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Vania MejíAl mal tiempo buena cara, reza el dicho popular. Y los pobres de México se ven forzados a conformarse con su realidad. Cuando se es pequeño, se aspira al ideal de vida impuesto por la burguesía: casa, coche e hijos. Millones de mexicanos solo logran adquirir lo último, lo demás son meros sueños. Entonces dicen: “lucha por tus sueños” y así va uno por la vida creyendo que puede tener algo que le ha sido negado desde antes de nacer. Y vienen los días interminables en que deben ir sonriendo por las calles para luchar contra una monstruosa realidad que los azota y golpea: paga la renta, el gas, el agua, la luz, la comida, la ropa, los libros, la medicina, la cobija, la cama, el ropero, el teléfono, la estufa; paga esto, paga aquello. Dan la vuelta a sus bolsillos y no alcanza para pagar y qué doloroso resulta no poder pagar lo indispensable para la familia.
Antes de la pandemia en México había 85 millones de pobres; recientemente, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informó que más de 10 millones de mexicanos se sumarán a la pobreza extrema este año, debido al Covid-19. Esto significa que 10 millones de personas más no podrán adquirir la canasta básica alimentaria ¿Qué harán?
El hombre que ríe es una novela de Víctor Hugo que habla de los ingleses de los Siglos XVII y XVIII; de la aristocracia que vivía ignorando el sufrimiento del pueblo; de la Cámara de los Lores, cuya máxima preocupación era “discutir” si aumentaban en 100 mil libras esterlinas la asignación anual de su alteza real el príncipe, marido de su majestad. Estos asuntos importantísimos consumían el tiempo de los lores mientras afuera el pueblo sufría terriblemente los males de la pobreza. ¡Qué parecido a nuestro tiempo!
Gwynplaine es el personaje que carga con la desgracia de su pueblo y del nuestro: la desgracia de la miseria, del sufrimiento de lo indecible y, sin embargo, ha de llevar en el rostro una sonrisa impuesta con la navaja para lucrar con ella, como todos aquellos rostros que encontramos en las calles vendiendo lo que pueden con una sonrisa forzada por la necesidad. Como aquellos que viven todos los días luchando contra la corriente y fingiendo que son felices con lo que tienen, aunque esto sea nada, pues hasta su vida pertenece a un sistema que los obliga a trabajar para que su alteza real, la burguesía, pueda incrementar sus cuantiosas ganancias.
Vivimos una realidad de hambre, de sufrimiento, de explotación y pareciera que se acepta como si, cual risa de Gwynplaine, no pudiera deshacerse. Pero sí se puede.
Hoy, mientras la pandemia y la crisis económica están acabando con millones de empleos y las familias carecen hasta de lo más vital, nuestros “lores” (diputados) sesionan para ordenar la militarización de la seguridad pública por cuatro años, para que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) mida la “concentración de riqueza” con acceso a la información bancaria y fiscal, o para festejar las “cátedras económicas” dictadas por el Presidente, quien afirma que ya no quiere medir el Producto Interno Bruto (PIB) sino el bienestar y felicidad de los mexicanos.
Vienen tiempos peores para los pobres, ¿qué pasará? ¿Sonrisa y resignación?
Gwynplaine lo dice: “Milores, sois los grandes y los ricos. Y eso es peligroso. Os aprovecháis de la noche. Pero estad atentos: existe una gran potencia: la aurora. El alba es invencible. Llegará”. Y tiene razón. Ni sonrisa ni conformismo; la unidad del pueblo, como el alba, es invencible.
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Escrito por Vania Mejía
COLUMNISTA