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Constantine Gavras es un realizador que a lo largo de su carrera cinematográfica, en la segunda mitad del siglo XX, obtuvo premios de los festivales de cine más importantes en el mundo, entre ellos los de Cannes y Berlín. Sin embargo, jamás dejó de provocar polémicas debido a sus críticas apabullantes a gobiernos dictatoriales y a fenómenos socio-económicos relevantes de la mayor trascendencia política en varios países y regiones del orbe. El enfoque de este cineasta es esencialmente progresista y no podemos dejar de señalar que –como ha ocurrido a varios escritores, artistas plásticos, otros realizadores cinematográficos, etc.– sus críticas no solo se han hecho contra gobiernos imperialistas o lacayos del imperialismo, sino también contra “totalitarismos socialistas”. Gavras cayó en esa posición “libertaria”, “verdaderamente independiente” pues, por ejemplo, en su cinta La confesión (1971) criticó “sin tapujos” las torturas y asesinatos del estalinismo. Esta supuesta “independencia” o “neutralidad ideológica” que lleva a esos artistas a lanzarse, tanto en contra de los gobiernos imperialistas o pro-imperialistas, como en contra las “opresivas dictaduras comunistas”, fue resultado de su incomprensión profunda de las leyes dialécticas del movimiento histórico social. Es claro que en los países donde se logró instaurar el socialismo han existido desviaciones, burocratización, etc., pero estos problemas no deben empañar lo que representaron –aun con sus defectos– sus importantísimos progresos, sus grandes logros en materia de elevación de los niveles de vida, salud, educación y cultura de las masas trabajadoras. Y la mejor crítica que puede hacerse a esas desviaciones o descomposiciones es luchar por un mundo mejor, aportando un grano de arena para la forja de una sociedad justa e igualitaria.
Gavras filmó en 1973 Estado de sitio, filme que puede considerarse profético, pues fue rodado en Chile poco antes de que en ese mismo año se diera el golpe militar de Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende. En esa cinta se describe cómo actúa la junta “cívico-militar” en Uruguay, instaurada en los años sesenta del siglo pasado en el contexto de la lucha de los guerrilleros urbanos conocidos como Tupamaros, que secuestraron al embajador de Brasil y a un agente de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), llamado Michael Philip Santore (Yves Montand), quienes eran presas muy importantes con las que el grupo rebelde esperaba negociar con la dictadura fascista uruguaya la liberación de los presos políticos de esa nación. Mediante el uso de una estructura de thriller policial, Costa Gravas va mostrando la ideología de los Tupamaros y la del agente estadounidense –quien en América Latina tenía por cierto una larga trayectoria como orquestador de acciones represivas contra movimientos sociales– y también su reconocida solvencia como director de cine político.
En América del Sur, antes y después de la filmación de Estado de sitio, hubo importantes movimientos políticos que intentaron llevar al poder a partidos y agrupaciones de orientación comunista, pero las burguesías criollas de esos países, dirigidas por el gobierno de Estados Unidos –en plena Guerra Fría– sometieron a esos procesos libertadores mediante la instauración de dictaduras militares como la que Gavras presenta en este filme. Hoy, a medio siglo de distancia, la lucha de los pueblos del Cono Sur para sacudirse los gobiernos de derecha sufre de nueva cuenta la embestida de Estados Unidos, cuya oligarquía sigue manejando las fichas del dominó político para impedir que América Latina salga del control del imperialismo. En Brasil, Argentina y Ecuador, el gobierno estadounidense, aprovechándose de los errores de los partidos de izquierda que gobernaban esos países, ha logrado que la derecha vuelva a gobernar. Hoy, Venezuela es el eslabón más importante de la cadena. Si cae Venezuela, el imperio se fortalecerá enormemente. Si triunfa la Revolución Bolivariana, el mundo entero obtendrá una importantísima victoria frente a las aves de rapiña más opresoras que haya conocido la historia humana.
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA