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Actor asiático de primer orden por su enorme potencial geopolítico, La India es prácticamente desconocida en México y Occidente. Inexplicablemente ausente de los ojos mediáticos y centros de análisis, solo se le cita de vez en vez como la “democracia más grande del mundoˮ. Sin embargo, esta nación de mil 407 millones de personas, es gran innovadora y posee el quinto Producto Interno Bruto (PIB) del planeta. Para Estados Unidos (EE. UU.), es un actor clave en su plan para reconfigurar Asia y contener a China en el Pacífico. México, lejos de esos juegos de guerra, debe reforzar sus vínculos con ese amigo histórico y socio.
Este periodo es el siglo de Asia, continente que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, experimentó un cambio de mando al rebasar al colonialismo y emprender su propia ruta. Además de poseer una civilización añeja, La India es un Estado donde florecen el comercio y la tecnología que se globalizó intensamente.
Séptima en el mundo por su enorme superficie, colinda con China, Pakistán, Nepal, Bangladesh, Bután y Myanmar. Su ubicación geoestratégica cobra importancia cuando el centro de gravedad global se desplaza de la zona euroatlántica al Pacífico-asiático; y como potencia emergente se interesa por participar en la configuración del nuevo orden mundial.
La India, basada en el principio de equilibrio de potencia, mantiene excepcional autonomía internacional. Lo hace a través de una política exterior independiente y visionaria que aprovecha su enorme potencial económico.
La diplomacia india está concebida para ampliar su esfera de influencia, fortalecer su rol entre otras naciones y que su presencia se sienta como poder emergente. Así se observó desde el inicio de la pandemia, cuando el país enfrentó múltiples desafíos y oportunidades, señaló la editorial Drishti.
La política exterior india se ha permitido históricamente un relativo amplio margen de acción en asuntos globales estratégicos como el uso de energía nuclear, la industria aeroespacial y su relación con los vecinos del sur asiático.
Sin embargo, tiene persistentes conflictos fronterizos con China y Pakistán. De ahí que La India sea uno de los cinco países del mundo con mayor inversión en defensa –superior a los 65 mil millones de dólares (mdd)– y posea armas nucleares. Por éstas y porque no busca el liderazgo regional, ningún vecino puede desafiarla.
Retrato íntimo
La India transita, vive y crece en la diversidad. El equilibrio de su sistema nacional se explica por una cultura de gobierno donde las élites intelectuales, económico-financieras y políticas del país definen los roles, explica Jules Naudet.
Con este conocimiento es posible acercarse a los desafíos –activos o de baja intensidad– que enfrenta el gobierno. Entre los males endémicos del país, figuran la corrupción pública, el analfabetismo y la desigualdad, así como la precaria infraestructura.
Estos déficits se dan en un contexto de tensiones periódicas entre la mayoría hindú y la minoría musulmana (15 por ciento), el auge del radicalismo y las guerrillas (maoístas, según algunos) en el estado de Andhra Pradesh.
Esa heterogeneidad en su variedad cultural, idiomática y religiosa se expresa también en la enorme variedad socioeconómica de sus 25 estados y siete territorios. Cada gobierno ha propuesto soluciones a esos problemas, pero lo han impedido la dimensión territorial y la enorme diversidad social, así como las élites que defienden sus privilegios e incapacidad gubernamental.
No obstante, en términos numéricos, la democracia “más grande del mundo” probó serlo en 2019. Más del 67 por ciento del electorado (900 millones) participó en la elección de los 543 escaños del nuevo Parlamento (Lok Sabhao, Casa del Pueblo). Esa magnitud confirmó que el sistema marcha.
Ese año, el opositor Narendra Modi ganó cómodamente y gobernará La India hasta 2024. Críticos del primer ministro sostienen que detrás de él están las castas altas que dominan el centro del Partido del Congreso, así como las élites y los profesionales de Nueva Delhi.
La participación ciudadana era usual cuando fue colonia británica y, una vez independiente, Jawaharlal Nehru (1947-1964), postuló el principio de la “unidad en la diversidad”. Entonces minorías étnicas, religiosas y lingüísticas se integraron al mayoritario partido del Congreso Nacional Indio (CNI).
Pero entre los años 70 y 80, este partido dio un vuelco. Con Indira Gandhi (hija de Nehru y asesinada en 1984) pasó de ser un partido popular y de consenso a uno jerárquico y centralizado. En respuesta, con la llamada “revolución silenciosa”, múltiples sectores se opusieron a ser marginados por el sistema, entre ellos las castas (dalits) más politizadas.
Ante la protesta de las castas superiores, opuestas a las cuotas en 1987, se aplicó la Fórmula Mandal, que amplió la inclusión sociopolítica de lasnclases marginadas. Dos años después se produjo un punto de inflexión en la elección de 1989-1991, cuando nació el pluripartidismo en respuesta al asesinato de Rajiv Gandhi (1991). Entonces el Partido Popular Indio (BJP), del actual primer ministro, se alzó desde 2014 como segunda fuerza, recuerda Juan Pablo Luna.
Experiencias compartidas
Para muchos mexicanos, La India es un país amigo pero remoto, que posee un pluriétnico patrimonio cultural. Por ello es lamentable que solo exista un puñado de indólogos en nuestras universidades, que la mayoría desdeñe la geopolítica y se centren en su literatura, religión, poesía y arte.
La relación bilateral data del Siglo XVII, cuando iniciaron su comercio a través del Índico y el Pacífico. Y en cuanto La India se independizó de Inglaterra (1947), México fue el primer país de América Latina en reconocer su soberanía. En 1960 formalizaron su relación diplomática y en plena Guerra Fría coincidieron políticamente en el Movimiento de Países No Alineados (MPNA).
En esa década, las variedades de trigo desarrolladas en México, que activaron la revolución verde de La India, garantizaron la seguridad alimentaria del gigante asiático. Durante este siglo, la relación escaló de la asociación estratégica a asociación privilegiada en 2016. Para México, esta cooperación resulta clave para tener mayor presencia en la región Asia-Pacífico.
En 2020, La India envió a México vacunas. Ante la grave ola de contagios que sufrió en abril pasado, el gobierno mexicano, en muestra de solidaridad, declinó recibir más envíos para que Nueva Delhi las empleara en sus ciudadanos.
Dos rubros en que México se beneficiaría de La India son: su liderazgo en innovación tecnológica y como gran productor de genéricos (sobre todo de hidroxiclorina) y medicamentos para la malaria dengue y el ébola, apunta Jacobo Silva.
El 27 de febrero de 2021, la Agencia India de Investigación Espacial lanzó el nano-satélite mexicano Nano Connect-2, que orbitará a 504 km de altura; para supervisar el monitoreo de telecomunicaciones que se transmite a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Objeto del deseo
Con estas características, La India es un actor muy atractivo para Occidente. Lo ve como aliado para superar la decadencia de su poder relativo y acotar el dinamismo chino. Pero La India decepcionó a EE. UU. cuando no se unió a la Asociación Económica Regional (AER), que forma la mayor zona de libre comercio del planeta.
A Delhi le preocupaba que el pacto perjudicara a su industria porque favorece a China. Para otros analistas, la decisión india tuvo un sesgo geopolítico para no ser vista como contra-balance de China en la Alianza del Sureste Asiático (ASEAN).
Urgido contra el auge de China y Rusia, Washington diseñó la noción Indo-Pacífico para reemplazar el concepto Asia-Pacífico. Analistas anti-hegemónicos subrayan que este cambio afirma la confrontación geopolítica estadounidense con Beijing y la determinación de fortalecer su posición en esa región para atraer a La India.
El segundo gran paso fue la creación, el pasado 15 de septiembre, de la Asociación Trilateral de Seguridad Reforzada en Indo-Pacífico, una alianza militar entre aliados históricos: Londres y Canberra, (acrónimo Aukus).
No es casual que Washington actúe así, pues era muy reciente su humillación por el retiro de Afganistán evidenciado por su limitada presencia en aquella región. Siete días después, Francia y La India anunciaron una alianza para promover la estabilidad en esa región.
Hasta ahora, el rol de La India en el Pacífico Occidental ha sido simbólico, aunque, en 1991, el gobierno de Narasimha Rao volvió la mirada al Índico con su política “ver a Occidente”, para conjurar las disputas (fronterizas y comerciales) con Pakistán y China.
Nueva Delhi y Washington comenzaron a acercarse entre 1992 y 1998; la siguiente fase fue tras el tsunami de 2004, cuando George W. Bush formó una coalición con La India, Australia y Japón para auxiliar a los Estados afectados.
Aunque la coalición solo duró una semana, sentó la base del grupo El Cuadrilátero. En 2006 se postuló para dirigirlo al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, pero tampoco prosperó. Es obvio que a Washington y Tokio les urge convencer a Nueva Delhi para conformar su ecuación estratégica.
La India es clave en cualquier estrategia que vincule al Pacífico con el océano Índico, donde dispone de un litoral de dos mil kilómetros que domina el occidente del importantísimo Estrecho de Malaca. Por ello, Donald John Trump y Joseph R. Biden han usado El Cuadrilátero para contener a China.
En la alianza Aukus, la Casa Blanca encontró un socio creíble y democrático en la zona del Índico para “mantener la primacía estratégica de EE. UU. en la región”, como lo reconoce un documento estadounidense desclasificado a principios de este año.
Nueva Delhi no está obligada a pactar con EE. UU., por el que no tiene lazos militares formales. Sabe que no puede confrontar a China en el Pacífico Occidental, que se halla a cinco mil kilómetros de distancia, porque aquélla es su vecina terrestre, revela Manoj Joshi, del Carnegie Moscow Center.
En realidad, La India debe centrar su atención en el desarrollo económico y no dejar que los intereses estratégicos de EE. UU. la distraigan de satisfacer sus necesidades reales: desarrollo rápido y sustentable, explica el experto Nirvikar Sing.
El triunfo de los agricultores
Tras una prolongada y penosa lucha por sus derechos, que cobró la vida de al menos 600 personas, el movimiento campesino de La India obtuvo la victoria. Logró que el primer ministro Narendra Modi revocara las polémicas leyes agrícolas, lo que para los analistas confirmó que la organización de los campesinos representa un ejemplo mundial, escribió Ajoy Ashirwad.
Esto marcó un punto de inflexión para los agricultores y la política india y recuperó la reputación el partido el Bharatiya Janata Party (BJP) del primer ministro. Todo comenzó cuando Modi anunció tres polémicas leyes agrarias que los agricultores del estado de Punyab rechazaron. El rechazo se extendió a todo el país, porque las leyes favorecían a las empresas sobre los trabajadores, además que se aprobaron por decreto en junio de 2020, sin consultar al sector y en plena pandemia.
Ante la oposición del gremio, se le desacreditó porque “lo financiaban separatistas y terroristas”. En el Parlamento se les calificó como agitadores profesionales, discurso que propició mayores desencuentros y muertes. Según cifras de analistas, más de 600 miembros del movimiento murieron a manos de las fuerzas del orden.
En circunstancias complicadas en Lakhimpur Kheri, estado de Uttar Pradesh, el hijo del ministro del Interior, Ajay Mishra, arrolló a un grupo de agricultores cuando se manifestaban. También se impidió en Delhi a granjeros de otros estados.
La decisión de Modi, en torno a revocar las leyes, confirmó la fortaleza del movimiento y alentó a otros sectores. También se consideró un frío cálculo político, pues se produjo a meses de la elección en Punyab y Uttar Pradesh, estados clave para el BJP, pero donde se ha fortalecido la oposición.
En todo caso, el 11 de noviembre, Modi se disculpó con los campesinos “con el corazón puro y mente honesta, por no haber estado a la altura”, según la descripción de Hannah Ellis Petersen.
Riñas vecinales
Para La India, tanto China como Pakistán representan desafíos de naturaleza estructural, aunque también ofrecen estratégicas oportunidades. En los últimos 12 meses, las fronteras de La India escenificaron choques inesperados, refiere el analista Gokul Sahni.
En el verano de 2020, sobre la Línea de Control Actual a lo largo del Valle Galwan (la mayor frontera en conflicto del mundo), una reyerta causó la muerte de 20 soldados indios y 40 chinos en el más serio conflicto militar desde 1975.
No obstante, en febrero de 2021, La India y China iniciaron el diálogo de manera “coordinada, verificada y por fases”. Ese mes, La India y Pakistán ofrecieron observar el cese al fuego de 2003 sobre la Línea de Control (LC) en la frontera mutua, informa Kajari Kamal.
Rusia aliado clave
A pesar de su cercanía con EE. UU., La India no se permite abandonar a Rusia. Mostró al mundo su política independiente cuando rechazó la presión estadounidense para no adquirir misiles balísticos rusos S-400; y el 14 de noviembre, Delhi recibió la primera parte de esos sistemas, con valor de 5.4 mil mdd, pactados en 2018.
El seis de diciembre, el presidente ruso Vladimir Putin viajó a La India para concretar su valiosa relación con La India, uno de sus aliados más antiguos. Firmaron acuerdos para el combate al terrorismo, el narcotráfico, crimen trasnacional, seguridad en la información, materia comercial y defensiva. Todos se expresaron desde la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y plantean, para el 2025, un intercambio de 30 mil mdd.
También está el interés de La India por activar el Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur (INSTC) para mejorar su intercambio con Moscú. A la par, está el compromiso de Modi con Moscú –desde 2019– de coincidir en foros internacionales, como el del BRICS (Brasil, Rusia, La India, China, Sudáfrica), economía digital y otros.
El encuentro Putin-Modi es un mensaje no verbal para Joseph Biden desde el corazón de Asia, indica Mira Milosevich, del Real Instituto Elcano. Ésa fue la segunda vez, en dos años, en que el jefe del Kremlin salía de Rusia, ejemplo de la importancia que concede a La India.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.