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Desde el siglo XIII se aclimatan a la lírica castellana las serranas, poemas en arte menor donde los personajes son mujeres del pueblo, muy frecuentemente dedicadas al pastoreo o a las labores agrícolas, y que protagonizan divertidos, escabrosos o violentos encuentros con caballeros y soldados. Los estudiosos de las serranas del Arcipreste han debatido ampliamente en torno a su origen, algunos sostienen que nacen en la lírica provenzal y otros en la tradición gallego-portuguesa; y tal vez ambas tesis sean verdaderas, pues la poesía en lengua española es la suma de numerosos y ancestrales afluentes.
Bastantes años antes que el Marqués de Santillana publicara su famosa Serranilla, el Arcipreste de Hita había cultivado el género; en su Libro de buen amor, especie de ars amandi novelado lleno de digresiones, intercala cuatro serranas, que dotan a esta obra maestra de realismo y espíritu netamente popular. La Cántica de Serrana es una de estas afortunadas transiciones intercaladas en las aventuras amorosas de Don Melón de la Huerta. El Arcipreste, siempre en primera persona, narra su encuentro con una serrana en un puerto o paso de montaña, durante una madrugada particularmente fría.
Cerca la Tablada,
la sierra passada,
falléme con Alda
a la madrugada.
Ençima del puerto
cuydéme ser muerto
de nieve e de frío
e dese rruçío
e de grand’ elada.
La primera descripción de esta mujer es favorable, el Arcipreste, al iniciar el descenso, la observa hermosa, lozana y con el rostro encendido por el frío; pero el recibimiento no es muy amable, mientras él la saluda cortésmente (como a su sobrevivencia conviene) ella lo invita a seguir su camino , “aquí non te engorres”, es decir, no te detengas.
Ya a la decida
dy una corrida:
fallé una sserrana
fermosa, loçana
e byen colorada
Díxel’ yo a ella:
«Omíllome, bella.»,
Diz’: «Tú, que bien corres,
aquí non t’ engorres,
anda tu jornada».
No se rinde el Arcipreste y le pide posada; pero ella le contesta que todo aquel que entre a su choza tiene que casarse con ella y mantenerla; él le responde que lo haría gustoso, que se lo impide el estar casado, pero que le dará dinero a cambio del hospedaje; a lo que la moza accede y lo lleva a su morada, donde lo alimenta con manjares rústicos.
Yo l’ dix: «Frío tengo,
e por eso vengo
a vos, fermosura:
quered por mesura
oy darme posada».
Díxome la moça:
«Pariente, mi choça
el qu’ en ella posa
conmigo desposa
e dame soldada».
Yo l’ dixe: «De grado;
mas yo so cassado
aquí en Ferreros;
mas de mis dineros
darvos he, amada».
Diz: «Vente comigo»;
Levóme consigo,
diome buena lunbre,
com’ era costunbre
de sierra nevada.
Diom’ pan de centeno
tyznado, moreno,
diome vino malo,
agrillo e ralo,
e carne salada,
Diom’ queso de cabras:
diz: «Fidalgo, abras
ese blaço, toma
un canto de soma,
que tengo guardada».
Después del banquete, la pastora exige lo convenido a cambio del servicio brindado, advirtiendo que quien pague bien encontrará buen almuerzo y techo caliente y estará libre de los peligros que ella misma encarna.
Diz: «Uéspet, almuerça,
e bev’ e esfuerça,
caliéntat’ e paga:
de mal no s’ te faga
fasta la tornada.
Quien donas me diere,
quales yo pediere,
avrá buena çena
e lichiga buena,
que no l’ cueste nada».
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Licenciada en Letras por BUAP.