Cargando, por favor espere...

Sara de Ibáñez
En 1940 publicó Canto, con prólogo de Pablo Neruda, su primer volumen de poemas, con el cual alcanzó prestigio internacional.
Cargando...

Nació en Paso de los Toros, Uruguay, el 10 de enero de 1909. Poetisa uruguaya cuya obra indaga en temas como la angustia de la existencia, el desamparo, la muerte, el amor, la autoaniquilación de la humanidad y la relación hombre-Dios. En cierta medida, trata el sentimiento patriótico (Canto a Montevideo) y la condena a la guerra (Hora ciega).

En 1940 publicó Canto, con prólogo de Pablo Neruda, su primer volumen de poemas, con el cual alcanzó prestigio internacional. Ejerció como profesora de Literatura desde 1945 y colaboró en numerosas publicaciones nacionales y extranjeras como La Nación, Cuadernos Americanos, Zona Franca y Le Journal de Poète.

Su obra se inserta en la tradición de la poesía crítica, autorreflexiva, orientada a manifestar un profundo escepticismo hacia el lenguaje. Uno de los aspectos más notables de su lírica es la presencia de una voz que evita definir el género, y cuando lo hace, emplea una voz masculina que no solo habla desde la perspectiva del hombre sino del guerrero.

Sus preocupaciones éticas, sus inquietudes metafísicas y su capacidad de análisis del mundo se ven reflejadas en los poemarios Hora ciega (1943) y Apocalipsis (1970). En Canto póstumo (1973) se recoge una veintena de composiciones del inconcluso Diario de la muerte. Falleció en Montevideo el tres de abril de 1971. 

 

La página vacía

            A Stéphane Mallarmé

Cómo atrever esta impura

cerrazón de sangre y fuego,

esta urgencia de astro ciego

contra tu feroz blancura.

Ausencia de la criatura

que su nacimiento espera,

de tu nieve prisionera

y de mis venas deudora,

en el revés de la aurora

y el no de la primavera.

LIRA IV

¿Por qué me duele el cielo,

su luz de llaga que olvidó la muerte?

¿Por qué este oscuro duelo

que mi lengua pervierte

y en mi propio verdugo me convierte?

 

Voy a vivir la estrella,

voy a tocar su frente de alegría.

Voy a matar la huella,

voy a estrenar el día.

Voy a olvidar la gran palabra fría.

 

Voy con el agua entera

llena de pechos vivos y rumores;

la mansa, la viajera

de los largos temblores,

la de los infinitos ruiseñores.

 

Voy por la savia oscura.

Voy a crecer con cedros y palmeras.

Voy por la rosa pura,

por las enredaderas,

por los pausados musgos de las eras.

 

Por la vena del oro

suelto tuis minerales sensitivos.

Gastaré mi tesoro,

mis panales altivos,

la silenciosa luz de mis olivos.

 

Voy a escapar… ¡Ya siento

flotar mi gran raíz libre y desnuda!

Pero no… Me arrepiento

y tuerzo el ceño, ruda,

amarga, amarga, amarga, amarga y muda.

NO PUEDO

No puedo cerrar mis puertas

ni clausurar mis ventanas:

he de salir al camino

donde el mundo gira y clama;

he de salir al camino

a ver la muerte que pasa.

 

He de salir a mirar

cómo crece y se derrama

sobre el planeta encogido

la desatinada raza.

que quiebra su fuente y luego

llora la ausencia del agua.

 

He de salir a esperar

el turbión de las palabras

que sobre la tierra, cruza

y en flor los cantos arrasa,

he de salir a escuchar

el fuego entre nieve y zarza.

 

No puedo cerrar las puertas

ni clausurar las ventanas,

el laúd en las rodillas

y de esfinges rodeada,

puliendo azules respuestas

a sus preguntas en llamas.

 

Mucha sangre está corriendo

de las heridas cerradas,

mucha sangre está corriendo

por el ayer y el mañana,

y un gran ruido de torrente

viene a golpear en el alba.

 

Salgo al camino y escucho,

salgo a ver la luz turbada;

un cruel resuello de ahogado

sobre las bocas estalla,

y contra el cielo impasible

se pierde en nubes de escarcha.

 

Ni en el fondo de la noche

se detiene la ola amarga,

llena de niños que suben

con la sonrisa cortada,

ni en el fondo de la noche

queda una paloma en calma.

 

No puedo cerrar mis puertas

ni clausurar mis ventanas.

A mi diestra mano el sueño

mueve una iracunda espada

y echa rodando a mis pies

una rosa mutilada.

 

Tengo los brazos caídos

convicta de sombra y nada;

un olvidado perfume

muerde mis manos extrañas,

pero no puedo cerrar

las puertas y las ventanas,

y he de salir al camino

a ver la muerte que pasa.

 

CLAMOR GUERRERO

Que me quiten esta armadura

lejana flor, pobre corteza,

polvo del fuego sojuzgado,

llama que el infierno alimenta,

que me quiten esta armadura

fina piltrafa de la guerra.

 

Que me arranquen esta coraza

donde un borrado bosque suena,

y con garganta sibilina

a mi triste furor se apega.

Auxilio, dioses, si podéis,

reconocedme en esta niebla.

 

Tanto tiempo duró el combate,

tanta fatiga me flagela

con un turbión de ajados rayos

que ya no quiero el alba nueva.

Quitadme al punto piel y sangre,

romped los huesos que me encierran,

que mi desnudo brille frío,

y se acrecienten las arenas.


Escrito por Redacción


Noticia siguiente
Sociedad 968

Notas relacionadas