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Antiquísimos veneros alimentan la moderna poesía en lengua española; sería un despropósito negar la herencia cultural de tantos afluentes que, suave o violentamente, se fundieron para fijar las formas métricas, estróficas y los tópicos actuales.
Rebelándose contra las artificiosas y aristocráticas casidas, la moaxaja (muwâššaha) es una composición que vino a revolucionar la poesía clásica árabe; termina generalmente con una composición lírica en lengua mozárabe denominada jarcha. Esta forma poética se difundió ampliamente en España, dando lugar al zéjel (que significa “bailado”), y cuya gran popularidad se debió, entre otras cosas, a la facilidad para versificar y comprender las composiciones. En esta poesía popular se admitían extranjerismos, modificaciones de la sintaxis y giros novedosos del idioma árabe en los que algunos estudiosos han creído encontrar el origen de muchas composiciones populares actuales. El zéjel, ejemplo elocuente de una poesía a la vez árabe y románica, nace en un momento de “hibridación cultural” que necesariamente se manifestó en la literatura.
Hoy acude esta Tribuna a un poeta arábigo-andaluz del Siglo XII, Aben Guzmán (Córdoba, 1878-1160), nombre latino de Muhammad Ibn Abd Al Malik Ibn Quzman. No escribe su poesía en el árabe literario habitual, sino en el dialecto local; su obra, conservada en un Diwan o “Cancionero”, consta de 149 zéjeles y en ella reinterpreta de forma irónica tópicos de la poesía árabe clásica. Alegre y desenfadado, Aben Guzmán canta en las calles de Córdoba; vagabundo, libertino, bien parecido (como se describe a sí mismo), miembro de una familia de la nobleza, recibió una esmerada educación y conocía a los grandes poetas árabes, y había estudiado filosofía, jurisprudencia y retórica; podía ostentar, como lo hizo siempre en tono de burla, el título de nobilísimo visir; en vez de vivir tranquilamente de acuerdo a su posición familiar, su espíritu alegre, espontáneo, juguetón, lo impulsó a crear una poesía que revolucionaría la lírica andalusí, como en este Zéjel de los diminutivos.
AHORA TE AMO A TI, ESTRELLITA
(Zéjel X)
¿Quién te ama y se muere por ti?
Si me matan, solo por ti será.
Si mi corazón pudiera dejarte,
no compondría esta cancioncilla.
Madre mía, me veo despreciado.
Tu hijo está triste y con pena.
Lo ves que durante todo el día
no prueba más que un bocadito.
Yo les digo: ¡Dios es grande!
No puedo ya sufrir más esto:
si me voy a la Mezquita Verde,
ella se va al Pozo del Alamillo.
¡Oh tú, ornato de las reuniones,
hermosa, sí, e inteligente!
¡Qué piedrecillas, en vez de mizcales,
te tiraría, leprosilla!
Todos tus enamorados están ardiendo.
El hechizo de Babilonia se cifra en ti.
De ti se oye todo lo precioso,
en cuanto dices una palabrita.
Como manzanas son tus pechitos,
como harina blanca son tus mejillitas,
como puro cristal son tus dientecillos,
como azúcar es tu boquita.
Si prohibieras ayunar a los hombres
y dijeras: ¡Sed infieles, oh gentes!,
no quedaría hoy la Aljama
más que cerrada por una soguilla.
Eres más dulce que el alfeñique.
Yo soy tu esclavo, tú eres mi señor.
Mi señor, sí, y a quien diga que no,
le daré un cachetillo en el pescuezo.
¿Hasta cuándo me tendrás ese desvío?
¿Hasta cuándo tendrás de mí esas sospechas?
¡Que Dios haga de ti y de mí
en una casa vacía, un hacecillo de flores!
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.