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Criticado en Occidente por apegarse al realismo socialista y en dos ocasiones denunciado por “antisovietismo” en su país, el gran músico ruso Dimitri Shostakovich (San Petersburgo 1906-Moscú 1975) sorteó ambos amagos y navegó con habilidad en las aguas libres de su creatividad musical sin dejar por ello de servir a su patria ni abandonar su visión humanista; pues, a final de cuentas, fue en su obra –15 sinfonías, seis conciertos para piano y 15 cuartetos de cuerdas– en la que quedaron grabados sus sentimientos y pensamientos más genuinos.
En octubre de 1942, poco antes de abandonar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), donde había trabajado como corresponsal de guerra de la CBS, Laurence Lesueur entrevistó a Shostakovich en Moscú para preguntarle si aceptaría una invitación de la Orquesta Filarmónica de Nueva York y dirigir una serie de nueve conciertos en Estados Unidos. De esa plática, realizada en el Hotel Moscova, derivaron varios temas de índole personal, entre los que resaltó su confesión de que nunca había dirigido una orquesta y que, en ese momento, componía una sinfonía en honor del aniversario 25º del triunfo de la Revolución Rusa; y que su conocida afición por el balompié era tan arraigada que “preferiría asistir a un partido de futbol que componer”, además de que con orgullo afirmó: “Soy corresponsal de futbol de Deporte rojo (publicación)”.
También reveló que cuando los alemanes cercaron Leningrado (San Petersburgo) se ofreció como voluntario, pero que fue rechazado por los médicos; y corrió con la misma suerte cuando acudió a la Guardia Interior, donde le indicaron que no podían exponer su vida ni su labor artística en esa tarea. Finalmente, solo le autorizaron actuar como vigilante contra-incendios, labor que le permitió observar con mayor cercanía los efectos de los terribles bombardeos alemanes. En ese periodo “mis clases en el Conservatorio disminuyeron hasta que solo tenía cuatro alumnos. Todo mundo estaba cavando trampas antitanques y trabajando en las barricadas”.
Shostakovich contó que entonces (1941) trabajaba en la sinfonía que dedicaba a Leningrado y que los sufrimientos de la gente lo ayudaron a “sentir la música” de su bella ciudad. “Empecé a trabajar. No había calefacción y tenía que estar con el abrigo puesto mientras tocaba el piano. Dos veces volaron las ventanas y mi esposa y yo las compusimos”. Confesó que le costó mucho trabajo concluir esta composición. “No me salía el final. Pero un día oí unos gritos en la calle. Cuando miré afuera vi una multitud agitada en torno a un grupo de prisioneros alemanes. Se habían cazado algunos lobos y se les paseaba con una escolta por Leningrado.
“De ese grito de cólera triunfante, que surgió de las gargantas de la multitud, nació la música que yo había buscado en vano. Era el triunfo de la luz sobre las tinieblas, del bien sobre el mal”… La Séptima Sinfonía (Leningrado) es considerada una de las más bellas y emotivas de Shostakovich; tiene cuatro movimientos y su ejecución dura entre 75 y 80 minutos.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural