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Prueba de que el Roman de la rose fue ampliamente difundido en la Europa de los siglos XIII, XIV y XV es que se conservan más de 300 manuscritos, algunos primorosamente ilustrados, de este extenso poema compuesto por más de veinte mil versos octosílabos, cuyo éxito y amplia popularidad puede atribuirse, dice Martín de Riquer, en su Historia de la literatura Universal, a la predisposición del hombre medieval a emplear los recursos de la alegoría y la abstracción como vehículo didáctico.
Alegórica es toda la obra, cuya primera parte, hasta el verso cuatro mil 58, es de la autoría del joven poeta francés Guillaume de Lorris, quien contaba 25 años cuando lo compuso, entre 1225 y 1227. Desde el primer verso, el autor enmarca el argumento del Roman de la rose como resultado de un sueño; en la historia de la literatura existen numerosos antecedentes de este contexto onírico que no escapaban a su erudición; sin embargo, lejos de envolver al lector en eruditas digresiones mitológicas, este ambiente irreal es solo el marco en el que los personajes simbólicos interactúan para convertirse en un reflejo de las pasiones y sentimientos humanos.
Al vigésimo año de mi vida, cuando el amor exige el tributo de los jóvenes, una noche, acostado como de costumbre, me dormí profundamente y, durmiendo, tuve un sueño muy hermoso y que me plugo mucho.
Roman de la rose vendría siendo “El poema de la rosa”, como la flor que el poeta lucha por conquistar en el jardín de Deleite. La primera parte del argumento la sintetiza Riquer así:
“En su sueño, el joven poeta llega a un recinto rodeado de altas murallas que encierran un deleitoso jardín. En la parte exterior de los muros, como para indicar que están excluidas de su interior, se hallan pintadas las figuras de Odio, Codicia, Avaricia, Envidia, Tristeza, Vejez, Hipocresía y Pobreza. Entra en el jardín, cuyas flores y cantos de pájaros describe, y le recibe una doncella que le entera de que aquel recinto pertenece a Deleite (Deduit), cuya enamorada es Alegría (Leece). El Dios de Amor estaba en un lado y en el centro bailaban Hermosura, Riqueza, Liberalidad, Franqueza, Cortesía y Juventud. Amor, mientras tanto, llama a Dulce Mirada (Douz Regart) y le ordena tenerle su arco tenso mientras va siguiendo al joven poeta que va admirando la belleza del jardín. Llega a una fuente, que mana bajo un hermoso pino, y halla una inscripción en mármol indicando que allí murió el hermoso Narciso. Se inclina a mirar el agua de la fuente y en el fondo del agua ve reflejada parte del jardín, en singular belleza de cristales, piedras y vegetación; pero es bien sabido que a quien contempla este «peligroso espejo» (miroers perileus) nada del mundo le impedirá ver con sus propios ojos aquello que al punto amará, pues se trata de la fuente de los amores, donde Cupido tiene tendidas toda suerte de trampas a donceles y doncellas:
Contemplé con detenimiento la fuente y los cristales del fondo, que me revelaban mil cosas de las que había alrededor. Pero en mala hora lo hice, desdichado de mí, ¡tanto he suspirado después! El espejo me engañó: si hubiera conocido antes su poder y sus virtudes, no me habría metido en él, pues al punto caí en el lazo que ha apresado y traicionado a tantos hombres.
Dentro del agua, el poeta contempla la imagen de una rosa de singular belleza y alarga la mano con la intención de tomarla.
Entre tanto Amor, siempre con el arco,que en ningún momento había dejado de seguir mis pasos y estar al acecho, se había parado cerca de una higuera. Y cuando, por fin, pudo comprobar que había elegido de entre los demás el bello capullo, por mí preferido a todos los otros que allí se encontraban, sin perder más tiempo se dispuso a herirme. Y una vez que tuvo la cuerda empulgada, levantó, tensándolo hasta tras la oreja, el arco, el cual era de una gran potencia, y apuntó hacia mí, con tal puntería, que a través del ojo me alcanzó en el cuerpo con una saeta muy aguda y fina. Un frío mortal sentí por mi cuerpo, el cual desde entonces, aún muy bien vestido, me produciría múltiples temblores. Nada más sentir en mí tal herida inmediatamente me vi por los suelos: mis fuerzas fallaron, perdí mi sentido y estuve inconsciente durante algún tiempo. Mas cuando volví a recuperar el conocimiento y pude pensar, vi que aún vivía, aunque suponía que había perdido muchísima sangre; pero la saeta que me atravesó no había causado ninguna sangría, sino que la herida se encontraba seca.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.