo

mi voz infiel para buscarte.

 

Reino oscuro de enigmas me entregaste

y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,

y es lengua doliente y una copa sellada.

Esto es la poesía. No un don de fácil música

ni una gracia riente.

Apenas una forma de recordar, apenas

–entre el hombre y tu orilla–

una señal, un puente.

 

Por él voy con mis pasos,

con mi tiempo y mi muerte,

llevando en estas manos prometidas al polvo

que de ti me separan, que en otra me convierten

y que es mi frontera inexpugnable,

un hilo misterioso, una escala secreta,

una llave que a veces abre puertas de sombra,

una lejana punta del velo centelleante.

 

Esto tengo y no más. Una manera

de zarpar por instantes de mi carne,

del límite y del nombre que me diste,

del ser y el tiempo en que me confinaste.

Has querido dejarme un torpe vuelo,

la raíz de mis alas anteriores

y este nublado espejo, teatro apenas

de la memoria que me arrebataste.

 

Y yo que fui contigo solamente

una sonora gota de tu música oceánica,

lloro bajo la cifra de mi nombre,

en esta soledad de ser yo misma,

de ser entre mi sangre un nostálgico huésped

que su idioma ha olvidado, mas no olvida

que es hoja separada de su ramo celeste.

 

III

Pero voy caminando hacia el retorno.

Pero voy caminado hacia el silencio.

Pero voy caminando hacia tu rostro,

allá donde la música dejó ya de ser tiempo,

allá donde las voces son todas la voz tuya.

 

Aún es mi camino de palabras

aún no me disuelves de tu música,

aún no me confundes y me salvas.

Mas tú me tomarás desde el cadáver

vacío de mis pasos,

derribará tu soplo la muralla

y apagará la vacilante antorcha

con que mi voz, abajo, te buscaba.

 

Recobrarás la espada

que un ángel puso en mi costado

y este sonoro sello que en mi frente

me señaló un destino de nostalgia.

Y callaré. Devolveré este reino

a frágiles palabras.

¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado,

si estará abierta entonces esta rosa enigmática?

 

Monólogo del despierto

Estamos ya arrasados, detenidos,

fuera ya de nosotros, sin ribera ni centro,

sin nombre ni memoria,

perdida ya la clave del límite, la cifra

de nuestra propia imagen y su espejo.

 

Todo aquí es más allá

se ha trascendido el círculo.

Se ha derogado el número.

Ni distancia. Ni música. Ni latido. Ni órbita.

La dulzura terrible, sin fondo, de la nada.

Si ahora cierro los ojos, caeré en su abismo ciego.

 

Margarita Michelena

Nació en Pachuca, Hidalgo, el 21 de julio de 1917. Poetisa, crítica literaria, periodista y traductora mexicana, fue colaboradora y fundadora de muchos medios como El Cotidiano, El libro y el pueblo, Respuesta, La cultura en México; editora de Novedades y Excélsior; guionista de la XEW y conductora en XEMX Radio Femenina. Fue contemporánea de Emma Godoy, Griselda Álvarez y Pita Amor, a quienes reunió en el periódico Cuestión, siendo el primer periódico del mundo hecho por mujeres, cuyo lema era “la expresión de la mujer en la noticiaˮ. Sobre su obra literaria, Octavio Paz señaló que “sus poemas son cristalizaciones transparentes, poemas bien plantados en la tierra, pero movidos por una misteriosa voluntad de vueloˮ; ella misma afirmaba que su poesía era ontológica, dirigida al ser humano y hecha por un ser humano. La obra poética de Margarita Michelena está publicada en los poemarios: Paraíso y nostalgia (1945); Laurel del ángel (1948); Tres poemas y una nota autobiográfica (1963); La tristeza terrestre (1954); El país más allá de la niebla (1969); y Reunión de imágenes (antología, 1969). Murió en la Ciudad de México el 27 de marzo de 1998.


Escrito por Redacción


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