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Los resultados de las investigaciones realizadas por los especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), difundidos en estos días, no sorprendieron a nadie: el 94 por ciento de los fallecidos por el Covid-19 han sido trabajadores y el 92 por ciento de los decesos ocurrieron en hospitales públicos. Esto comprueba la injusta desigualdad que priva en el país. Los desposeídos, los “nadie”, la clase trabajadora, los “primero los pobres”, han sido las víctimas mortales de esta peste y de la política errónea de la “Cuarta Transformación” (4T). El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) ha detectado que el desempleo en junio fue del 5.5 por ciento; y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) estima que la pobreza aumentó en 10 millones de personas. Es decir, en México hay ahora 70.9 millones de pobres cuyos ingresos bajos no les alcanzan ni para comer. La máxima marxista de que la clase adinerada disminuye en número pero aumenta en la concentración de la riqueza y que ésta irremediablemente pauperiza la situación de las clases bajas, incluida la media, se está cumpliendo a cabalidad. Por ello, fue grotesco que, desde el inicio de la pandemia, el gobierno y las autoridades sanitarias minimizaran su gravedad y que, ignorando el pensamiento científico, salieran con la “jalada” de que el Covid-19 era una enfermedad de ricos, que los genes de los mexicanos eran inmunes a aquél, incluso que esta enfermedad se curaba con un molito de guajolote. Hay que decirlo crudamente: se dejó morir a la gente y no se invirtieron recursos adicionales para salvaguardar la vida de ésta, porque para el gobierno actual, igual que para los anteriores, la clase trabajadora no es prioridad. Y he aquí el resultado: más de medio millón de trabajadores fallecidos.
Este golpe a la clase trabajadora es irreparable. Si a ello agregamos que la estructura productiva en el país está atrasada y que las unidades económicas son insuficientes para dar empleo a la Población Económicamente Activa (PEA), a los mexicanos con plena capacidad productiva solo les queda autoemplearse o caer en manos de la otra delincuencia. Por ello, más del 90 por ciento de las empresas en el país son pequeñas e informales, en las que el empleo es inestable, los ingresos precarios y las jornadas extenuantes dejan a los trabajadores sin la posibilidad de sobreponerse a la estrategia de “sálvese quien pueda”, con la que la versión neoliberal del gobierno de la 4T garantiza la salvación de los más aptos, mientras que ensombrece el presente y futuro de la clase trabajadora.
El pueblo está ávido de un cambio y la prueba fehaciente de su desesperación pudo verse en 2018, cuando optó por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Pero lejos de que la clase trabajadora avanzara hacia la victoria, la ha hecho retroceder peligrosamente, mediante la pérdida de logros importantes en materia socioeconómica, incluso en las reglas de la democracia burguesa. Su falta de educación política ha llevado al Presidente a simpatizar con prácticas lumpen-proletarias como cuando hace unos días recomendó a sus detractores aplicarse vitacilina contra el ardor o la comezón que provocan sus torpes decisiones. Con esa anécdota intentó desentenderse de la realidad nacional; pero como nadie escarmienta en cabeza ajena, la tragedia nacional que estamos viviendo es la mejor escuela para su educación. La lucha de clases no se puede evitar; podrá posponerse gracias a los engaños cada vez más sofisticados de la clase privilegiada y los gobernantes, pero siempre habrá tragedias que lamentablemente nos llevarán a recordar quiénes somos. Si no, recuerden quiénes fueron los que murieron en el crimen de la Línea 12 del Metro de la CDMX; o reflexionen si, en momentos de crisis económica y sanitaria, era necesario comprar una refinería en Texas, quebrada y obsoleta. Los excesos y la corrupción de este gobierno no son nada discretos y quedaron más que evidenciados por su miedo de perder las elecciones. Pero afortunadamente, la elección 2021 por fin ha terminado, el tiempo de las promesas también; y al pueblo no le queda otro camino que educarse y organizarse rápidamente para no volver a la difícil encrucijada de tener que votar por los corruptos de antes o los de ahora.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA