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Es muy probable que tantos golpes y desprecios que recibiera Mozart por parte de los aristócratas con los que se relacionaba hicieran mella en su carácter; no hay que perder de vista que la música culta era prácticamente un privilegio de la clase dominante en Europa en la época que vivió Mozart, por lo que él siempre buscó colocarse en la corte de algún reinado o principado, pues ahí es donde obtendría un pago que le asegurase una vida desahogada; pero no siempre pudo conseguir la aceptación de su música entre esa clase parásita. En la cinta hoy comentada, cuando Mozart presenta su ópera Don Giovanni, la aristocracia, al ver y escuchar el contenido de la obra, cuchichea en los palcos que esa ópera tiene ataques a la clase a la que ellos pertenecen; en esa ocasión, Mozart no se dio por enterado de esas críticas de la clase feudal que, por supuesto, esperaba siempre de sus artistas sólo elogios, panegíricos y apoyo incondicional a su estatus económico, político y social; los artistas debían ser sus “lacayos culturales”.
Pero los genios del arte, los auténticos genios, por lo regular son artistas al servicio de las clases progresistas y no precisamente “lacayos”; la abyección política y social no es la característica que los define. Se sabe que Wolfgang tuvo constantes desavenencias con sus patrones de la corte a las que servía, lo que le ocasionó despidos; su música, aunque no abiertamente revolucionaria, sí mantenía un espíritu de libertad y de rebeldía frente a los gustos y deseos de la clase feudal, por entonces ya una clase decadente y a punto de perder el poder político, frente a la clase burguesa europea, que se aprestaba a derribar a un milenario sistema que oprimía a las grandes masas.
De esta época data su amistad con F.J. Haydn, a quien dedicó seis cuartetos (1782-85); estrenó también la sinfonía Haffner (K.385, 1785) y otras obras, de expresividad muy superior a la de la música de su tiempo-; la llegada de Lorenzo da Ponte a Viena le proporcionó un libretista de excepción para tres de sus mejores óperas: Le nozze di Figaro (1786), Don Giovanni (1787) y Così fan tutte (1790). Muerto ese año Gluck, el emperador José II concedió el cargo de kapellmeister a Mozart, pero le redujo el salario, hecho que impidió que saliese del círculo vicioso de deudas que fueron una constante en la vida del compositor –estas crisis de recursos económicos se reflejaron en obras como el quinteto de cuerda K.516, en las tres últimas sinfonías (K.543, 550 i 551, Júpiter, del 1788), los últimos conciertos para piano, etc., contribuciones ingentes a estos géneros. En la cinta hoy reseñada, Mozart mantiene una rivalidad con el compositor Antonio Salieri quien, según algunos biógrafos, no sólo compitió con Mozart por ser el Kapellmaister de la corte de Viena (según la historia cinematográfica de Herz, al presentar una de sus óperas en un concierto, en el que Mozart tenía cifradas las esperanzas de ser el titular de este puesto, es rechazado), sino que llegó a plagiar varias de sus obras. Después de esto, el genio austriaco vive en la miseria y se aficiona al vino.
Salieri se volvió ciego y vivió sus últimos días en un hospital, pero los biógrafos más críticos de su personalidad le atribuyen la muerte de Mozart; por esas fechas el genio de Salzburgo se dedica a presentarse en teatros –con el patrocinio del empresario teatral Emanuel Shickaneder–, ya su público no es la realeza, sus espectadores son los plebeyos, la pequeña y mediana burguesía. También esa época es de gran creatividad musical, compone obras como La Flauta Mágica, El concierto en LA mayor para clarinete y Réquiem. En la historia de Herz, la composición de Réquiem, la hace en sus últimos meses de vida Mozart, dado que un misterioso personaje se presenta en su casa y le da 50 florines para que componga esta obra; Mozart se resiste al principio, pero al darse cuenta de que se acerca su muerte decide componerla. Mozart influyó decisivamente en otro gigante de la música clásica: Ludwig Van Beethoven. En la cinta de Herz, Mozart muere a los 35 años, no en la miseria, pero si en condiciones modestas de existencia.
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA