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Enero de 1932, el ejército de El Salvador, en represalia por la sublevación campesina, perpetra una masacre de proporción descomunal en las zonas rurales del occidente de aquel país; se estima que entre 10 mil y 30 mil personas, fundamentalmente civiles, fueron ametralladas, fusiladas o colgadas. En Izalco se produce una matanza que diezma a la población indígena local, por lo que se considera un etnocidio. A este sombrío episodio de la historia moderna de su país alude, en su conocido poema Para cantar mañana (1935) el poeta, antropólogo y lingüista salvadoreño Pedro Geoffroy Rivas (Santa Ana, 16 de septiembre de 1908-San Salvador, 10 de noviembre de 1979).
No teníamos nada y ahora tenemos mucho.
Tenemos diez mil muertos.
Tenemos el recuerdo de diez mil hermanos
que ofrendaron sus vidas por enseñarnos a vivir.
Tenemos un dolor mucho más grande
que aquel dolor de antes.
No teníamos nada y ahora tenemos mucho.
Tenemos diez mil tumbas que gritan.
Veinte mil ojos sin vida que nos ven fijamente.
Tenemos un anhelo sin límites
y una bandera roja en cada rancho.
No teníamos nada y ahora tenemos mucho.
Hoy tenemos el grito ronco y áspero
y la angustia que late
como otro corazón dentro del pecho.
No teníamos nada y ahora tenemos mucho.
Tenemos a Martí y al indio Ama.
Tenemos un 23 de enero
y tenemos Izalco y tenemos Juayúa
y tenemos también a quién amar y a quién odiar
y para qué vivir y un tremendo por qué para morir.
No teníamos nada y ahora tenemos mucho.
Poeta rebelde, intuitivo, innovador, no somete la idea al corsé de la métrica y, sin embargo, un ritmo interior pulsa en sus poemas con tal naturalidad que la asimetría de los versos se siente necesaria. Así se percibe en Trenos del exiliado (1949), en el que su poesía de denuncia y compromiso se eleva a la altura de la épica y, después de las masacres y la muerte de revolucionarios como el internacionalista Farabundo Martí, preconiza un nuevo mundo en el que florezca la grandeza de su nación, evocando el antiguo señorío de Cuscatlán.
Niña patria del júbilo y la estrella.
Mañana cantaremos una nueva canción.
Después de tanta sombra, después de tanto llanto,
después del amarguísimo quebranto
que multiplica el sueño y el afán,
después de tanta sangre derramada,
por el dolor humilde y la pasión callada
florecerán tus cardos Cuscatlán.
Por la dura semilla que sus manos sembraron,
por el altivo sueño que soñaron,
por los muertos que en tu cintura van,
ya cumplido el anhelo, sosegado ya el grito,
sobre tu ardiente suelo de granito
florecerán tus cardos Cuscatlán.
Levantado el recuerdo del Negro Farabundo,
sostenidos por su fuego fecundo,
sobre las altas llamas del volcán,
junto a la sed de tu arenal sin nombre,
por mi canción de niño, por mi llanto de hombre,
florecerán tus cardos Cuscatlán.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.