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En la resaca de los días perdidos de la pandemia, se avizora igual un sexenio perdido. El problema es mayúsculo porque se traduce en un deterioro de más de una década para la (ya de por sí) complicada vida de los mexicanos, cuyo sector más afectado es el de las mujeres. Éstas padecen con mayor intensidad la pobreza material de los hogares y con frecuencia también la anímica. Ningún fenómeno social es fortuito porque, como una fruta, su embrión se desarrolla, madura y deja nuevas semillas. Hoy, un fenómeno que está tomando fuerza, es el movimiento de las mujeres que ya no se conforman con las felicitaciones del Día Internacional de la Mujer, con los regalos del Día de la Madre o con el lenguaje inclusivo de funcionarios y políticos. Hoy, su clamor general exige acciones concretas que respeten sus derechos y mejoren su situación. Y justamente hoy estas demandas se multiplican en el gobierno que presumía ser el más democrático de todos, pero que en realidad destaca por su misoginia, porque vive en el pasado y lo único que ha hecho es desvirtuar y desconocer la lucha de las mujeres. Con esta actitud sorda, insensible, omisa, lejos de ser “un muro de contención” que detenga la mano que golpea y asesina, promueve la impunidad.
En México, los derechos políticos de las mujeres se reconocieron a partir de 1947, lo que significó sin duda un gran paso para su reconocimiento igualitario ante los hombres. Aun así, ellas siguen padeciendo discriminación, violencia familiar y, en casos extremos, feminicidio. La violencia en el hogar, de acuerdo con la Red Nacional de Refugios, se ha incrementado en 81 por ciento durante el confinamiento generado por la pandemia y los feminicidios, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) se han duplicado de noviembre de 2015 a noviembre de 2020. En 2015 se registraron 411 delitos tipificados como feminicidios; en 2016 aumentaron a 605; en 2017 fueron 742; en 2018 se contabilizaron 893; en 2019 se incrementaron de forma alarmante a 940 y en noviembre de 2020 fueron 860. En el ámbito laboral, la mujer recibe salarios 16 por ciento más bajos que su par masculino, pese a realizar las mismas actividades; y sus oportunidades de escalar a mejores niveles son más escasas.
Las cifras pueden confundir a cualquiera y pensar que el problema de las mujeres es solo una cuestión de género; sin embargo, el fenómeno va más allá y su esencia está en el modo de producción capitalista en el que las mujeres, al igual que los hombres, representan una mercancía más, pero con el infortunio adicional de que lejos de reconocer su papel como reproductora perpetua de la especie humana, este sistema las reduce para que sean reproductoras de la mano de obra que se requiere para seguir funcionando. La ideología del más fuerte, el egoísmo y el individualismo de la clase dominante contaminan los hogares más humildes. Pero no solo eso: vivimos en un mundo que justifica su existencia en el poder de compra y el bienestar personal del sector social beneficiado por los rendimientos del capital, pero niega a las clases populares el derecho a una vida digna y decorosa. No es de extrañar, entonces, que conforme se acentúa la pobreza, la violencia entre los miembros del hogar aumente porque, como lo sentencia el dicho popular, cuando “el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”.
Los movimientos feministas tomarán mayor fuerza porque la raíz de los problemas de las mujeres se encuentra en el sistema de producción. Y las mujeres son las que viven más de cerca los males que éste reproduce. Los triunfos inmediatos de los movimientos feministas, como el lograr que un violador no sea gobernador, es una muestra del poder que tiene el voto femenino. Pero para que estos triunfos sean sólidos, las mujeres, que son más susceptibles de organizarse para la lucha por una vida digna, es necesario que no olviden que pueden desempeñar un rol protagónico y directivo para una lucha social y política más amplia, y que para ésta deben educarse y desenmarañar mejor los intrincados hilos de la sociedad; porque desde Nadezhda Krupskaya a Rosa Luxemburgo, o de Leona Vicario a la Adelita, la gran tarea pendiente de las mujeres es la construcción de una sociedad mejor y ésta es una lucha de todos. Por eso hay que organizar a las mujeres.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA