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La izquierda que se volvió siniestra
El "Ensayo sobre un proletariado sin cabeza", de José Revueltas, vendría a nutrir y daría cobertura a lo que hoy es Morena, suma y síntesis de los vicios consignados por Revueltas. Premonitorias resultaron aquellas tesis, a juzgar por la práctica.
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En 1962 vio la luz por vez primera el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, de José Revueltas, análisis exhaustivamente documentando sobre la involución de la izquierda institucional de su tiempo, cuyas profundas deformaciones e incapacidad congénita para representar los intereses de los trabajadores quedaban ahí exhibidas. Tras una serie de metamorfosis, cuadros de aquella matriz vendrían a nutrir y darían cobertura a lo que hoy es Morena, suma y síntesis de los vicios consignados por Revueltas. Premonitorias resultaron aquellas tesis, a juzgar por la práctica.

Primeramente, siendo la clase trabajadora la única fuente de cambio social verdadero, el heredero de aquella izquierda, Andrés Manuel López Obrador, ha desatado una auténtica persecución contra todo lo que represente organización popular real. Organizarse es “corrupción”, dice, para encubrir el fondo de su política. Rechaza tratar con organizaciones (salvo sindicatos u otras bajo su férula, o asociaciones empresariales, ¡obviamente!), conque en el escenario quedan solo el Estado y el ciudadano común aislado, mero receptor de limosnas. Desorganizar al pueblo, tarea de derecha, es ejecutada celosamente por AMLO, dejando a los trabajadores sometidos y sin percatarse del daño sufrido. Un ejemplo vivo de esta práctica: Preocupantes las agresiones a trabajadores de Dos Bocas, lamenta Human Rights Watch; así cabeceaba El Financiero el 14 de octubre pasado. Y conste que la clase obrera es la base social por antonomasia de la izquierda. Patético en verdad.

La libertad de prensa fue también bandera de esa corriente, que en algún momento sufrió la censura. En los años sesenta y setenta clamaba: “¡prensa vendida!” Mas como dice la canción, “el paso de los años todo aquello ya borró”, y ahora la prensa ya es “popular”, ya no está controlada por los corporativos empresariales radiofónicos, televisivos. Y hoy, quienes antaño se llamaban perseguidos, son persecutores; quienes protestaban contra la marginación, ahora acallan a sus críticos con la censura, granjas de bots y bandas de fanáticos en redes sociales.

Reivindicaron por décadas la autonomía universitaria, destacadamente en la UNAM y otras universidades bajo amenaza del Estado. El movimiento estudiantil fue su hábitat: ahí están 1968 y 1971 (que por cierto hoy se ve que “diez de junio sí se olvida”). Ahora, ya en la presidencia, arremeten contra la UNAM, acusando a su comunidad de aburguesados, clasemedieros y aspiracionistas, con la clara intención de imponerle autoridades a gusto de la “Cuarta Transformación”, como han hecho en otras instituciones. Recientemente se ha desatado la ofensiva contra el CIDE, imponiéndole un director a modo, en abierto desprecio a la voluntad de su comunidad académica y atropellando todos los procedimientos. Mientras antaño defendían la libertad de la comunidad científica, ahora, ya en el poder, la persiguen, incluso fabricando delitos. Así, sobre estudiantes e investigadores se alza amenazante una izquierda que, como dijo Benedetti, se volvió siniestra.

Histórica es su crítica al poder del Ejército. López Obrador prometió regresarlo a los cuarteles, pues los últimos Presidentes le habían encomendado funciones que rebasaban sus atribuciones, como sacarlo a las calles a cumplir tareas policiacas. Aplausos, y votos, cosechó su propuesta. Mas ya en el gobierno, dio marcha atrás. La historia es conocida. Ha colmado de poderes extraordinarios al Ejército: empresariales y muchos más que sería prolijo enumerar. AMLO prometió también la paz y creó la Guardia Nacional, poniéndola de facto bajo control del Ejército, y nada resolvió. Conquistó asimismo amplias simpatías prometiendo encontrar a los 43 estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa. En Iguala, como candidato, declaró: “Vamos a que se conozca todo (...) Iguala va a ser el ejemplo de cómo se hace justicia en un gobierno democrático…” (El Financiero, 25 de mayo de 2018). A casi cuatro años de aquella perorata, los deudos y México entero siguen esperando.

La defensa de las mujeres, víctimas de discriminación y violencia, ha sido discurso de la izquierda, aquí y en el mundo entero. Hoy, es pública y sabida la misoginia que guía la práctica gubernamental desde la Presidencia misma. Los feminicidios y las agresiones no cesan, y no existe la solidaridad que presumiblemente un gobierno “izquierdista” ofrecería; al contrario, desaparecieron el apoyo a las casas refugio de mujeres víctimas de violencia.

Como gancho para ganar el voto de los inocentes, se prometió enjuiciar a los expresidentes y se orquestó una “consulta popular” absurda, mera pirotecnia política. Parole, parole. Mientras tanto, y para no perder el glamour, se entretiene al público con vaciladas como vender el avión (que ya se rifó y sigue ahí) o la “proletaria” decisión de “ya no vivir en Los Pinos”, residencia oficial creada por el general Lázaro Cárdenas. Ahora AMLO vive en el mismísimo Palacio Nacional. La “austeridad republicana” queda para los demás: hágase la voluntad de Dios, pero en los bueyes de mi compadre, dice el pueblo sabio. Y a todo esto, ¿de qué sirve a ese pueblo que el Presidente viaje en vuelos comerciales? Eso, ¿se come?

En materia político electoral, la máscara de la 4T cae, dejando al descubierto… al PRI rejuvenecido, un PRI a la Dorian Gray. Cualquiera ve a empresarios o personeros del neoliberalismo priista en el gabinete, o como candidatos a gubernaturas, senadurías y diputaciones, o la designación de exgobernadores de ese partido en embajadas y consulados; en fin, que siguen al frente de sindicatos como Pemex, y aliados al gobierno, los mismos líderes, otrora calificados como modelos de corrupción por la 4T. En fin, se imponen candidatos mediante encuestas simuladas en las que nadie cree, el dedazo, como en los mejores tiempos. Esto mientras, por otro lado, se desecha a los aliados de izquierda, como Víctor Toledo, el defenestrado exsecretario de Semarnat. En la misma línea pretenden someter o acabar con el INE y su precaria independencia, por ellos mismos reclamada cuando eran oposición. Recuérdese que, antes, la Secretaría de Gobernación dirigía el Instituto Electoral. Ahora Morena pretende regresar a la misma secretaría el control de las elecciones. Como dijo Groucho Marx: éstos son mis principios, y si no les gustan, tengo otros.

En política exterior, igual que “los de antes”, han uncido al país a los intereses del imperio. Es ejemplo la firma del T-MEC (México no puede signar acuerdos de libre comercio con países que Estados Unidos no autorice). Sin ir muy lejos, el Presidente ha declarado (21 de diciembre pasado): “No nos conviene que China se convierta en una hegemonía”; incluso para frenarla propuso un plan, denominado “Plan México”. ¿Es eso de izquierda? Y es que ¡la hegemonía ya existe! La de Estados Unidos, destino del 81 por ciento de nuestras exportaciones. Más aún. Con la recién creada Guardia Nacional se vigila con miles de efectivos la frontera sur para impedir que los migrantes molesten a Estados Unidos. Somos sus guardafronteras. Y se pierde soberanía alimentaria: las importaciones de granos han alcanzado en estos años niveles inusitados.

En síntesis, ya encaminado el cuarto año de la 4T, cada día vale menos el consabido argumento de que “AMLO apenas va empezando… déjenlo gobernar”. Poco a poco se hace evidente que Morena es solo el rostro acicalado del viejo sistema, políticamente del PRI, y económicamente, el neoliberalismo heredado desde los ochenta, con careta “nacionalista”, para consumo de los incautos, que aplauden a rabiar. Morena evidencia que el capitalismo aún tiene recursos para ganar simpatía de masas y que no se ha agotado del todo. Pero de aquí se concluye también la imperiosa necesidad de que la clase trabajadora construya su propia organización. Finalmente, una pregunta: a quienes alguna vez creyeron sinceramente en esa izquierda falsaria, ¿no les dará vergüenza? Respuesta: no. 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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