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Es uno de los intelectuales más importantes del siglo XIX pues fue un hombre multidisciplinario que ejerció como político, militar, jurista y literato. Miembro de la élite liberal desde la cuna, pues era nieto de Vicente Guerrero y fue general en jefe del Ejército del Centro durante la resistencia contra la primera intervención francesa. Como político destaca su participación en la construcción del Paseo de la Reforma, el rescate de las ruinas de Palenque y el establecimiento del Observatorio Astronómico Nacional. Su basta obra escrita va desde novelas históricas hasta dramas románticos, tomando como escenario épocas de México, desde la época colonial hasta la Segunda Invasión Francesa. Publica Flores del alma (1875) su primer libro de poesía bajo el seudónimo de Rosa Espino; posteriormente recopila sus versos en Páginas en verso (1885) y Mis versos (1893), y presenta una colaboración con Juan de Dios Peza: Tradiciones y leyendas mexicanas (1917), que contiene leyendas en verso. En 1855, Porfirio Díaz lo declara en “destierro honorable” en España, donde fallece en 1986.
Al viento
Cuando era niño, con pavor te oía
en las puertas gemir de mi aposento;
doloroso, tristísimo lamento
de misteriosos seres te creía.
Cuando era joven, tu rumor decía
frases que adivino mi pensamiento,
y cruzando después el campamento,
"Patria", tu ronca voz me repetía.
Hoy te siento azotando, en las oscuras
noches, de mi prisión las fuertes rejas;
pero hánme dicho ya mis desventuras
que eres viento, no más, cuando te quejas,
eres viento si ruges o murmuras,
viento si llegas, viento si te alejas.
Mienten los que nos dicen que la vida
es la copa dorada y engañosa
que si de dulce néctar se rebosa
ponzoña de dolor guarda escondida.
Que es en la juventud senda florida
y en la vejez, pendiente que escabrosa
va recorriendo el alma congojosa,
sin fe, sin esperanza y desvalida.
¡Mienten! Si a la virtud sus homenajes
el corazón rindió con sus querellas
no contesta del tiempo a los ultrajes;
que tiene la vejez horas tan bellas
como tiene la tarde sus celajes,
como tiene la noche sus estrellas.
Herido está de muerte, vacilante
y con el paso torpe y mal seguro
apoyo busca en el cercano muro
pero antes se desploma palpitante.
El que en rico palacio deslumbrante
manchó el ambiente con su aliento impuro,
de ajeno hogar en el recinto oscuro
la negra eternidad mira delante.
Se extiende sin calor la corrompida
y negra sangre que en el seno vierte
de sus cárdenos labios la ancha herida,
y el mundo dice al contemplarte inerte:
"Escarnio a la virtud era su vida:
vindicta del derecho fue su muerte".
Resuena el marmóreo pavimento
del medroso viajero la pisada,
y repite la bóveda elevada
el gemido tristísimo del viento.
En la historia se lanza el pensamiento,
vive la vida de la edad pasada,
y se agita en el alma conturbada
supersticioso y vago sentimiento.
Palpita allí el recuerdo, que allí en vano
contra su propia hiel buscó un abrigo,
esclavo de sí mismo, un soberano
que la vida cruzó sin un amigo;
águila que vivió como un gusano,
monarca que murió como un mendigo.
La gloria
No me hablen de Colón y Galileo,
ni de Miguel Cervantes ni de Ovidio,
que después del destierro o el presidio
llegaron de la gloria al apogeo.
Fueron grandes sus penas, bien lo creo,
es inmortal su fama, y yo la envidio,
pero lleva conato de suicidio;
consolarse con eso es devaneo.
Yo recuerdo muy bien toda la historia
de esos ilustres hombres (no me alabo,
pues talento del tonto es la memoria);
pero hay que convenir al fin y al cabo
en que es fórmula eterna de la gloria
“al asno muerto, la cebada al rabo”.
Epístola
Prisión Militar de Santiago.
No busques, Juan, con loca incertidumbre,
esa heroica virtud que te fascina,
entre la palaciega muchedumbre.
La codicia su marcha determina,
y siguen todos, como rumbo cierto,
del viento la corriente que domina:
la vista fija en anhelado puerto,
con huracán deshecho, ó con suave brisa,
llega más pronto el más experto.
Allí sólo zozobra el que no sabe,
o que saber no quiere, el fácil modo
de aligerar mejor la frágil nave.
Quién, por salvar el cargamento todo,
alegre lanza á la onda procelosa,
o á negro cenagal de oprobio y lodo,
el limpio honor de la modesta esposa,
o de amor fraternal haciendo alarde,
sacrifica a la virgen pudorosa.
Quién á la baja adulación, cobarde
prestados pide los batientes remos,
temeroso quizá de llegar tarde,
Y sin rubor agota los supremos
medios de la lisonja, y degradado
toca de la abyección a los extremos.
Ya veces con ardid más reprobado
acude á la calumnia y la mentira
en la denuncia vil del hombre honrado.
Por alcanzar el premio á que se aspira,
el honor no detiene, ni amedrenta,
ni nada indigno ni cruel se mira;
Que del favor la llama se alimenta,
lo mismo con ajeno sacrificio
que con el cieno de la propia afrenta.
Ni de infame se nota el ejercicio
de llevar diligente al poderoso
codiciados objetos de su vicio.
Nombre allí la virtud tiene oprobioso,
que el labio calla y el pudor ignora,
y son uno el prudente y el medroso.
Allí de lealtad nadie atesora
el noble don; cual gallos vigilantes
esperan el fulgor de nueva aurora.
Todos quieren llegar, todos ser antes,
si un astro nuevo con sus rayos hiere,
huyendo al que se eclipsa tumultantes.
Y el coro indigno sin rubor profiere
cantos de triunfo para el sol que nace,
gritos de guerra para el sol que muere.
Ni hay amparo tampoco que reemplace
allí de la amistad, al dulce abrigo
que á humano pecho tanto satisface.
Y si fiera ocasión lleva consigo
exigir una víctima, de puente
sirve bien el cadáver del amigo.
Siempre el triunfo será del diligente
que ni escrúpulo sufre , ni repara
si al malvado inmoló o al inocente.
Nadie allí se conoce ni se ampara
si un interés cualquiera se subleva.
Planta es la caridad allí tan rara,
que si acaso á nombrarla hay quien se atreva,
tan brusca carcajada le responde,
que de su necio error castigo lleva.
Con cuidadoso empeño, allí se esconde
lo que el vulgo rüin llama conciencia,
y a los villanos sólo corresponde.
En la patria pensar fuera demencia,
que está su nombre allí tan ignorado,
que apenas se sospecha su existencia.
Todos miran el puesto a que han llegado,
como medio, no más, de hacer fortuna;
busca pingües ganancias el privado,
no excusa el que pretende, mengua alguna;
por alcanzar ruin, mezquina gracia,
cualquiera humillación es oportuna.
Quien más consigue, quien mayor audacia
muestra, y mayor cinismo, más aprecio
gana en la palaciega aristocracia.
Huye, Juan, de tal gente, aunque de necio
te tachen y te burlen, y, con fiera
soberbia, te contemplen con desprecio.
No pretendas pisar tan alta esfera,
reprueba tanto crimen sin embozo,
que la honradez nos hace placentera
la triste soledad del calabozo.
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Escrito por Redacción