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El mito de la juventud
Fue un ímpetu juvenil dominado por el impulso inconsciente de “asesinar” a los mayores, de derribar a los dioses como ocurre en toda época iconoclasta.


El Partido Comunista Mexicano  (PCM) firmó, en noviembre de 1977, una declaración conjunta con el Partido Comunista de Francia (PCF), con la cual se alejaban de la vía de Moscú hacia el socialismo, abandonaban los principios fundamentales del marxismo leninismo, entre ellos el de la “dictadura del proletariado”, el “internacionalismo proletario” y con la que proclamaban su independencia de la órbita soviética, adecuaban sus estrategias a las condiciones de la lucha democrática de sus respectivos países y buscarían alianzas con las clases medias, los jóvenes y las mujeres. Con esto renunciaron a la idea de que la clase trabajadora, el proletariado, era el sujeto protagónico de la historia y el principal agente de la revolución socialista.

Esa adecuación en la estrategia de estos partidos comunistas –y luego en otros en diversas partes del mundo– respondió, en cierto sentido, a la pérdida de hegemonía de la clase obrera como vanguardia y sujeto revolucionario. Estas debilidades y la deslegitimación del comunismo soviético provocaron el abandono masivo de militancias y, sobre todo, la incapacidad para conectar con sectores sociales que eran aliados potenciales, como los jóvenes y los movimientos de liberación femenina. El abandono del dogma soviético propició la diáspora de la rebeldía hacia horizontes que se hallaban más cercanos al hedonismo dionisiaco que a la disciplina bolchevique.

Las formas y el fondo debían ser sometidas a la crítica más radical de la juventud pujante y fue así como proliferaron las demandas hacia nuevas discusiones: la moral, la sexualidad, el patriarcado, la guerra, la prohibición de las drogas, el Estado, la policía, la represión, asuntos que conformaban la tiranía de lo cotidiano, el cual debía ser sepultado en aras de una utopía donde el hombre por fin pudiera ser libre y para siempre.

Estas reivindicaciones, mucho más horizontales y transversales, abandonaron la rígida jerarquía del centralismo democrático y añadieron dinamismo a lo que se ha definido como la new left o “movimiento de movimientos”. Este fenómeno comenzó en Europa y Estados Unidos (EE. UU.) como respuesta a las jerarquías anquilosadas de los PC. En América Latina, el mito fundacional de la nueva izquierda fue, tal vez, la Revolución Cubana. La epopeya de 80 barbudos que, a bordo del Granma, desembarcó en el municipio de Niquero, cerca de la playa Las Coloradas, y derrotaron al imperialismo yanqui, fue el nuevo evento que conmovió a las sensibilidades de la izquierda latinoamericana.

En este marco histórico, la contracultura adquirió un significado cada vez más amplio. La proximidad con EE. UU. creó un imaginario cultural sincrético, más cosmopolita, menos vernáculo y la Ciudad de México (CDMX), la “nueva París” como la definió Eric Zolov, contribuyeron a la configuración de una nueva sensibilidad en los jóvenes que veían la posible abolición de la injusticia en el futuro inmediato.

La ruptura con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se produjo en la praxis política; la des-estalinización se tradujo en la progresiva desafiliación intelectual de los partidos comunistas vernáculos; el PCM sufrió una purga interna y varias de sus corrientes críticas se escindieron en busca de sus propias militancias y lucha social. Esto ocasionó que la revisión del marxismo ocurriera al margen y a pesar del PCM.

El desgaste de estas estructuras desembocó en el vacío práctico y en abundantes teorías. La proliferación de las posturas y la atomización del órgano central que quedó al frente del PCM, auguraron un cambio de época con el que se dispersaba y abandonaba la ortodoxia teórica y política. De esta manera, distintos actores sociales y culturales propusieron revisar y repensar el espectro político que abarcaba la izquierda. Fue un ímpetu juvenil acaso dominado por el impulso inconsciente de “asesinar” a los mayores, de derribar a los dioses como ocurre en toda época iconoclasta o de romper con los símbolos convencionales. Este proceso provocó el surgimiento de nuevas teorías que buscaron refutar y superar el marxismo, pero cuyo único mérito era el mito de la juventud.

La fragmentación de la fuerza política de la clase trabajadora y la bruma ideológica en torno a su organización y cómo debía ser su vida en común ante el nuevo sistema socioeconómico, se colocaron a favor de la ofensiva neoliberal tras la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, más de 30 años después, a decir del sociólogo Razmig Keucheyan, el marxismo permanece como la teoría de emancipación más sólida, más coherente y más plausible.


Escrito por Aquiles Celis

Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.


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